Belén Galeano
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Estudiante de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República Oriental del Uruguay.
Correo electrónico: belugaleano@gmail.com
Recibido: 26 de Junio de 2009
Aprobado: 28 de Octubre de 2009
Referencia Recomendada: Galeano, B. (2010). Ser y estar: mujeres que envejecen en el siglo XXI. Intervención grupal desde una perspectiva psicoanalítica. Revista de Psicología GEPU, 1 (2), 69 - 86.
Resumen: Cada ser humano es parte de una determinada cultura que limita y posibilita su existencia; ella nos construye a la vez que hacemos intentos por construirla. Es un proceso continuo, como la vida en general: nacemos, crecemos, nos desarrollamos y morimos, ciclo sagrado y natural que se repite sin pausa. La cultura nos trasciende, y mientras existimos nos moldea, estamos hechos de previas construcciones que otros posibilitaron, y formamos parte del legado cultural que actualmente construimos para el futuro de otros. El presente trabajo se referirá al peso que tienen determinados esquemas en las posibles construcciones de las identidades tanto singulares como colectivas. Sobre este eje, recorreré los temas que despertaron mi interés a partir de la pasantía realizada en un pasado año: género femenino, edad avanzada y siglo XXI. Planteado esto, la pregunta que me formulo es: ¿Cómo se conjugan las premisas de nuestra sociedad que refieren al ser mujer y al estar viejo en la identidad como constructo?
Palabras Claves: Mujer, Cultura, Vejez, Identidad.
INTRODUCCIÓN
En el marco de la pasantía del “Servicio de Psicología de la Vejez”, me vi durante el año 2007 transitando un camino hasta el momento desconocido para mí, enfrentándome a la experiencia de coordinar un grupo de reflexión de adultas mayores.
Desde una mirada que puedo realizar hoy en perspectiva, son muchas las reflexiones, las hipótesis y preguntas que surgen a partir de esta práctica; una especie de “desorden” de nociones, ideas y conceptos que refleja la vertiginosidad de un proceso de aprendizaje contundente.
Mediante la realización de este trabajo, lo que me propongo es la elaboración de una síntesis integradora de mis intereses a nivel académico, surgidos tanto a partir del contacto con la bibliografía recomendada como a nivel vivencial en el grupo de reflexión mismo. El modo en el que haré este recorrido, será el siguiente: comenzaré por contextualizar mi pasantía, ya que a lo largo del trabajo intentaré articular conceptualizaciones teóricas con la práctica y lo que pude vivir y observar en el grupo de reflexión.
Continuaré desarrollando cada uno de los conceptos que considero claves en el presente trabajo, para luego hacerlos confluir en una reflexión que pretenderá ser crítica y constructiva. Finalmente, esbozaré un abreviado análisis de mi implicación, dado que lo considero fundamental en este tipo de elaboración teórica, que habla mucho de uno mismo a través de los intereses planteados.
CONTEXTUALIZACIÓN
Dentro del Servicio de Psicología de la Vejez, mi práctica se situó en el programa “Intervenciones con Grupos y Organizaciones de adultos mayores”, sustentado por un convenio con la Intendencia Municipal de Montevideo. Las intervenciones que se realizan en este marco son variadas, respondiendo a la demanda que cada organización, institución o grupo realiza.
La tarea que realicé dentro de esta pasantía fue la de co-coordinación de un grupo de reflexión de un variado número de adultas mayores, de entre 3 y 6 integrantes, quienes mantenían esta actividad desde hace unos 5 años aproximadamente. El nombre del grupo era el mismo que el que tenía el conjunto de cooperativas de viviendas al que pertenecían, y casi todas participaban de la Comisión Directiva del Comité de Jubilados del Complejo.
Comenzando en mayo y finalizando en noviembre, tuvimos un total de 18 encuentros semanales de una hora y media de duración. Se planteó por parte de la coordinación el objetivo de reflexionar críticamente a cerca de la vida cotidiana, propiciando la desnaturalización y dando lugar a la problematización.
