Marco Alexis Salcedo Serna
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Psicólogo, Licenciado en Filosofía, Master en Filosofía. Docente contratista en la Universidad del Valle, sedes Meléndez, y regionales, en el programa de psicología desde el año 2002. Docente en la Universidad San Buenaventura Cali. Investigador inscrito en Colciencias; pertenece a la Red Nacional de Investigadores en Psicología Social Crítica y al grupo de Estéticas Urbanas y Socialidades de la Universidad San Buenaventura Cali.
Correo electrónico: marcoalexissal@hotmail.com
Recibido: 25 de Mayo de 2009
Aprobado: 28 de Octubre de 2009
Referencia Recomendada: Salcedo, M. (2010). El aparato psíquico freudiano: ¿una maquina mental?. Revista de Psicología GEPU, 1 (2), 89 - 127.
Resumen: El siguiente artículo es una revisión crítica de la visión mecanicista que algunos intérpretes del psicoanálisis le han adjudicado a la teorización desarrollada por Sigmund Freud. Lo que se pretende hacer en este texto es evaluar el supuesto de que en la teoría de Freud formulada antes de “La Interpretación de los Sueños” hubo un fuerte predominio de las tesis materialistas, de las metáforas fisiologistas y de principios físicos, que marcaron indeleblemente su perspectiva futura sobre el psiquismo humano, de un modo u otro, una máquina mental en la que las manifestaciones conductuales de un individuo son primordialmente productos de procesos fisiológicos, en los que no cabe la responsabilidad con la praxis humana.
Palabras Claves: Sigmund Freud, Psicoanálisis, Mecanicismo, Fisiologismo, Aparato psíquico.
INTRODUCCIÓN
Con frecuencia, muchos intérpretes de la teoría freudiana han asegurado que los mecanismos psicológicos enunciados por Sigmund Freud muestran un modo de funcionamiento similar al de una máquina. Su formulación de un “aparato” psíquico, concluyen, es prueba inequívoca de su visión mecanicista de la vida anímica:
...La metateoría de la pulsión aparece como mecanicista en su modo de explicación causal y, como tal, es incompatible con el método de la teoría clínica que explica la acción en términos de la inteligibilidad teleológica de los propios deseos, metas y razones del agente... En los documentos metapsicológicos de 1915, una vez más Freud trabaja con una teoría metapsicológica de la mente íntegramente mecanicista (Wallwork, 1994).
Dicho en otros términos, lo que se arguye es que para Freud la mente operaba de acuerdo con los principios derivados del materialismo reduccionista que enseñaban algunos de sus maestros de medicina. Es decir, que Freud estructuró la dinámica de funcionamiento del aparato psíquico guiado por las pautas que brindaban los planteamientos helmholtzianos, haciendo por consiguiente de la psique un sistema energético termodinámico. Esquema freudiano contra el cual, según afirman, no cabe sino reaccionar: “... los neopsicoanalistas, o por lo menos algunos de ellos... no estamos dispuestos... a aceptar el esquema mecanicista, que constituye sin duda el supuesto general dentro del cual se mueve el pensamiento freudiano” (Fromm, 1981). Traducir lo mental a un lenguaje neurológico, o cuando menos, a un lenguaje similar al que se origina en la descripción de los mecanismos que expone la física, es lo que se asevera, fue la tarea que emprendió Freud.
Ahora bien, aunque otros intérpretes del texto freudiano, menos tajantes en sus formulaciones, señalan que el lenguaje mecanicista y/o neurológico tan sólo fue dominante en una época bien determinada de su vida, y que fue el que recorrió en los últimos años del siglo XIX, al cual nombran “el período neurofisiológico temprano de Freud, ejemplificado por el Proyecto de una psicología para neurólogos, (cuyos) elementos mecanicistas y deterministas cobraron gran ascendencia en su pensamiento” (Wallwork, 1994), la aceptación de este supuesto ha sido utilizada, sin embargo, como fundamento para sostener que la metapsicología se constituye en una prolongación menguada del esquema producido en los primeros momentos.
Lo que se pretende hacer en este texto es evaluar el supuesto que indica que en el período teórico antecedente a la “Interpretación de los Sueños” Freud representó los procesos psíquicos como plenamente reducibles a causas físicas, tras haber concedido una enorme importancia a principios físico-químicos, tesis materialistas y metáforas fisiologistas. Este escrito, que se suma a los constantes y comunes ejercicios hermenéuticos que se hacen desde hace décadas a la obra de Freud, aborda la problemática señalada desde la inquietud por la responsabilidad moral que se le puede atribuir a los seres humanos en sus acciones, desde los presupuestos doctrinarios de las teorías psicológicas más aceptadas, en este caso, desde los principios teóricos del psicoanálisis. En este sentido, el cuestionamiento que se hace a la caracterización del aparato psíquico freudiano como una máquina mental es para indicar que Freud nunca aceptó, ni en sus más tempranas elaboraciones teóricas, representaciones del ser humano que hacían de sus manifestaciones conductuales meros productos de procesos fisiológicos, en los que no hay responsabilidad en su praxis.
