Para efectos de hacer una reflexión de tipo epistemológica sobre el erotismo, es conveniente adentrarse al territorio en el cual se nutre, esto es, en la sexualidad. Ahora bien, en este sentido resulta imprescindible remitirse a las teorías que a lo largo de la historia han ubicado a la sexualidad humana como parte fundamental de la constitución subjetiva, mirando más allá de la prohibición a la cual este tema conlleva.
Con la intención de establecer un orden cronológico de la evolución de los conceptos y teniendo en cuenta la transformación histórica alrededor de cada época y, por consiguiente, de cada autor se asume como principal referente los aportes hechos por Sigmund Freud. A lo largo de su obra definió la sexualidad desde la experiencia clínica y la teoría psicoanalítica, no solamente como un proceso referido a las actividades y el placer dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino a toda una serie de excitaciones y actividades existentes desde la infancia, que producen un placer que no puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental (respiración, hambre, función excretora, etc.) y que se encuentra también a título de componentes en la forma llamada normal del amor sexual.
En uno de sus textos sobre el tema de la sexualidad (Freud, 1938), el autor recibe una fuerte resistencia por parte de la comunidad médica y los principios morales de la época, por lo cual sus aseveraciones provocarían escándalo y contradicción, al enfrentarse a las representaciones populares sobre la sexualidad. En el texto referido, sus principales hallazgos se hallan contenidos en los siguientes preceptos:
a. La vida sexual no comienza solo con la pubertad, sino que se inicia con evidentes manifestaciones poco después del nacimiento.
b. Es necesario distinguir una neta distinción entre los conceptos de lo “sexual” y lo “genital”. El primero es un concepto más amplio y comprende muchas actividades que no guardan relación alguna con los órganos genitales.
c. La vida sexual abarca la función de obtener placer en zonas del cuerpo, una función que ulteriormente es puesta al servicios de la procreación, pero a menudo las dos funciones no llegan a coincidir íntegramente.
A partir de las anteriores afirmaciones, el Psicoanálisis puede ser considerado como revolucionario en tanto rompe con una moral burguesa e “hipócrita” (en sentido conflictivo). Destructor de mitos, derribador de ilusiones, Freud no hace transacciones con los tabúes y valores con respecto a la sexualidad humana. Siempre buscaba el hecho implacablemente, no importándole lo grave que fuera. La herida narcisista habría sido ocasionada no solamente por el descubrimiento y formulación del inconsciente, sino también por el descubrimiento de la sexualidad infantil en el ser humano, con todo su carácter perverso, como también por su formulación de las pulsiones de muerte o Tánatos. Fue sobre todo el descubrimiento de la sexualidad infantil lo que motivó el escándalo, ante lo cual no faltarían los que se atrevieron a pensar que: “¿cómo se atrevieron a pervertir a la inocente criatura?”, fue lo que clamaron hombres y mujeres que veían cerca al sepulcro sus viejas concepciones.
Se levantaron toda suerte de improperios contra quien formulara sus teorías sobre la sexualidad infantil al igual que al descubrir la “perversión” propia del infante. Y cuando habla de perversión no es en el sentido de valoración moral, puesto que tales valoraciones son muy ajenas al Psicoanálisis. De esta manera se queda sin piso la leyenda de la asexualidad infantil; la sexualidad que se entiende en la obra de Freud no es la del sentido popular, que la entiende en los términos biológicos de sistema genital y el acto sexual. Freud empleó el concepto “psicosexualidad” haciendo alusión a la inclusión de la esfera psíquica en el terreno de la sexualidad anatómico – fisiológica. Estas dos dimensiones son inseparables.
Entre los impulsos sexuales incluye, además, los sentimientos cariñosos y amistosos, o sea las tendencias sexuales coartadas en su fin o sublimadas, las cuales hacen parte de su teoría de las pulsiones. Es decir, las pulsiones sexuales también pueden ser empleadas en la creación de la cultura en su diversidad. Por lo anterior, puede afirmarse que la sexualidad ya no es vista desde la óptica reduccionista de lo meramente biológico, puesto que Freud instaura una reflexión nueva sobre la vida sexual humana.