A pesar de la experiencia con la que contaban en los grupos de reflexión “con los chicos de psicología” (1), las expectativas que tenían en relación al mismo se alejaban un poco de lo que nosotras como coordinación planteamos. Ellas destacaban la importancia de “combatir el aislamiento”, aunque también lo consideran “un rato que tenemos para hablar cosas que no se comentan comúnmente”. Se dio por momentos durante el proceso cierta interferencia con lo anecdótico y referencias a cuestiones personales, situación que persistió a pesar de ser explicitada por parte de la coordinación.
Los temas abordados surgieron fundamentalmente en base a sus intereses, lo más recurrente fue el tema de las diferencias intergeneracionales: “nosotros no nos arrimamos a los jóvenes y los jóvenes no se acercan a nosotros tampoco”, “los jóvenes no aceptan la experiencia que les podemos brindar”.
Los temas más resistidos fueron el futuro: “Ya hemos cumplido, ya trabajamos y ahora disfrutamos la jubilación”, “¿Qué futuro vamos a tener nosotras?”, y la muerte. Cuando surgía este último tema, se suscitaban chistes, escapándole por la tangente a la ansiedad, decían tajantemente que ellas no pensaban en la muerte ni hablaban de eso.
Ellas se definen por la diferencia, ya sea por la edad, encontrando la alteridad en el espejo que el joven les devuelve, o por el género, aludiendo siempre a lo femenino vs. lo masculino en relación a cómo era vivido esto antes y cómo lo viven ahora. Necesitan del pasado para pensarse actualmente, y no logran sin embargo proyectarse en un futuro por más cercano que éste sea.
A partir de aquí es que nace en mí el interés por esta articulación de temáticas que hice confluir en una pregunta que implica pensar la identidad misma como constructo.
IDENTIDAD: SER Y ESTAR
Pensar la identidad resulta quizá demasiado abarcativo y abstracto; sin embargo creo que es posible sintetizarlo en pocas palabras: ser y estar; estructura y devenir, esencia y circunstancia. Se me ocurren además otros términos: alteridad, reconocimiento, self, singularidad, identificaciones, entramado, complejidad.
Nos vamos modificando a lo largo de la vida debido a las distintas experiencias a las que nos enfrentamos, devenir constante que refleja un estar siendo de una determinada manera en un tiempo y espacio en particular, en una etapa “x” de nuestra vida. Permanece sin embargo un reconocimiento de uno mismo, una estabilidad que hace a nuestra autopercepción de lo que somos. Pienso este interjuego como constitutivo de lo que es la identidad, eterna dialéctica que construye y deconstruye constantemente hasta nuestro límite último: la muerte.
Para pensar la identidad, considero fundamental tener en cuenta los diferentes ámbitos por los que el sujeto circula, los roles que allí se desempeñan, las modificaciones en sus variados entornos y sus repercusiones. El contexto social y familiar, sus atravesamientos; los tiempos pasado, presente y futuro, anudados en un único tiempo subjetivo.
De la importancia del otro en todo este proceso, no hay dudas: somos seres sociales, nacemos en el seno de un grupo reducido, primario, y en nuestro desarrollo vamos integrando otros grupos, llamados secundarios que hacen a nuestra identidad colectiva, que no es una sino varias, ya que pertenecemos a diferentes círculos sociales que se suceden y se superponen. Todos ellos van moldeando nuestra identidad, y nuestro sentido del sí mismo se va sintetizando a partir de los múltiples procesos identificatorios.
Joaquín Rodríguez (2007), planteando su visión a cerca de conceptualizaciones lacanianas expresó que “lo único singular es cómo está pegada una parte con la otra y ese, es ese rasgo típico que nos hace únicos (…) y es una partícula elemental de la identidad” (Pág. 14). Se refiere a cómo incorporamos los diferentes procesos identificatorios a nuestro yo, que le van dando forma a un sentido de “sí mismo” que nos brinda una ilusoria sensación de autenticidad.
Diversas líneas teóricas dan cuenta de la importancia que tiene la presencia del otro significativo en la edificación de la propia identidad, tanto desde el psicoanálisis y sus diversas ramificaciones como desde de la psicología social.
Kernberg (1976) plantea una serie de pasos evolutivos en la organización de la identidad y en su integración: “se destaca la simultánea constitución del sí mismo como estructura resultante de la integración de múltiples autoimágenes y de las representaciones objetales” (2).