LA FORMACIÓN ACADÉMICA Y PROFESIONAL
Poco después del año de 1840, en Viena se conformó un grupo científico conocido con el nombre de “La Escuela de Medicina de Helmholtz”. El grupo estaba compuesto básicamente por cuatro personas: Emil Du Bois- Reymond (1818-1896), Ernst Brücke (1819-1892), Hemann Helmholtz (1821-1894) y Carl Ludwig (1816-1895). Los integrantes de esta escuela, que ejercieron una fuerte influencia sobre el pensamiento de los filósofos y profesores de medicina alemanes del siglo pasado, dominados por la euforia de los planteamientos de las ciencias naturales, suscribieron entre sí el compromiso de hacer triunfar en todas partes lo que Du Bois- Reymond llamó la verdad:
Brücke y yo hemos hecho el solemne juramento de dar vigor a esta verdad: ´no existen en el organismo otras fuerzas activas que las fuerzas químicas y físicas corrientes. En aquello casos que, por el momento, no pueden ser explicados por estas fuerzas, se debe tratar de hallar la forma o vía específica de la acción de estas últimas, mediante el método físico matemático, o bien suponer la existencia de nuevas fuerzas, iguales en dignidad a las fuerzas físico químicas inherentes a la materia y reducibles a la fuerza de atracción y repulsión (Jones, 1985).
En efecto, las posiciones del grupo hacían de cualquier organismo un sistema físico, obligado a preservar a toda costa el estado de equilibrio, es decir, de constancia de su potencial energético. Brücke, el embajador del grupo en Viena, popularizó allí la nueva orientación doctrinaria y metodológica. Es en su laboratorio donde Freud, durante su época de estudiante de medicina, va a realizar sus primeras investigaciones. En el otoño de 1876, a la edad de 20 años, ingresa a este instituto de fisiología. El primer proyecto de investigación que emprende pertenecía al terreno de la interesante y crucial cuestión de sí el sistema nervioso de los animales superiores se compone de elementos diferentes al de los animales inferiores. De investigaciones como estas se extraían argumentos para la candente discusión filosófica y religiosa de sí existía cierta continuidad evolutiva entre la psique de los animales superiores y la de los inferiores.
El trabajo de investigación que Brücke puso ante Freud explícitamente atendía al problema de aclarar la naturaleza histológica de ciertas células grandes descubiertas por Reyssner y su vinculación con el sistema espinal. En esta oportunidad, sí logró un importante descubrimiento en lo que refiere al petromyson, género de pez perteneciente a los ciclomátidos primitivos, sobre el que Freud estaba realizando su indagación científica. Los ulteriores proyectos que emprende en el instituto de Brücke siguen el carácter general de este trabajo inicial. Estas investigaciones descritas, que ocupaban de acuerdo con Jones (1985) poca parte de su tiempo, eran desarrolladas en consonancia con otros estudios en medicina, patología, cirugía, etc. A mediados de 1881 obtiene su diploma y continúa trabajando en el instituto, “sin hacer planes o esperando quizá secretamente ocupar un día la cátedra de fisiología” (Robert, 1996).
El cambio se produce en 1882 cuando Brücke, observando la paupérrima situación económica de su alumno, lo exhorta a abandonar el camino de los estudios teóricos: “seguí su consejo, abandoné el laboratorio de fisiología y entré como alumno en el Hospital General” (Robert, 1996). Luego de una temporada en el servicio de medicina general, entra al servicio psiquiátrico de Meynert. La influencia de este reconocido hombre de ciencia sobre la personalidad de Freud fue sin duda grande: Freud lo nombraba como el “gran Meyner, cuyas huellas sigo respetuosamente” (Robert, 1996). Con Meynert, se dedica seriamente a la neurología, en particular a la problemática de encontrar nuevos medios con qué enfrentar numerosas enfermedades nerviosas que la medicina había fracasado en curar. Esa preocupación por la eficacia terapéutica lo llevó a experimentar con la cocaína. Su investigación al respecto fracasó, ya que sólo se interesó por estudiar los efectos analgésicos de esa sustancia, dejando de lado las propiedades anestésicas, que eran realmente la única aplicación que se podía hacer en medicina del producto. Meynert, que junto con Wernicke, fueron los más entusiastas promulgadores de la “mitología cerebral” de su maestro común Griesinger, desarrolló además tesis de marcado reconocimiento en los países de lengua alemana. Así, por ejemplo difundió un enfático rechazo a la noción de instinto. En este sentido, representaba la corteza cerebral libre de todo dato genético, que implementaba el desarrollo de la motricidad voluntaria sobre la base de las imágenes motrices depositadas en aquella y de los lazos asociativos con las sensaciones conexas.
El niño de pecho que tiene hambre sólo busca el seno después de una primera experiencia de satisfacción: entonces se establece el vínculo entre la sensación interna dolorosa y el recuerdo de la satisfacción y de las impresiones a ella ligadas... En suma, el acto voluntario no es más que la movilización mnémica del acto reflejo subcortical; querer es en última instancia recordar (Bercherie, 1988).
Aquí ya están expuestas, entonces, a través de esta reseña biográfica de las investigaciones iníciales en la vida de Freud, las bases primordiales del argumento que sustenta la idea que en él primaba una estructura conceptual de tipo materialista, reflejada ampliamente en las disquisiciones que sobre la psique humana formuló. “Se puede demostrar que los principios sobre los cuales edificó sus teorías las adquirió en su época de estudiante de medicina y bajo la influencia de Brücke”, es una de las conclusiones que sustrae Ernest Jones (1985) de la biografía de Freud. En cierto sentido, dicha conclusión no es incorrecta. El principio de constancia, el principio que de acuerdo con las tesis de Helmholtz se constituye en el primer fundamento regulador asumido por el sistema nervioso, y que luego Freud va a emplear en sus formulaciones, en alguna medida fue promovido por el influjo que ejercieron Brücke y Meynert. A ello se le aúna el hecho de que, finalizado el período de trabajo con Meynert, se transfirió a la sala de enfermos de sífilis del Hospital Central de su ciudad, en donde tuvo la oportunidad de definirse como un “neuropatólogo”, con la práctica y estructuración clínica característica.