Como se puede evidenciar, el concepto de sexualidad es uno de los que se consideran como pilares de la teoría psicoanalítica, tanto que a partir de él es necesario referirse a otros que guardan estrecha conexión, tales como pulsión sexual, libido, inconsciente, cuerpo y erotismo. Y, justamente, es a partir del último concepto como se pretenden hacer algunas lecturas reflexivas de lo que ocurre en la condición humana.
EROTISMO: ENTRE EL CUERPO Y EL PSIQUISMO
Antes de entrar en los escritos de Freud, lectura obligada en el tema del erotismo, resulta de gran valor retomar algunas de las propuestas de Georges Bataille (1997), quien ha hecho del erotismo un ingrediente fundamental en su literatura, causando gran perturbación en sus lectores. Observemos lo que dice el autor:
Podemos decir del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte. Propiamente hablando, esta no es una definición, pero creo que esta fórmula da mejor que ninguna otra el sentido del erotismo. Si se tratase de dar una definición precisa, ciertamente habríamos de partir de la actividad sexual reproductiva, una de cuyas formas particulares es el erotismo.
Bataille se encarga de hacer del erotismo un asunto nada escabroso, al contrario de como otros lo habían mostrado a partir de una inspiración supremamente moralista. Con el autor es posible encontrar las pistas para hacer del erotismo un tema de reflexión, que se conjuga con el toque sutil de intimidad que porta a su interior. Su apariencia de insoportable y de espinoso, toma un matiz de sensibilidad bajo la aproximación de este autor, al punto de afirmar que hay dos asuntos que están en el centro de la condición humana, esto es, lo que le otorgan el sello indiscutible: de un lado, la incorporación de la muerte a su existencia, y de otro lado, reconocer los trazos del erotismo en su experiencia de encuentro con el otro.
Nuestra tradición cultural, según el análisis hecho por Aller Atucha y Ruiz Schiavo (1994), ha heredado los designios de la moral judeo cristiana, con lo cual ha condenado toda expresión y función de la sexualidad que se aparte de su régimen al servicio de la naturaleza, en otras palabras, de la función reproductiva. En este orden de ideas, la propuesta de Bataille se compromete en una suerte de contundente denuncia al manifestar que el género humano es el único que puede hacer erotismo de su actividad sexual, porque a diferencia de los animales, tiene actividad sexual sin que necesaria e irreductiblemente medie el fin de procrear. En Bataille lo erótico se convierte en una cualidad que se concede a la relación sexual que no contempla a la reproducción como fin, tal y como el autor lo expresa:
En consecuencia, si el erotismo es la actividad sexual del hombre, es en la medida en que ésta difiere de la sexualidad animal. La actividad sexual de los hombres no es necesariamente erótica. Lo es cada vez que no es rudimentaria, cada vez que no es simplemente animal (Bataille, 1997, 33).
Se trata del erotismo en tanto se concibe como una forma tangencial de la actividad sexual reproductiva. Valga asumir, entonces, la sentencia que Bataille (1997) levanta a la manera de proclama, según la cual solo los hombres han hecho de su actividad sexual una actividad erótica (Bataille, 1997, p.15). En el erotismo se traduce una búsqueda independiente del fin natural dado en la reproducción y el cuidado consagrado a los hijos. Por tanto, “la actividad erótica (es) antes que nada una exuberancia de la vida” (Bataille, 1997, p. 15), aproximándose de esta manera a la muerte misma.
Con razón, Bataille enfatiza en el antagonismo de la reproducción y el erotismo, colocados en puntos absolutamente polarizados. “El erotismo se define por la independencia del goce erótico respecto de la reproducción considerada como fin, no por ello es menos cierto que el sentido fundamental de la reproducción es la clave del erotismo. La reproducción hace entrar en juego a unos seres discontinuos” (Bataille, 1997, p. 16). Asumiendo en este planteamiento que los seres que se reproducen son diferentes unos de otros.