En 1921, en “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud estudia el interjuego de “la problemática del sujeto en los procesos históricos y sociales” y “la problemática de los procesos histórico y sociales en el psiquismo singular de cada persona” (Fernández & Protesoni, 2002). Deja allí en claro que “en la vida anímica del individuo, el otro cuenta con total regularidad como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo” (Freud, 1921).
En este sentido, Erikson (1968) en la elaboración de su teoría epigenética da cuenta del peso que tienen los componentes socioculturales en la constitución de un yo. Por medio de la Teoría del Desarrollo Psicosocial, distingue ocho etapas a lo largo de la vida, en las que se presenta un conflicto particular, que será resuelto de manera positiva o negativa, dando lugar a nuevas características personales.
En 1950, Erikson comenzó una conceptualización de lo que sería una identidad “normal” y lo que implicaría cierto grado de patología. Definió la identidad como la síntesis general de las funciones yoicas, destacando al mismo tiempo la importancia de comprenderse dentro de lo que es la identidad del grupo al que se pertenece.
También es necesario tener en cuenta el tiempo futuro, que permite proyectarnos y seguir siendo. Piera Aulagnier (1977) plantea que la existencia de un proyecto identificatorio es condición necesaria para instaurar un tiempo y espacio futuros, implicando éste “la autoconstrucción continua del Yo por el Yo” (Aulagnier, 1991). Para que dicho proyecto identificatorio pueda tener lugar, es necesario que entre el yo presente y el yo futuro exista una distancia, falta ante la cual pueda surgir la promesa narcisística de llegar a ser el ideal.
En el grupo de reflexión, vimos desde la coordinación que las viejas constantemente utilizaban un anclaje en el pasado para hablar del hoy, por lo que un día decidimos arriesgarnos a romper este mecanismo, planteando una propuesta que tenía que ver con pensar en su futuro. Como proyecto de vida, escribieron: “…seguir viviendo y disfrutar lo más que pueda”, comentaron: “…yo lo escribí pensando en hoy, no sé si está bien”, desearon: “…que los nietos vayan llegando a lo que se van proponiendo”.
Advenir en la dimensión del futuro vehiculizado por el yo, implica el posicionamiento de un sujeto activo que tiene dentro del proceso de construcción de su identidad la capacidad de re-invención y la oportunidad de crear lo inédito. Me llamó particularmente la atención que estas señoras no pudieran pensarse más allá de hoy por hoy, me pregunté dónde queda el deseo, el deseo de ser.
TIEMPO Y CULTURA
Castoriadis (1989) plantea que lo que instituye una sociedad, son las significaciones, que arbitrariamente se instituyen a sí mismas, en relación a lo que habla de un imaginario que “no es imagen de. Es creación incesante y esencialmente indeterminada (social-histórica y psíquica) (…) Lo que llamamos “realidad” y “racionalidad” son obras de esta creación” (Pág. 29).
El imaginario social tiene como mecanismos la insistente repetición de las narrativas, que invisibiliza lo diferente a la vez que ocultan los procesos, dando lugar a la naturalización y a una violenta normalización. Otro mecanismo que implica también cierta violencia simbólica, son los sutiles deslizamientos de sentido que conllevan la adhesión a identidades cristalizadas. Todo esto tiene que ver además con la tendencia a eliminar contradicciones, lograda a partir de un juego de negaciones, exaltaciones y anulaciones.
En el presente trabajo mi intención es pensar cómo estos mecanismos constantes e invisibles han tomado cuerpo y han moldeado los cuerpos a través de dos construcciones: el género femenino y el envejecimiento. En el grupo de reflexión pude ver traslucirse una serie de cuestiones no registradas por las viejas mismas, que hablan a través de ellas de la época en la que les tocó vivir en nuestro país.
Barrán (2004) en “Historia de la sensibilidad en el Uruguay”, realiza un recorrido entre lo que él define como “cultura bárbara” y la “sensibilidad civilizada” que comienza a instalarse a principios del siglo XX. Esta mutación que se venía gestando en el hacer, pensar y sentir, no es azarosa, tuvo que ver entre otras cosas, con un nuevo modelo socioeconómico que nos había convertido en un país “moderno”, que nos llevó a ingresar al mundo capitalista.