Me fui familiarizando con el terreno. Era capaz de determinar el punto de localización de una lesión en el bulbo raquídeo en forma tan exacta que el anatomopatólogo, ya no tenía nada que agregar... La fama de mis diagnósticos y de su confirmación post mortem me trajo un aflujo de médicos norteamericanos, a quienes di clase en mi departamento en una especie de pidgin-english. No entendía nada en cuanto a las neurosis. En cierta ocasión presenté ante mi auditorio a un neurótico que sufría de una permanente cefalea como un caso de meningitis crónica localizada; con toda razón se rebelaron contra mí... Esto sucedía en una época en que hombres de mayor autoridad que yo, en Viena, diagnosticaban habitualmente una neurastenia como tumor del cerebro (Jones, 1985).
¿Por qué no afirmar entonces que Freud era, por lo menos hasta antes de estudiar en la Salpetriére con Charcot, un médico, con la formación común, quien le era inadmisible pensar los fenómenos psíquicos de un modo “no serio” o acientífico?
Es innegable que los acercamientos que Freud tuvo con los fenómenos hallados en las dependencias neurológicas donde trabajó fueron formulados en el lenguaje científico reconocido en su época. El mismo lo asegura. Sin embargo, también es igual de cierto que la formación académica que adoptó estuvo bastante alejada de la común, lo que sin duda tenía que originar un modo distinto de ver la realidad. Como se echa de ver en toda biografía de Freud, durante su vida profesó un ávido interés por todas las buenas obras literarias que en la historia de la humanidad se ha escrito. Dentro de su formación literaria clásica, además de encontrar un entrenamiento en las lenguas antiguas, también adquirió un amplio conocimiento de la mayoría de los problemas filosóficos de su tiempo, tomados directamente de los principales pensadores de la historia de la filosofía. Así, citaba con enorme facilidad a los antiguos griegos. Conocía de modo ejemplar los relatos bíblicos, las obras de Shakespeare y el Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra. También se sabe que leyó con gran dedicación e interés a Kant, Lamarck, Schiller, Hegel, Schelling, Darwin, Fechner y John Stuart Mill, filósofo último del cual Freud hizo la traducción de cuatro de sus ensayos que versaban sobre la cuestión obrera, la emancipación de las mujeres, el socialismo y Platón. Igualmente reconoció a Goethe como uno de sus grandes maestros, a quien, a propósito, le adjudicó la elección de la carrera de medicina, después de haber leído un apócrifo suyo sobre la naturaleza. Y finalmente, entre sus profesores preferidos estuvo el filósofo Franz Brentano, el maestro de Husserl. De él tomó, cuando menos, cinco cursos no obligatorios. Freud admiró muchísimo a Brentano como filósofo, tal como lo demuestran sus cartas a Silberstein: “no se puede rechazar a Brentano antes de haberlo escuchado, estudiado y saqueado. Un dialéctico de semejante agudeza exige que uno afile su fuerza en él antes de medirse en su contra” (1).
El grado confeso de admiración que Freud le profesaba a Brentano no podía sino dejar honda huella en su formación. En efecto, la elección de alguno de los cursos en su carrera singular se debe en parte a consecuencia de la influencia de las clases de Brentano. Así por ejemplo:
El historiador Mc Grath concluye con base en la correspondencia a Silberstein y en otras pruebas sobre sus años de universitario que... el plan de Freud de pasar el semestre de invierno de 1875-76 en Berlín tomando los cursos de Emil Du Bois- Reymond, de Helmholtz y de Rudolf Virchow fue abandonada cuando quedó bajo la influencia del signo contrario, de Brentano. (2)
Brentano, impregnado de Aristóteles con la férrea intención de hacer de la psicología “la ciencia de los fenómenos psíquicos”, y con un vehemente rechazo de las orientaciones fisiologistas y las pretensiones cuantitativas de la psicofísica, erige a la conciencia como la única fuente empírica de conocimiento para la psicología. Conceptualizó a los fenómenos mentales, como las experiencias inteligibles, siempre en términos representativos; es decir, “siempre se relacionaban con algo, siempre estaban en relación con un objeto... lo psíquico es ver, es decir, un acto mental que apunta a un objeto en este caso coloreado” (3). Sobre la base aristotélica, consideró a los actos psíquicos como dirigidos hacia un fin. Vale decir, intencionales. Brentano enseñó que el punto central de la actividad psíquica era la imagen intencional. También sostuvo que:
Los seres humanos tienen <libertad de querer>, que tienen la capacidad de deliberar y de adoptar y dar vida a algunas cosas por medio de la discusión, y que el carácter incompletamente determinado de la psicología no obsta para que sea considerada una ciencia natural (4).
Sus planteamientos además tenían un corolario antielementalista: inducían al estudio de los fenómenos de la realidad en sus cualidades guestálticas, dado que eran irreductibles a la simple suma de sus partes constituyentes.
Todo lo expuesto significa entonces que no se puede subestimar de ningún modo la faceta humanista de Freud, reforzada por la exposición a pensadores decididamente no mecanicistas. Su autobiografía es clara en indicar que desde su más temprana edad estuvo interesado por las cuestiones humanas, y ello en claro detrimento de las cuestiones naturales que la ciencia médica ofrecía a cada uno de sus profesionales:
Ni en aquella época ni más tarde sentí una predilección particular por la situación y las preocupaciones del médico... Me movía más bien una especie de sed de saber, pero que se refería más a las relaciones humanas que a los objetos propios de las ciencias naturales (5).