En esta parte de la reflexión, no se puede excluir uno de los conceptos interesantes que maneja el autor en su libro El Erotismo (1997): la Discontinuidad. Concepto que implica a un ser que se debate entre la vida y la muerte, recorriendo la vida desde el nacimiento hasta su fallecimiento. “Cada ser es distinto de todos los demás. Su nacimiento, su muerte y los acontecimientos de su vida pueden tener para los demás algún interés, pero solo él está interesado en todo eso. Sólo él nace. Sólo él muere. Entre un ser y otro hay un abismo, hay una discontinuidad” (Bataille, 1997, p. 16 – 17).
Se trata de advertir una diferencia fundamental en los seres humanos, su discontinuidad, que se anuncia como un espacio trazado entre dos sujetos a la manera de ruptura, que en Bataille se puede leer de la siguiente manera:
Si ustedes se mueren, no seré yo quien se muera. Somos, ustedes y yo, seres discontinuos. Pero no puedo evocar este abismo que nos separa sin experimentar de inmediato el sentimiento de haber dicho una mentira. Ese abismo es profundo; no veo qué medio existiría para suprimirlo. Lo único que podemos hacer es sentir en común el vértigo del abismo. Puede fascinarnos. Ese abismo es, en cierto sentido, la muerte, y la muerte es vertiginosa, es fascinante (Bataille, 1997, p. 17).
Erotismo y muerte se convierten en las aristas de una misma figura, en la cual se debate el sujeto con sus emociones, sus pasiones y sus grandes temores frente a la finitud, con todo y lo fascinante que pueda parecerle.
A la luz de estos dos importantes conceptos, que pivotean de forma irremediable en la experiencia humana, no queda sino seguir la pluma del autor, para quien el erotismo alcanza su plenitud con la intervención de un “elemento de violación, o incluso de violencia, que la constituye” (Bataille, 1997, p. 23). La mejor imagen que descubre esta representación es la del Marqués de Sade, quien, en el acto de matar, alcanza la cumbre de la excitación erótica.
Con justa razón, puede afirmarse que el erotismo, en esta perspectiva, se sale de la escena amorosa tradicional de occidente, donde el romanticismo asume el protagonismo; más bien, aquí el erotismo se pinta con la connotación de la “violencia” que la constituye. Se trata de un erotismo cuyo guión se observa fácilmente en los relatos del Marqués de Sade, donde el “acto de matar” representa la punta de su extrema consumación: la muerte. En el paso de la actividad sexual considerada como normal al deseo hay una fascinación por la muerte.
La muerte, acompañante siniestra de la condición humana, tomará revelaciones especiales en cada una de las tres formas del erotismo, que según Bataille (1997) son: el erotismo de los cuerpos, el erotismo de los corazones y el erotismo sagrado. El autor en mención reconoce la dificultad que entraña la expresión “erotismo sagrado”, que prácticamente conlleva un contrasentido, pero concluye que hay que admitir que todo erotismo es sagrado (Bataille, 1997, p. 20), lo cual no significa que se refiera al amor de Dios. Sea que el erotismo tome para sí la apariencia de los cuerpos, de los corazones o de lo sagrado, siempre el erotismo está cubierto por la oscuridad; más, sin embargo, siempre procura llegar hasta lo más íntimo del ser en cada sujeto.
Los artificios aparentemente inocuos de que se vale el erotismo, por ejemplo a través de la sensualidad y del amor cortés, no alcanzan a dar cuenta de su real profundidad. El sujeto que muestra Bataille supera los límites que su razón le impone, exponiéndose a la mirada expansiva del otro y de sí mismo. Se despoja de sus ropas y sus ataduras para mostrarse tal cual es ante el otro, ingresando en un acto profundamente comunicativo, que abre las cerraduras que le imprimía su propia discontinuidad. De esta manera, dice el autor que muy a su pesar se despliega en él un “sentimiento de obscenidad” (Bataille, 1997, p. 22), con el cual se vuelca la pretendida posesión o control sobre sí mismo.