Las viejas con las que trabajamos en el grupo de reflexión, nacieron en el marco mundial de la Segunda Guerra, entre 1930 y 1940, década en la que se distinguía ya con claridad en nuestro país, una nueva clase obrera de una “burguesía uruguaya”. Esta última, junto al innegable peso de la Iglesia Católica y sus mandatos morales, construyeron un verdadero ORDEN social.
No hay construcción posible de ningún modelo cultural sin inhibir las pulsiones (…) Este modelo civilizado reprimía severamente algunas –la sexual, por ejemplo- y encauzaba otras a favor del progreso económico; por ejemplo: la agresividad y la violencia física transformadas en competencia y fuerte individualismo (Barrán, 2004).
Se alabó el orden, el ahorro, el trabajo, la familia, la intimidad, la salud de la mano de la higiene. La producción y la reproducción funcional y utilitaria. Como contracara, este disciplinamiento implicó la reprobación del ocio, la negación de la muerte en cierta medida, la sexualidad reprimida y ocultada por la discreción y el silencio. Los uruguayos nos volvimos serios y obedientes.
Estas señoras que crecieron con valores rígidos y una educación severa, se muestran a veces desconcertadas ante los enormes cambios del siglo XXI, que se han producido por supuesto a nivel global: “A veces te cuesta adaptarte a nuevas formas de funcionar”. En su día a día registran novedades que agradecen y otras que reprueban, sobre todo en los vínculos humanos: hombre – mujer, joven – viejo:
“…mi abuela, después que se hacía las cosas de ella, era tejer e ir a la iglesia… era como una vida vegetal”
“… ha cambiado mucho todo, fíjate que antes la mujer no trabajaba, ni mi abuela ni mi madre trabajaron, pero yo tuve que salir a trabajar y fueron mis padres que cuidaron a mi hija, y es otra forma de ser”
“En muchas cosas se avanzó, me acuerdo de mi madre que vivía para su casa y sus hijos; se avanzó en los derechos de la mujer, principalmente”
“… ahora la persona de la tercera edad tiene menos dificultad, ahora tenemos más apoyo, ahora nos animamos más”
Respecto a cómo se relacionan hoy los jóvenes: “… ya nosotros a eso no nos vamos a adaptar” “No precisamos adaptarnos porque ya tenemos la vida hecha, formada, pero se ve que no son tan sanos como éramos nosotros antes…”
Teniendo en cuenta las herencias ya mencionadas a cerca de cómo se esperaba que una joven se comportara, no es extraño que no comprendan el comportamiento de las jóvenes de hoy. A partir de aquí vemos varios elementos interesantes que surgen del entretejido entre las diferentes generaciones que transmiten, demandan, rechazan, imponen, confrontan, asumen, espejan.
Es importante además considerar dentro de los procesos históricos que atravesaron la vida de estas señoras, el peso que pudieron haber tenido los períodos dictatoriales. Uno ocurrido un par de años antes del `40, y el otro más acá en la historia, que comenzó a gestarse a fines de los ´60, culminando en los ´80, teniendo repercusiones y secuelas hasta el día de hoy. Destaco el hecho de haber vivido el Terrorismo de Estado sobre otros acontecimientos históricos, dado que como sociedad entera aprendimos a vivir con secretos a voces, aprendimos a negar una realidad evidente que obturó toda posibilidad de elaboración.
Pensando en las viejas y en la construcción de su subjetividad, la restricción de libertades pudo haber acentuado miedos que habían empezado a desafiarse, la violencia instituida pudo ser más fuerte que cualquier rebeldía que comenzaba a manifestarse.
SER MUJER
Para la especie humana, “vivir atormentados de sentido es la parte más pesada” (3); sentido, razón, conciencia que entre otras cosas ha transformado a la hembra de dicha especie en “mujer”. Ha sido todo un desafío a lo largo de los siglos, haber tenido que soportar semejante invención, cargadas de significado que rebasa infinitamente su fisonomía y su componente biológico. Se le llama “género femenino”.