Esta confesión de Freud es más diciente todavía cuando se recuerda su sincera declaración de que él nunca se vio a sí mismo como un médico.
Después de 41 años de práctica médica, y el conocimiento de mí mismo me dice que jamás he sido un médico en el sentido propio de la palabra. Si me he convertido en doctor en medicina es porque me he visto obligado a abandonar mis proyectos originales; mi gran triunfo es haber logrado, después de largos rodeos, encontrar un camino que me conduce a mi primera vocación (6).
Esta primera vocación que Freud reconoce no es sino su gusto por el conocimiento filosófico, pasión que lo dominó plenamente en sus años de juventud. “Cuando era joven no conocí nunca otro deseo profundo que el del conocimiento filosófico. Y ahora estoy a punto de realizarlo pasando de la medicina a la psicología” (7).
Por consiguiente, siendo Freud una persona ajena a la visión propia de un médico, ¿cómo podía él producir escritos que hicieran del hombre un ente-máquina opuesto al ser organizado e intencional, que las obras literarias de modo privilegiado descubrían? ¿Sería acaso “minimizar falsamente los rasgos mecanicistas del pensamiento de Freud que lo sitúan parcialmente en el campo mecanicista” (8), afirmar que la impronta humanista derivada de toda la tradición filosófica y romántica alemana, inglesa y griega, no podía conducirlo a consideraciones mecanicistas y reduccionistas como de común se asegura? De acuerdo con Ernest Wallwork (1994), sí lo sería, porque sólo después de 1919, “Freud abandona el modelo mecanicista a favor de una metateoría orgánica que no descansa en “fuerzas y causas” intrapsíquicas tan definidas como las que gobiernan los hechos psíquicos” (Pág. 81). Conviene pues considerar en cierta profundidad las disertaciones que Freud pronunció después de sus estudios en París.
DESPUES DE CHARCOT (1886-1893)
Freud, hacia el año de 1885, luego de haber conseguido por fin uno de sus anhelados sueños, el de convertirse en Privat-Dozent en neuropatología, y después de abandonar el servicio de Meynert para entrar a trabajar en un sanatorio psiquiátrico privado, cuidando aristócratas incurables, consigue igualmente la atribución de una beca de estudios post-escolares. A través de ella logra viajar a París e iniciarse en la prestigiosa ciencia francesa. La clínica de la Salpetriére es su destino en París, a la cual ingresa el 21 de octubre de 1885 hasta mediados de febrero de 1886. Llega al servicio de Charcot interesado por las investigaciones anatómicas más que por los temas de la clínica. De acuerdo con Jones (1985), al principio trató de proseguir aquellas en el laboratorio de la Salpetriére. Sin embargo, la extraordinaria impresión que le produjeron las ideas de Charcot, cambiaron notablemente sus perspectivas. “Me siento verdaderamente muy bien en este momento y, según creo, estoy cambiando mucho. Charcot, uno de los más grandes médicos que existen, un espíritu genialmente sensato, conmueve simplemente mis ideas y mis convicciones” (9).
De retorno a Viena, ingresa en un instituto de enfermedades infantiles y abre su primer consultorio médico, dándose a conocer como especialista en enfermedades nerviosas. Los primeros y más importantes textos que publica a partir de esa fecha corresponden a la traducción al alemán de dos ensayos de autores distintos, dotando a cada uno de ellos de un considerable prefacio: “Leçons sur les maladies du système nerveux” de Charcot, (1888) y la “De la suggestion et de ses applications a la thérapeutique” de Bernheim (1889). Un año después, en 1890, publicará “Tratamiento psíquico”, artículo enteramente escrito por él, junto con otros ensayos en neurología. Durante este periodo, que va de 1886 a 1893, el principal interés que dominaba en Freud era, como bien lo muestra el conjunto de textos publicados en ese lapso, el de descubrir un método terapéutico que le permitiera curar a los enfermos nerviosos. Propósito que se había formulado desde antes de ir a París, tal como lo puso de manifiesto en una de sus cartas dirigidas a su novia. “¡Que magnífico será todo! Llegaré con dinero... me convertiré en un gran científico... y curaré a todos los nerviosos incurables...” (10). La hipnosis y la sugestión le parecieron pues posibles procedimientos terapéuticos eficaces, carentes de todo riesgo en las manos de un técnico experimentado, que le podían permitir salir “de la desoladora inacción que era la suerte del médico y especialmente del neurólogo en un gran número de casos” (11).
La búsqueda de algún nuevo método terapéutico para los neuróticos tuvo como precedente el pleno convencimiento de que la sintomatología que el análisis semiológico evidenciado en la histeria correspondía a la de una verdadera enfermedad nerviosa, a la que, sin embargo, no era posible hallar una lesión orgánica precisa.
La histeria es una neurosis en el más estricto sentido del término, lo que quiere decir no sólo que en esa enfermedad no puede descubrirse ningún cambio perceptible en el sistema nervioso, sino que no debe esperarse de cualquier refinamiento de las técnicas anatómicas la revelación de tales cambios (Freud, 1984).
Este convencimiento que lo acercaba a una clínica psiquiátrica fenomenológica, distante del terreno propio de la anatomopatología del cerebro, debía inevitablemente producir un serio alejamiento con Meynert:
I was challenged by my respected teacher, Hofrat professor Meynert, to present before the society some cases in which the somatic indications of hysteria – the hysterical stigmata by wich Charcot characterizes this neurosis- could be observed in a clearly marked form (12).