Si bien es cierto, no queda duda que es posible incorporar el asunto del erotismo en las coordenadas del ser humano, la situación se complica con el tema de la obscenidad. El erotismo suele rayar en lo obsceno; dice Bataille que ello se basa en la desposesión de los cuerpos durante el acto amoroso, en el estado de desarreglo en el que los cuerpos se hallan, en esa vorágine que se inicia con un primer movimiento que sería el de la desnudez. Este concepto, contrario al pudor, se refiere a aquello que se desnuda; palabras, imágenes y sinnúmero de demandas lujuriosas que muestran lo más íntimo del ser. La obscenidad presente en el erotismo existe también por la violencia y el exceso en el sentir, y por lo que de infantil se juega en ello.
Finalmente, queda una impresión bastante conflictiva, y por qué no paradójica, respecto del erotismo, dada su proximidad con la muerte, con la obscenidad, con ese toque de violación que despliega en las crestas de su movimiento de oleaje. En el erotismo deseamos perecer, ser continuos con el otro, fusionarnos con el amado, agredir la ferocidad de la discontinuidad esencial. Erotismo que se acerca a las fronteras distantes del amor, aproximándose tanto al objeto del erotismo como al objeto del amor, ambos igualmente evanescentes, a la manera de lo que ocurre con el objeto del deseo.
En la propuesta de Bataille (1997), el erotismo se reconoce en el sello de su narrativa, que si bien pretende dejar una huella para la posteridad, se establece en las coordenadas del presente. Erotismo de los cuerpos, de los corazones o en fin, erotismo sagrado, que como dirá el autor, siempre todo erotismo es sagrado; evidencian que el escenario donde se juegan es el de la violencia. Se trata de un campo que gravita entre la vida y la muerte, entre lo bello y lo trágico, lo dulce y lo violento.
El erotismo que resuena en la obra de Bataille (1997) compromete a la historia y el cuerpo, y lo hace en tanto es una experiencia que remite a las paradojas y la contradicción que reinan en lo inconsciente. Sus melodías o sus ruidos provienen del cuerpo y finalmente será él el único que podrá escucharlos, ya que contiene las huellas de las experiencias que en su momento lo reclamaron.
RETORNO A LOS TEXTOS DE FREUD SOBRE EROTISMO
Si Freud causó un descomunal rechazo y aversión con sus Tres ensayos para una teoría sexual (1905), mostrando a propios y extraños que la sexualidad adulta se construye según las leyendas, las exploraciones y aventuras que protagonizó el niño, y que no en vano nuestras sexualidades tienen el sello de la perversión, con Bataille asistimos a una puesta en escena del erotismo. El erotismo se viste de arrebato, de la violencia que lo habita; es un erotismo que se abre a la muerte; y a la vez, dadas las pretensiones de fusión que provienen del alma, también el erotismo firma un pacto de conciliación con la vida. Es la contracara del erotismo, mezcla azarosa de lo siniestro y mortífero, tanto como de una porción de carnaval a la vida que se desliza en las historias de los amantes.
Después de experimentar extrañas y abigarradas sensaciones con la pluma de Bataille, en especial con su magistral obra El Erotismo (1997), conviene volver sobre los fueros del Psicoanálisis, al cual el mismo Bataille siempre le dirigió su mirada con picardía. El concepto de erotismo y de sexualidad tiende a no tener ninguna distinción conceptual, en tanto provienen los dos de un tronco común, como lo es la pulsión sexual. Sin embargo, se encuentra en Humberto Nágera la elaboración apropiada que aporta el rigor teórico sobre este asunto conceptual, al afirmar que “el término ‘erotismo’ (o eroticismo) se usa con relación a las excitaciones y gratificaciones vinculadas con la actividad de la pulsión y experimentadas originariamente en ciertas “zonas erógenas”” (Nagera, 1968, p. 40).