Todo tipo de discursos, desde los más populares hasta los más científicos, en innumerables oportunidades han excluido a la mujer de diferentes ámbitos y derechos: el trabajo, la educación, la política, su propio cuerpo, así como del placer sobre todo sexual, la ira, la libre expresión, la voz y el voto. Un movimiento trascendental que le hizo frente a esta situación, fue el feminismo, una fuerza surgida en Europa en la segunda mitad del XIX, que luego se expandió ampliamente, ganando territorio principalmente en culturas occidentales. Eso trajo algunos vientos de cambio, y algunos índices de smog, claro está, ya que no fue sencillo desprenderse del esquema machista y paternalista ante el cual se revelaba sin reflejar las mismas cuestiones que decían rechazarse.
“Margarita era joven, delicada, dulce, y Pancho era un gaucho bruto”, comentó inocentemente una de las viejas en el grupo de reflexión, refiriéndose a dos personajes de su infancia que recordaba con cariño. Se trasluce un modelo de feminidad construido sobre la base de características contrapuestas a lo que sería la “masculinidad”.
La mujer atrapada por el sistema de la familia burguesa asumió el rol que le habían asignado los hombres que la dominaban. Se quiso bella y ociosa, se vio débil, dulce, tierna, delicada, pasiva, niña, adorno, histérica y tonta, en una palabra, “femenina” (Barrán, 2004).
Las viejas integrantes del grupo de reflexión, formaron parte de una fuerza de trabajo que reducía distancias entre los géneros, fueron mujeres tan activas y laburadoras como cualquier hombre. Gozaron además de la disolución de otra distancia impuesta del mundo masculino, ya que en nuestro país se logró en 1932 la aprobación del voto femenino. De todas formas, “las identificaciones alienantes se hunden en la línea de lo transgeneracional y llegan al psiquismo (…) como impactos bajo la lógica de los signos de percepción” (Gomel, s.f.).
La generación precedente había dejado una herencia nada fácil de amalgamar con las nuevas modalidades de ser mujer que estaban experimentando. Así mismo, las generaciones posteriores mostraron formas aún más novedosas de vivir el género femenino, muchas veces difíciles de asimilar para las viejas.
Habían aprendido de sus madres y abuelas que el rol de la mujer se remitía al hogar, la familia, los hijos. “En el tiempo de nuestras madres no se trabajaba. Yo me acuerdo que las madres estaban para eso, tenían ocho o diez hijos… ¡lo que es la vida!”. La constitución biológica de la mujer, permitió naturalizar el hecho de la maternidad, habiendo entonces pocas alternativas diferentes. Enmarcado esto en la institución matrimonial, legitimó la sexualidad por su fin reproductivo, haciendo a un lado la posibilidad y el derecho de la mujer al placer, restricción por cierto, con la cual el hombre no contaba. “Antes era así, se aguantaba”.
La familia nuclear, unida por lazos afectivos, considerada pilar elemental de la sociedad se había instalado en el imaginario de la mano de la industrialización, como ideal, resultando tan funcional y efectivo que rápidamente se naturalizó y hasta el día de hoy vemos múltiples efectos de su vigencia.
Freud señala cómo recae sobre la mujer tanto la degradación como la sobreestimación produciéndose dos significantes contrapuestos: madre- prostituta (Sánchez, 2004).
Al respecto, sigue a continuación un fragmento de un diálogo producido en uno de los encuentros del grupo, respecto al “Ser mujer”:
- “Es lo más bonito que puede haber”
- “La maternidad es lo más lindo”
- “No sólo la maternidad, podés ser respetada como mujer igual”
Se hace evidente mediante estas palabras el atravesamiento de lo instituido y sus correlativos emblemas identificatorios que se van inscribiendo en nosotros con una sutileza tal que nos hace sentirlo natural y propio, dos ficciones. Estos emblemas pertenecen a discursos de orden y constituyen una fuerte dimensión de poder.
Desde el “parirás con dolor” en adelante, el género femenino ha vivido acusaciones y condenas de todo tipo, se nos ha llamado “brujas”, se nos ha comparado con los hombres y se nos ha visto “incompletas”, se nos ha empujado a la construcción de una identidad unívoca, mostrándonos como destino la maternidad.