Estos van a ser los preámbulos de una discusión que conduciría a Freud a escribir en 1891 un ensayo sobre las afasias, en el que combate inteligentemente el localizacionismo promulgado por Wernicke, alumno y protegido de Meynert (13).
Freud (1984) entonces es enfático en “rechazar la idea de que habría en la base de la histeria una posible perturbación orgánica” (Pág. 54). Ni siquiera le parece lícito invocar como causa de las perturbaciones histéricas influjos vasomotores, pues estas son alteraciones orgánicas que de manifestarse reflejarían la anatomía del órgano central.
Las afecciones histéricas de ningún modo ofrecen un reflejo de la constelación anatómica del sistema nervioso. Se puede decir que, acerca de la doctrina sobre la estructura del sistema nervioso, la histeria la ignora tanto como nosotros mismos antes que la conociéramos (Freud, 1984).
La única fórmula que escribe respecto a la eventual naturaleza de las perturbaciones fisiológicas que podrían subyacer a la histeria es la de “unas modificaciones en la distribución normal, sobre el sistema nervioso, de las magnitudes de excitación estables” (Freud, 1984). Esta fórmula de Freud, la utilizó para explicar la serie de perturbaciones psíquicas que acompañaban los síntomas físicos de la histeria. Así que, alteraciones en el decurso y en la sucesión de representaciones, inhibiciones de la actividad voluntaria, acentuación y sofocación de sentimientos, etc., fueron resumidas por él como originadas por las fallas en esa distribución de las magnitudes de excitación del sistema nervioso. Qué causaba dichos disturbios en la actividad nerviosa, Freud lo precisó recurriendo a las opiniones de Charcot: sobre el fundamento de una tara hereditaria se aunaban factores accidentales causales (educación afeminadora, despertar prematuro de la actividad intelectual en niños, excitaciones frecuentes y violentas), factores que podían propiciar el desarrollo de la predisposición histérica y que encontraban, como el momento para su estallido, situaciones de extremo esfuerzo psíquico: “traumas, intoxicaciones (plomo, alcohol), preocupaciones, emociones, enfermedades agotadoras y, en suma, todo cuanto sea capaz de un vigoroso efecto nocivo” (Freud, 1984).
Y con esto ya hemos llegado a uno de los núcleos argumentativos que han dado pie para que se interprete a las formulaciones iníciales de Freud sobre la histeria y la hipnosis como eminentemente fisiologistas.
El marco general de la concepción freudiana es aquí la noción de una estabilidad de las masas de energía almacenadas en el sistema nervioso; ya hemos encontrado esta concepción en Fechner y en el grupo de Helmholtz; recordemos que proviene de los modelos físico químicos utilizados para explicar los fenómenos biológicos. De ella Freud extraerá pronto su principio de constancia (Bercherie, 1988).
Paul Bercherie (1988), cuyas opiniones son paradigmáticas de muchos lectores de Freud, y que basa en parte sus conclusiones situándolo primordialmente en una línea de continuidad con el contexto ideológico y filosófico de sus profesores, agrega, por otra parte, que Freud se verá en “una posición una vez más muy ambigua entre la escuela de Nancy y la Salpetriére” (Pág. 283).
La controversia a la que se refiere aquí, y que Freud abordó en el prólogo a la traducción del libro de H. Bernheim, tenía como problema el antagonismo de las tesis que habían formulado Bernheim y Charcot sobre los fenómenos hipnóticos:
Unos, como portavoz de los cuales aparece aquí Bernheim, aseveran que todos los fenómenos del hipnotismo... proceden de una representación, que es instalada en el encéfalo del hipnotizado por un influjo exterior... según eso, todos los fenómenos hipnóticos serían fenómenos psíquicos, efectos de sugestiones. Los otros, en cambio sostienen que el mecanismo de los fenómenos hipnóticos, o por lo menos de algunos, tiene como base unas alteraciones fisiológicas, vale decir, desplazamientos de la excitabilidad dentro del sistema nervioso sin participación de las partes que trabajan con conciencia; por eso hablan de los fenómenos físicos o fisiológicos de la hipnosis (14).
Puesto que para Freud aceptar plenamente la teoría de la sugestión enunciada por Bernheim, significaba que las observaciones hechas en la Salpetriére eran unos errores de observación, promovidos quizás por el hecho de que era el médico quien instigaba en sus hipnotizados la sintomatología que él buscaba, el corolario de tal posición no le era aceptable:
La hipnosis de los histéricos no tendría caracteres propios... si la sugestión del médico ha falseado los fenómenos de la hipnosis histérica, es muy posible que ella se haya inmiscuido en la observación de la restante sintomatología histérica, a tal punto que haya establecido unas leyes que sólo se entramarían con las neurosis en virtud de la sugestión (15).
Freud, preocupado por hacer de la histeria una real y efectiva enfermedad, a la cual los médicos debían atender por igual que a las otras afecciones nerviosas orgánicas, no podía sino emprender la tarea de “demostrar pieza por pieza la objetividad de la sintomatología histérica... (es decir, que) hay en la histeria unos fenómenos objetivos, fisiológicos” (16).
Este intento de Freud se adapta nuevamente a la óptica fisiologista, no psicologista, que según se cree guiaba todas sus formulaciones. No obstante, asevera Bercherie (1988), en este texto él:
Pareciera vacilar entre una simple defensa de las posiciones de Charcot y la orientación que se fundaba en unas tesis psicofisiológicas. Así pudo incluso sostener que esto no implica ninguna negación del hecho de que el mecanismo de las manifestaciones histéricas es de naturaleza psíquica... En resumen, para entenderlo en nuestra terminología: por cierto psíquico, con toda seguridad no consciente, por lo tanto fisiológica en la óptica de Freud en esa época (Pág. 285).