Con una pretensión de hacerle un seguimiento histórico al concepto de erotismo, Humberto Nágera (1968) se interna en la obra de Freud para capturar allí su proceso de elaboración. El autor manifiesta que hasta donde ha sido posible verificarlo, se considera que Freud usó el término “erotismo” por primera vez en “La ilustración sexual del niño” (Freud, 1908). Retomando a Freud, Nágera realiza una primera caracterización de la temprana infancia, diciendo que:
Este período de la vida, durante el cual un cierto monto de placer de carácter indudablemente sexual es producido por la excitación de distintas partes de la piel (zonas erógenas), por la actividad de algunos instintos biológicos y como una excitación complementaria en muchos estados afectivos, recibe el nombre de período de autoerotismo, utilizando un término introducido por Havelock Ellis. La pubertad se limita, luego, a reconocer la primacía de los genitales sobre todas las otras zonas y fuentes productoras de placer, forzando así al erotismo a ponerse al servicio de la reproducción (Nagera, 1968, p. 41).
Con relación a los renglones anteriores, Freud en su texto de “La ilustración sexual del niño” (1908), dice que la idea de que los niños son engendrados por un beso, muestra el predominio del erotismo oral. En la revisión que hace Humberto Nagera, se da cuenta que Freud utiliza las expresiones “erotismo oral” y “erotismo anal” para designar las “excitaciones que surgen de las zonas erógenas, los impulsos, deseos, y actividades pertenecientes a las pulsiones sexuales parciales que están vinculadas a las zonas y funciones corporales y a las fases pregenitales de desarrollo sexual que están dominadas por zonas erógenas específicas” (Nagera, 1968, p. 41 – 42).
Siguiendo con la reflexión exhaustiva al concepto de erotismo, Nágera hace notar que en una revisión hecha en 1920 a sus Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), “Freud dice: “... desde el inicio de la vida sexual de los niños pueden comprobarse los comienzos de la organización de los componentes sexuales infantiles. Durante una primera etapa, verdaderamente temprana, el erotismo oral ocupa la mayor parte del cuadro. La segunda de las organizaciones pregenitales se caracteriza por el predominio del sadismo y del erotismo anal...”” (Nagera, 1968, p. 42). De igual manera, se observa que en una nota del año 1920, “Freud utiliza las expresiones “erotismo anal”, “erotismo uretral”, como sinónimos de los “componentes erógenos particulares” y también de las “disposiciones”” (Nagera, 1968, p. 42) y, de esta manera, justifica el significado dado anteriormente al concepto “erotismo”.
A la ampliación del concepto freudiano de erotismo, cabe señalar que éste permite abarcar una variedad de pulsiones derivadas, afirmación que llegó como “resultado de la evidencia de la plasticidad de las zonas erógenas, y de la capacidad que poseen de sustituirse las unas a las otras con relación a la gratificación o la excitación”, tal y como lo afirma Nágera (1968, p. 42). Y, además, al hecho de que muchas otras zonas, órganos y funciones del cuerpo puedan, por una vía afectiva o procesos de pensamiento de gran carga pulsional, convertirse “en el asiento de nuevas sensaciones (sexuales) y de cambios en la inervación” (Nagera, 1968, p. 42), que contribuyen a desencadenar una gran variedad de síntomas neuróticos.
Finalmente, en este recorrido teórico conceptual otro autor que marca un hito en la comprensión de la sexualidad y del erotismo es Michel Foucault. Afirmaba de la vida que era una obra de arte, y en los últimos años insistió mucho en el esteticismo como un proceso de transformación individual: “es imposible haber trabajado tantos años, para estar repitiendo lo mismo y no haber cambiado, esta transformación de uno mismo por el propio saber es en mi opinión algo cercano a la experiencia estética” (Foucault, 2003, p. 97).