Ser mujer, implicaba ser madre en algún momento, y ser “una buena madre” se entendía y se entiende aún algunas veces, como el dedicarse por entero a los hijos, dejar que esa madre gane terreno sobre la mujer. Esta mujer-madre, o mejor dicho esta madre-mujer, tendría sentido de ser por sus hijos, en ellos estarían puestas las expectativas, los proyectos, el futuro, su propia identidad.
A estas viejas les tocó transitar un período en el que pudieron habitar nuevos espacios y roles impensados por sus madres y abuelas, pero fueron generaciones posteriores, hijos y nietos que lograron apropiarse -en parte- de lo que estos cambios implicaron:
“Hoy la vida es distinta, el hombre tiene que ayudar en la casa tanto como la mujer”
“Antes ¡mirá si un varón iba a cambiar una criatura! Y ahora, yo admiro eso”
“Ahora la mujer se independizó y trabaja, y ya no aguanta ni la mitad”
“Ahora la mujer se está dando el valor que se merece”
ESTAR VIEJO
De los libros aprendí que coexisten actualmente dos paradigmas acerca de la vejez; en el grupo de reflexión, las viejas me enseñaron que no se trata sólo de formas posibles de pensar dicha construcción social, sino que implican también lineamientos que trazan modalidades de cómo puede ser vivida esta etapa. ”…ahora: no hay que quedarse, porque si nos encerramos vivimos la misma vida de antes, ni más ni menos.”
Como sabemos, la vejez es una producción de sentido más; desde un modelo tradicional, se la puede pensar como una etapa deficitaria, de involución, vinculado a prejuicios homogenizantes (4) asociados a la pasividad y la dependencia (5). Por el contrario, un nuevo modelo de desarrollo piensa la vejez como otra etapa más en la vida, con carencias y potencialidades, como todas las demás, destacando la importancia de mantenerse activo (Madox, 1973).
Dentro de “las ocho edades del hombre” que distingue Erikson, se encuentran finalizando la escala la adultez, donde se presenta un conflicto entre la generatividad (productividad, creatividad) y el estancamiento, y de acuerdo a su resolución será el pasaje a la última etapa: la vejez. En la también llamada “mediana edad”, se producen en el individuo algunas modificaciones que serán muy útiles tener en cuenta a la hora de pensar el tránsito a su propia vejez. Salvarezza (1988) habla de tres características fundamentales: el incremento de la interioridad, el cambio en la percepción del tiempo y la personalización de la muerte.
Dentro de la cadena generacional, se percibe el crecimiento de los hijos, el envejecimiento de los padres y su muerte tal vez, concientizando a la persona de los efectos del paso del tiempo en los que él mismo está implicado. La muerte - incertidumbre, se presenta ya no tan lejana, conteniendo en sí, una sola certeza: nuestra finitud. A partir de aquí es que se incrementa “la interioridad”, se incrementa la inquietud por el mundo interno, es tiempo de revisiones.
En la vejez el conflicto que se establece según Erikson, es entre la integridad del yo y “la desesperación”, la cual será resuelta de acuerdo a cómo se ha vivido hasta el momento, a las capacidades de acomodación a distintas etapas vitales y a los recursos internos de cada persona.
La vejez es el proceso de elaboración y resignificación de la historia de investiduras, que conmocionan las estructuras constitutivas (narcisística, edípica y proyecto identificatorio), transformaciones de su subjetividad que, cuando se resuelve, alcanza la nueva posición (Petriz, s.f.).
Se arriba a la integridad cuando aquel incremento de interioridad en la mediana edad se ha producido en términos positivos, implica la reminiscencia, ese modo de recordar la historia propia con una afectividad que no impide disfrutar del presente y proyectarse a un tiempo futuro, “… la memoria no sólo contribuye a un sentido de continuidad, sino que también es selectiva, con el propósito de conservar un sentido de significación personal” (Salvarezza, 1988).
Por el contrario, la llamada “desesperación” es el correlato del estancamiento en la mediana edad, la nostalgia de lo que fue o de o que pudo haber sido, ataca al narcisismo al sentir que el tiempo es insuficiente para alcanzar un yo ideal demasiado lejano. Esto sucede cuando no se pudo lograr la integridad, que por supuesto depende de factores personales pero también tienen un peso importante algunos prejuicios sociales que circulan y que se relacionan con el paradigma más antiguo acerca de la vejez.