A nuestro modo de ver, lo que traslucen los textos de Freud, escritos después de su llegada de París, no es de ningún modo una concepción de la psique humana de tipo mecanicista en la que los factores psíquicos, tal como de común se entienden, fueron simplemente negados, o cuando menos relegados a un segundo plano, bajo el supuesto de que no tenían ninguna relevancia en las investigaciones de las afecciones nerviosas. Dicho en otros términos, Freud, a pesar de haber defendido en cierta medida el modelo fisiológico de Charcot, desde sus inicios evitaba las especulaciones teóricas sobre la posible naturaleza del defecto fisiológico que podría subyacer a la histeria. En vez de ello, dirigía sus esfuerzos hacia el desarrollo de explicaciones psicológicas para aquellos aspectos de la enfermedad que eran susceptibles de tales explicaciones. En efecto, el creía que “la histeria descansa en modificaciones fisiológicas del sistema nervioso” (Freud, 1984). Pero ya que la fórmula fisiopatológica “que diera razón de las relaciones de excitabilidad entre las diferentes partes de dicho sistema” (Freud, 1984) no se había hallado, y sólo se tenía un vago conocimiento de una anomalía en la distribución de las excitaciones del sistema nervioso que generaba un excedente de estímulos dentro del órgano anímico, dosificado a través de las representaciones conscientes e inconscientes, tuvo entonces la necesidad de acoger con mayor prontitud las fórmulas psicológicas, pues tenían mayores posibilidades de utilidad y aclaración que las infructuosas especulaciones neurofisiológicas.
La causa de la sugestión lleva mucha ventaja a la causa de los nexos fisiológicos, en la medida en que el modo de eficacia de la primera es indubitable y comparativamente transparente, mientras que no tenemos más noticia sobre los influjos recíprocos de la excitabilidad nerviosa, a los cuales es preciso reconducir los fenómenos fisiológicos (17).
En oposición a la opinión de Bercherie (1988), lo que Freud está mostrando ahí es mucho más que una incomprensible oscilación de su posición respecto a cómo abordar y hacer inteligible los fenómenos histéricos e hipnóticos. Su discusión del tema pone de relieve que para él dichos fenómenos ofrecen a su vez una faz psicológica tanto como una fisiológica:
En el hipnotismo existen fenómenos tanto fisiológicos como psíquicos... Es que la hipnosis, se produzca de una manera o de otra, es siempre la misma y muestra idénticos fenómenos... Sería tan unilateral considerar únicamente el lado psicológico del proceso, como pretender imputar a la mera inervación vasomotora los fenómenos de hipnosis (18).
El fenómeno hipnótico es entonces en este sentido para Freud similar a la conducta que se muestra en el dormir natural: “casi siempre producimos el dormir por sugestión, por preparación psíquica y expectativa de él, pero a veces nos sobreviene sin colaboración nuestra, a consecuencia del estado fisiológico de la fatiga” (19).
Desde este punto de vista, la tarea a la que se entrega en sus textos es entonces la de tratar de zanjar el antagonismo entre esos dos aspectos del problema.
... La división de los fenómenos hipnóticos en fisiológicos y psíquicos deja una impresión de todo punto insatisfactoria: hace falta con urgencia un eslabón entre ambas series... En las puntualizaciones que siguen espero poder indicar la mediación buscada entre los fenómenos psíquicos y fisiológicos (20).
Ese es a nuestro parecer, en resumen, el gran esfuerzo que Freud (1984) intenta a lo largo de los últimos años del siglo pasado. Y es por eso por lo que, en el tan citado texto “La Histeria” de 1888, se atreva a recomendar la llamada cura de reposo de Weir Mitchell: “consiste en la conjunción y aislamiento en reposo absoluto con una aplicación sistemática de masajes y faradización general... (esta cura) conjuga acertadamente el <<traitement moral>> con una mejoría del estado general de nutrición” (Pág. 60). A la cura de reposo, conocida también como “cura de playfair”, le sumó otra fórmula de intervención más directa para el padecer histérico:
Consiste en reconducir al enfermo, hipnotizado, a confesar la ocasión psíquica a raíz de la cual se generó la perturbación correspondiente. Este método de tratamiento... (de reciente data) es el más adecuado a la histeria, porque imita fielmente el mecanismo siguiendo el cual se genera y disipan esas perturbaciones. En efecto, muchos síntomas histéricos que han resistido a todo tratamiento desaparecen de manera espontánea bajo el influjo de un motivo psíquico suficiente, o de una excitación moral, de un terror, de una expectativa, o por último, a raíz de una subversión de las excitaciones dentro del sistema nervioso tras un ataque de convulsiones (Freud, 1984).
Y a este método, dado a conocer a Freud (1984) por Joseph Breuer, le augura los mayores éxitos: “El tratamiento psíquico directo de síntomas histéricos llegará a ser más utilizada cuando en los círculos médicos se comprenda mejor la sugestión (Bernheim- Nancy)” (Pág. 62).