Argumenta, además, cuando hace referencia al arte erótico oriental, que la verdad es concebida como placer en sí mismo comprendida como una práctica y acumulada como experiencia; el placer no es considerado con relación a una ley absoluta de lo permitido y lo prohibido, sino primero y principalmente con relación a sí mismo; es experimentado como placer evaluado en términos de su intensidad, su cualidad específica, su duración y sus resonancias en el cuerpo y el alma.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Encuentro en mi vida millones de cuerpos;
de esos millones de cuerpos puedo desear centenares;
pero, de esos centenares, no amo sino uno. El otro
del que estoy enamorado me designa la especificidad de mi deseo.
- Roland Barthes
El Erotismo está Tejido de Mensajes Con-Sentido
La conceptualización sobre el erotismo tiene múltiples posibilidades de aplicabilidad, para efecto de comprender la manera como el ser humano realiza sus investimientos libidinales, y en particular de cómo ocurren los movimientos con el erotismo, sea referido hacia su propio cuerpo tanto como cuando dirige su mirada a otro colocado en posición de objeto de amor.
Por tanto, en la reflexión sobre el concepto de erotismo, un asunto que recibe significativa consideración es el referido a la obtención del placer, en particular de cómo el placer puede derivarse en condiciones de desgenitalización, esto es, no solamente a través del acto sexual como tal, sino más bien, encaminando la búsqueda del placer en el acompañamiento mutuo, el apoyo y el desarrollo de actividades que se puedan asumir en pareja.
El axioma que circula en estas consideraciones teóricas estriba en conseguir y mantener las relaciones amorosas en términos de la estabilidad, esto es, de una suficiente duración en el tiempo y de la responsabilidad como el valor organizador del acontecimiento amoroso, donde la pareja logre encontrar un mayor éxtasis de entregar su cuerpo transmisor de erotismo a la persona que lo merezca de verdad y no hacerlo por el empuje biológico hormonal, lo cual los llevaría a actuar de forma instintiva y no según los designios del deseo.
En términos del erotismo, es evidente que los sujetos se encuentran a expensas de mensajes que circulan y determinan las complejidades del encuentro con el objeto de amor, siendo su intención avanzar con su propio paso hacia el sendero del placer, como la expresión que da cuenta de los designios de la sexualidad humana.
Se trata del peso de la masificación manipulada por los estándares de moda y belleza mundial, dejando de lado la particularidad del deseo. Lenguaje de la sexualidad y del amor que se ha dejado seducir e inducir por el ejercicio dirigido a la reproducción o a una prueba de amor acelerada; una gramática que deja de lado el valor de un encuentro exclusivo, que reclama el valor de la singularidad, de colocar sobre el tapete a dos seres que hablan desde su ser, portando los estandartes de un cuerpo y un alma que se ha nutrido de los mitos y rituales regionales y universales en torno al amor.
Para efectos de ampliar la reflexión, es importante ir hacia la lectura de Lacan, quien afirma que:
El mito es precisamente lo que puede ser definido como otorgando una fórmula discursiva a esa cosa que no puede trasmitirse al definir a la verdad, ya que la definición de la verdad solo se apoya sobre sí misma, y la palabra progresa por sí misma, y es en el dominio de la verdad donde ella se constituye (Lacan, 1953, p. 2).
Siendo ésta una lógica que gira sobre los pilares del inconsciente, que solo es posible reconocer a través de las representaciones subjetivas y exclusivas que le dan un sentido a la historia amorosa. Y es por eso que para el Psicoanálisis en cada sujeto habita el mito, que posteriormente va a construir y permitir la interacción social, siendo ésta el lugar donde ocurre el establecimiento de lazos amorosos en el cual participan activamente las memorias o recuerdos mnémicos que el inconsciente atesora como la base de indagación puesta al servicio de elegir y encontrar su objeto de deseo, a través de manifestaciones sexuales, amorosas y eróticas.