Empezando por el desventurado comentario de que el Uruguay “es un país de viejos”, son varios los prejuicios a cerca de la vejez con los que convivimos día a día en nuestro país.
Se generaliza a los viejos, homologando todas las diferencias que pueden existir en el proceso de envejecimiento, sin embargo, las viejas en el grupo de reflexión, dicen: “… nosotras no nos vemos que estamos envejeciendo. Yo no me había dado cuenta de los años que tengo” – “… todos tenemos una relación diferente con nuestra salud y nuestro envejecer”
Desde el prejuicio se dice que los viejos son pasivos, que se dedican a hacer unas pocas actividades tranquilas; las viejas dicen: “Antes se envejecía más joven” “Porque no tenían actividad.”
Desde el prejuicio se piensa a los viejos como enfermos; las viejas piensan: “…dolencias tenemos todos, lo que tenemos que tratar es de vivir de acuerdo a las posibilidades que tenemos.”
Desde el prejuicio se habla de una no-sexualidad de los viejos; las viejas hablan de: “Lo más importante en el adulto mayor, la sexualidad. Boero dice que a nuestra edad, las caricias ya son sexualidad”
Desde el prejuicio se pregunta qué le queda por vivir a un viejo; las viejas responden: “… de grande conocí muchas cosas. Ahora uno igual sale a bailar, no vas a pensar “soy vieja, no…”
En una sociedad capturada por un inmenso sistema de producción masiva y consumo desmedido, desde el prejuicio se especula que un viejo no tiene nada más para dar; las viejas confiesan: “Al principio decís qué suerte que voy a estar en casa y después ¿y ahora qué hago?” – “Es tiempo de disfrutar, después de tantos años levantándote a la misma hora para ir a trabajar”
Lo preocupante de cómo vamos absorbiendo y naturalizando estos prejuicios además de que invisibilizan las múltiples realidades que los viejos muestran, es que estamos dificultando nuestro propio proceso de envejecimiento, porque tal como plantea Zarebski (2007), “desde la mediana edad, se anticipan imágenes de la posible vejez propia, que producirán efectos formativos en el presente joven” (Pág. 21). Esto implicaría “...un trabajo psíquico de elaboración anticipada que generará un proyecto de vejez, el cual irá guiado el propio proyecto vital hacia el desenlace deseado” (Zarebski, 2007).
Mediante un trabajo anticipatorio entonces, se plantea que es posible distinguir factores de riesgo en las personas que -guardando relación con algunos de los prejuicios mencionados- se pondrán en juego en su propio proceso de envejecimiento.
Entre los riesgos psíquicos, vinculado al paradigma que postula la vejez como involución, se encuentran además de diversos prejuicios, la dependencia, la no elaboración de sucesos traumáticos, mecanismos de desmentida, y la construcción de una identidad unívoca.
“Basta que un ser
pueda leer su huella
para que pueda inscribirse
en otro lugar
de aquel
de donde ha sido tomada”
- Lacan, J. (1969)
REFLEXIONES FINALES
A partir de entender a la identidad singular como constructo múltiple y complejo, comencé preguntándome a cerca del peso que tenía la subjetiva condición de “ser mujer”. Ser alguna cosa, ser de alguna manera, remite a la parte más estructural de la identidad; el sentido cultural del ser mujer traza líneas de conducta particulares, los mandatos sociales se personifican en cada mujer. A lo largo de la vida, las épocas que se suceden van abriendo abanicos de posibilidades, que permiten distintas maneras de cómo encarnar esa condición imperecedera de ser mujer.
Como no todo en la identidad es estático y los sujetos tienen una participación activa en la construcción de su propia identidad, pensé en los procesos, en la temporalidad, en los cambios y las modificaciones que se dan dentro de lo que se podría haber pensado como linealidad. Pensé entonces en otro verbo: “estar”, y pensé en el estar viejo como una condición que no es intrínseca, sino que se adquiere con el paso de los años, una condición a la cual se adviene.