Otra forma de plantear el mismo asunto, y de una forma más categórica, la realiza Freud al considerar, en el ensayo “Tratamiento del alma” que toda forma de intervención contra un proceso mórbido del organismo humano, habrá de tener en cuenta la vida anímica del hombre, pues ésta puede ser de tal influencia que podría acrecentar, suprimir o permitir el inicio de enfermedades orgánicas:
Estados patológicos ya desarrollados pueden ser influidos muy considerablemente por afectos violentos. Ello ocurre casi siempre en el sentido de un empeoramiento, pero también poco faltan ejemplos de lo contrario: un fuerte susto o una culpa repentina provocan un cambio de tono en el organismo ejerciendo una influencia curativa sobre un estado patológico bien arraigado o aún suprimiéndolo... Los afectos en sentido estricto se singularizan por una relación muy particular con los procesos corporales; pero en rigor, todos los estados anímicos, aún los que solemos considerar <<procesos de pensamiento>>, son en cierta medida <<afectivos>>, y de ninguno están ausentes las exteriorizaciones corporales y la capacidad de alterar procesos físicos (21).
Y continúa:
Los procesos de la voluntad y la atención son igualmente capaces de influir profundamente sobre los procesos corporales y desempeñar un importante papel como promotores o inhibidores de enfermedades físicas... La influencia de la voluntad sobre los procesos patológicos del cuerpo no es tan fácil de comentar con ejemplos, pero es muy posible que el designio de sanar o la voluntad de morir no deje de influir sobre el desenlace, incluso en casos graves y delicados (22).
Todo lo anteriormente expuesto desde luego escandalizó a un sinnúmero de médicos. Como Freud bien lo señaló, la compulsión del pensamiento científico de los médicos “en ningún caso (dejaba) de presentar a lo anímico como comandado por lo corporal y dependiente de él” (23). El que un médico afirmara lo contrario, esto es, que ante la ocasión de tener presentes factores psíquicos y factores corporales, en alguna perturbación y optara por establecer relaciones causales del primero hacia el segundo, estaba con ello, según sostenían las autoridades médicas, abandonando “el terreno seguro de la ciencia” (24). A quien se atrevía a tanto, a quien bajo ese convencimiento propusiera medios de intervención terapéutica como la hipnosis y similares, el reconocimiento profesional era sin titubeos denegado con epítetos despreciativos como los de “taumaturgo” o “curandero”. Esta fue en parte la suerte de Freud, para quien, acostumbrado a las “frías acogidas” de sus comunicaciones o a las apreciaciones de sus tesis como “un cuento de hadas científico” (25), el desdeño de Meynert hacia la hipnosis al estimarla rodeada de un “halo de absurdidad” y el concomitante calificativo de taumaturgo, no le constituían mayor inconveniente. Porque al final de cuentas, opinaba que el tratamiento sugerido por Meynert era de un talante más peligroso e inútil.
Espectáculo interesante que de pronto los más decididos deterministas aparezcan como defensores del amenazado <libre albedrío personal>, y que el psiquiatra, habituado a ahogar en sus enfermos, mediante grandes dosis de bromo, morfina y cloral, la <<actividad mental que brota libremente>>, impugne el influjo sugestivo como algo envilecedor para ambas partes (26).
Cuánta hubiera sido la sorpresa de Meynert si hubiera tenido la oportunidad de conocer las descripciones que señalan a Freud como uno de sus discípulos y promulgador, por un buen tiempo, de sus enseñanzas. Y es que basta sencillamente escoger al azar dos obras de Freud de este periodo y leerlas de principio a fin para darse cuenta de que están repletas de tematizaciones propias de la psicología. En los años subsiguientes a 1893 pasa algo similar. Tratemos a continuación lo que corresponde al periodo de escritura del Proyecto y de trabajo conjunto con Breuer.
BREUER Y EL PROYECTO
El periodo comprendido entre 1893 y 1899 fue el intervalo de tiempo en el que salieron a la luz lo que se han dado en llamar las primeras publicaciones psicoanalíticas. En este periodo, se publicaron textos como “Las neuropsicosis de defensa” (1894), “Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de neurosis de angustia” (1895), “Las nuevas puntualizaciones sobre neuropsicosis de defensa” (1896), y el ensayo hecho en común con el médico vienés Joseph Breuer “Estudios sobre la histeria” (1893-1895). Este periodo corresponde, según Bercherie (1988), a los años de “evolución del pensamiento freudiano”, en el que partiendo “de la concepción muy mecanicista que continúa sosteniendo su teoría, se lo ve evolucionar hacia una aprehensión cada vez más fina de los fenómenos psicológicos” (Bercherie, 1988). Es el periodo en el que va “a formular una interpretación fisiopatológica de un cierto número de síndromes neuróticos, cuyos síntomas no tienen en consecuencia ninguna significación psicológica” (Bercherie, 1988). O como también señala el comentarista de las Obras Completas de Freud, James Strachey:
Freud aplicaba todas sus energías a la explicación de los fenómenos psíquicos en términos fisiológicos y químicos... La verdad es que, en 1895, Freud se hallaba a mitad de camino en su tránsito de las explicaciones fisiológicas de los estados psicopatológicos a su elucidación psicológica (27).
Agrega Strachey a su decir esta afirmación:
Su formación inicial y su carrera como neurólogo hacían que se resistiese a aceptar como definitivas las explicaciones psicológicas, y estaba empeñado en formular una complicada estructura de hipótesis que permitían describir los sucesos psíquicos en términos exclusivamente neurológicos... Hasta el fin de su vida Freud siguió... creyendo que a la postre se descubriría el fundamento físico de todos los fenómenos mentales. En el ínterin sólo gradualmente llegó a adoptar la concepción de Breuer, en cuanto a que los procesos psíquicos debían tratarse en el lenguaje de la psicología (28).