El mito, con el carácter de verdad que lo define, se convierte en la trama simbólica que ejerce la mediación, la posibilidad de darle sentido a las cosas. Sujetos que se han encargado durante su vida, de agregarle más historias al mito, de hacerlo más denso, incluyendo en él toda una serie de historias que provienen de los diferentes escenarios donde interactúan. Las palabras y mensajes provenientes de los padres, de los medios de comunicación y las instituciones oficiales (como la escuela – Universidad, la Iglesia y el discurso hegemónico del Estado) se han encargado de complejizar el mito. En ese sentido, la concepción del mito toma el camino que en la actualidad es posible reconocer en él: el mito tiene un cierto orden, una estructura y unas organizaciones para su narración, pero también es cierto que en el mito se puede reconocer una curvatura, lo cual significa que puede cambiar con el paso de los años.
En el caso de la juventud, cuando se escuchan sus historias respecto a su vida erótica, revelan la manera como en ellos se moviliza el mundo de sus pensamientos, sus sentimientos, sus emociones y sus prácticas amorosas. Todas estas dimensiones se escenifican en lo que ocurre con el cuerpo del joven. En las historias cotidianas de los sujetos pueden reconocerse una serie de matices corporales, haciendo del cuerpo el lugar para el acontecimiento de la sexualidad y la subjetividad. Fruto de una ola avasalladora de represión y censura a la vivencia y ejercicio de la sexualidad, al joven le corresponde construir escenarios alternos para su erotismo, donde el deseo pueda encontrar vías para su expresión. El bar, la calle, el parque a oscuras, los pequeños moteles, las fiestas de fin de semana o los paseos a las periferias de la ciudad, se confabulan para que el joven logre desengranar el freno que la cultura ha colocado a la pulsión sexual; y no importa que de tal fatigante y apasionante destino se asuman consecuencias fatales para la vida misma: tal parece que están dispuestos a pagar cualquier precio, solo con el afán de conseguir una vivencia placentera.
Y valga la pena aprovechar este tramo final del texto, para afirmar que resulta significativo encontrar en los jóvenes la existencia de vestigios de cuerpos con bloqueos para su encuentro con la alteridad, con profundos temores de perderse en la presencia del otro. Cuerpos rígidos que proceden de familias que esculpen las identidades con instrumentos recios, con dolor y mansedumbre. Jóvenes con miedo para sacar sus sonrisas, y por ello prefieren refugiarse en la internet, la televisión o los escenarios cerrados donde se ofrece la pornografía comercial. Cuerpos y discursos en los que se reconocen los bloqueos para revelar lo paradójico del amor, esto es, su profundidad y su simpleza. Cuerpos y discursos con temor a manifestar un adiós necesario ante una relación que no les ofrece un ápice de bien-estar, y terminan petrificados por el miedo a la soledad, a ése vértice de la sociedad que se asoma para paralizar a un joven que aún le cuesta mucho trabajo tomar decisiones.
REFERENCIAS
Aller Atucha, L., Ruiz Schiavo, M. (1994). Sexualmente irreverentes. Brasil: Edição Comunicarte.
Barthes, R. (2004). Fragmentos de un discurso amoroso. Décimo séptima edición en español. México: Siglo Veintiuno Editores S.A.
Bataille, G. (1997). El erotismo. 1ª edición en col. Barcelona: Tusquets Editores, S.A.
Foucault, M. (1977). Historia de la sexualidad.
Tomo I. La voluntad de saber. Novena edición en español. México: Siglo XXI Editores.
Foucault, M. (2003). El yo minimalista y otras conversaciones. Selección y traducción de Gregorio Kaminsky. Buenos Aires: La Marca.
Freud, S. (1908c). La ilustración sexual del niño. Cuarta edición. Madrid: Biblioteca Nueva, tomo II.
Freud, S. (1905). Tres ensayos para una teoría sexual. Madrid: Biblioteca Nueva, cuarta edición, tomo II.
Freud, Sigmund Freud. (1938 [1940]). Compendio del Psicoanálisis. Madrid: Biblioteca Nueva, cuarta edición Tomo III.
Lacan, Jacques. (1953). Seminario 0. El mito individual del neurótico. Paris, 1953 [s.f.].
Nágera, Humberto. (1968). Desarrollo de la teoría de la libido en la obra de Freud. Buenos Aires: Ediciones Horme S.A.E.