No se elige ni ser mujer ni ser viejo, sin embargo nos definimos por estos parámetros entre otros: nuestro género y nuestra extensión en el tiempo. Mi interrogante inicial fue cómo se conjugan estas premisas de nuestra sociedad respecto a la identidad como constructo. En el desarrollo de este trabajo recorrí algunos mandatos culturales acerca del ser mujer, así como también ciertos estigmas del ser viejo.
En el siglo XXI, la i-lógica de la imagen ensalza a la mujer que sigue el juego que la postmodernidad propone; esta relación se invierte cuando la mujer envejece, dado que a los ojos de nuestra cultura occidental anti-age, se aleja del estereotipo deseado. La imagen cambia y el peso de la mirada del otro es implacable. Permanecen sin embargo ciertas características que tradicionalmente se le han otorgado a la mujer, por ejemplo, la vieja también se asocia a la pasividad. Además, la panacea de ser madre se traduce en la vejez en ser abuela, otra equiparación riesgosa: “Vivir independientes de los hijos y los nietos, es muy difícil, muchas veces nos absorbe”.
Berriel & Pérez (2000) en “Envejecimiento, Cuerpo y Subjetividad”, concluyen que “Los adultos mayores montevideanos perciben al medio social y principalmente al familiar, como altamente exigente”, y su investigación muestra “una tendencia a comportarse de acuerdo a estas exigencias, antes que de acuerdo a necesidades y deseos propios” (Berriel & Pérez, 2000).
Como planteé anteriormente, Zarebski (2007) considera un factor de riesgo psíquico el construir en un sentido unívoco la identidad, tiene que ver con un yo ideal que no da lugar a una auténtica realización personal. Es el pasaje a la primacía del ideal del yo lo que simboliza la falta que impulsa al sujeto al futuro. Es absolutamente contraproducente en este sentido, la idea de que la mujer luego de haber tenido hijos “ya cumplió su ciclo”, así como los viejos luego de haber llegado a determinada edad.
Tanto las mujeres como los viejos cuentan con una historia de prejuicios y estigmas sociales que –considero- los han conducido a tres destinos posibles: uno de ellos es hacerse cargo de los sentidos y sinsentidos circundantes, adhiriendo como ya mencioné, a identidades cristalizadas.
El otro extremo posible, es el revelarse de tal forma contra los mandatos establecidos y los constructos aprendidos, que el mismo movimiento provoque un efecto indeseado, como pueden ser la generación de nuevos prejuicios, o la paralizante victimización. Así, puede apreciarse cómo los planteamientos de dos extremos: machismo y feminismo, en algún punto se conectan, o la defensa tan impetuosa de la mujer contra algunas violencias, parcializa e invisibiliza otras violencias. De la misma manera, el viejo visto como “viejito” contribuye a acentuar estigmas sociales y a su vez abre un bache bastante grande entre las generaciones jóvenes, en los que muchas veces se terminan por depositar los prejuicios.
Un tercer destino intermedio es posible, siempre que se cuente con fuertes recursos internos: seguir un camino alternativo, o al menos ciertos desvíos que permitan mayores grados de crítica y autonomía. Considero que desde el dispositivo de grupo de reflexión, se trabajó en este sentido, y se logró un intercambio interesante.
Como mujer y ser humano que no escapa el proceso del envejecer, me gustaría dejar planteada la idea de que toda producción social nos atraviesa, pero nada es determinante, que somos sujetos activos en la edificación de nuestra propia identidad.
Me inclino a pensar la identidad como un “estar siendo”, un devenir con ciertos anclajes, una continuidad con algunas rupturas, un conjugar cimientos y novedades.
REFERENCIAS
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NOTAS
1. Expresión utilizada por las viejas para referirse a los coordinadores.
2. Lunazzi H., “Lectura del psicodiagnóstico”, pág.147.
3. Fragmento de la canción de Páez, “Al otro lado del camino”.
4. Butler denominó “viejismo” a la serie de prejuicios que se vinculan a los viejos por el sólo hecho de ser viejos.
5. En 1961, Cummings E. y Henry W. E. publicaron “the disengagement theory” que postulaba el desapego y la disminución del interés por las personas, las actividades y el mundo en general como un proceso universal, inevitable e intrínseco del envejecer.