Según Strachey, fueron pues los sabios consejos de Breuer los que le permitieron a Freud descubrir la importancia de lo psicológico en aquello que estaban estudiando. Las palabras de Strachey se encuentran fundamentadas en estas expresiones de Breuer que se hallan en la parte teórica de los Estudios sobre la histeria:
En estas elucidaciones se hablará muy poco del encéfalo y nada sobre las moléculas. Los procesos psíquicos deben tratarse en el lenguaje de la psicología, y en verdad no podría ser de otro modo... Admítase por ello el uso casi exclusivo de una terminología psicológica (29).
Sin embargo, el hecho de que Breuer haya usado términos como “excitación nerviosa intracerebral” y que haya mencionado en su disertación, circuitos eléctricos, corrientes galvánicas y demás, parece haber desmentido su propósito inicial.
La posición teórica... reposa en las concepciones de la escuela de Helmholtz. Breuer proporciona algunos ejemplos caricaturescos, incluso grotescos, de la aplicación de esos principios, del circuito eléctrico como modelo del psiquismo, al análisis de fenómenos morales tan complejos como el remordimiento o la necesidad de venganza, en términos de “reflejo no consumado”, cuya energía interna continúa buscando una vía de descarga (Bercherie, 1988).
Y dado que los “Estudios sobre la histeria” es un texto escrito en conjunto con Freud, las conclusiones hechas por Breuer se hacen, por consiguiente, extensivas a Freud. Tales imputaciones no son, por cierto, nada fortuitas. Las líneas escritas en el Proyecto parecen despejar de toda duda la conclusión de que Freud compartía la misma postura de Breuer.
La forma en que enuncia en ese mismo “Proyecto” el principio de constancia, con el nombre de “principio de inercia neuronal”, según el cual las neuronas procuran “aliviarse de la cantidad”, nos muestra el sesgo neurológico que tenía en ese periodo las teorías de Freud (30).
Este sesgo neurológico que señala Strachey en Freud, entendible como su aceptación de la idea de que la vida anímica es reductible a los principios y procesos físicos, suele encontrar apoyo en las líneas redactadas en una carta enviada a Fliess el 20 de octubre de 1895:
En el curso de una noche muy atareada... de pronto se levantaron las barreras, los velos cayeron y pudo penetrar de golpe desde los detalles de las neurosis hasta las condiciones de la conciencia. Todo parecía encajar en el lugar correspondiente, los engranajes ajustaban a la perfección y el conjunto semejaba realmente una máquina que de un momento a otro podría echarse a andar sola. Los tres sistemas de neuronas, los de estado libre y ligado de la cantidad, los procesos primario y secundario, la tendencia principal y la tendencia de compromiso del sistema nervioso, las dos reglas biológicas de la atención y la defensa, los signos de cualidad, realidad y pensamiento, el estado de los grupos psicosexuales, el condicionamiento sexual de la represión y finalmente, las condiciones de la conciencia como función perceptiva (31).
Lo descrito ahí es, en resumen, el grupo de conceptos con los cuales tejió el Proyecto. Esta obra inconclusa fue guiada por dos proposiciones principales: la concepción cuantitativa y la teoría de las neuronas. La primera, enunciada como el “principio de la inercia neuronal” (32), defiende la concepción de una tendencia de los sistemas neuronales a procurar aliviarse de las cantidades afluyentes de excitación. La segunda proposición fue la doctrina anatómica de la neurona, recién aceptada por los neurólogos en los días en que Freud redactó el texto.
De la división de las neuronas en tres clases de sistemas (33), es desde luego “w” la de mayores implicaciones. Al referirse al problema de la cualidad, esto es, a los contenidos que la consciencia discierne, traducirlos a procesos cuantitativos será la tarea que deberá emprender todo aquel que espera hacer de la consciencia un objeto de la ciencia natural:
En tanto que la ciencia se ha fijado como tarea reconducir todas nuestras cualidades de sensación a una cantidad externa de la arquitectura del sistema de neuronas, cabe esperar que conste de unos dispositivos para mudar la cantidad externa en cualidad, con lo cual otra vez aparece triunfante la tendencia originaria al apartamiento de cantidad (34).
Las subsiguientes líneas de Freud en el Proyecto corresponden precisamente al intento de desarrollo de ese aspecto con el que espera realizar el explícito objetivo narrado en la introducción del texto: “el propósito de este proyecto es brindar una psicología de ciencia natural, a saber, presentar procesos psíquicos como estados cuantitativamente comandados de unas partes materiales comparables, y hacerlo de modo que esos procesos se vuelvan intuibles y exentos de contradicción” (35).
Bajo este principio rector, Freud muestra la definición consecuente de lo que habrá de ser el yo: “representémonos al yo como una red de neuronas investidas, bien facilitadas entre sí” (36). Y si, además, agregamos a esta apelación directa a los recursos terminológicos que ofrece la fisiología, la consideración de que Freud proponía una explicación química para algunas neurosis, parece entonces lógico aseverar que su conceptualización en este periodo era esencialmente mecanicista. “Siempre consideré las neurosis de angustia y las neurosis en general como resultado de una intoxicación, y a menudo he pensado en la similitud de los síntomas de las neurosis y el bocio exoftálmico” (37). Sin embargo, cuando se reflexiona un poco más al respecto, sobre cada uno de estos elementos, empiezan a surgir algunas cuestiones que sorprenden para alguien que se supone sólo ve engranajes y circuitos neuronales. Iniciemos por ejemplo con el caso del Proyecto. Ahí emerge la pregunta más elemental: ¿por qué Freud no publicó el Proyecto? Es decir, si se supone que en su mente, en ese periodo, sólo se esquematizaban los fenómenos mentales como las producciones de una máquina, ¿por qué a los pocos días de haber terminado de redactar el Proyecto, “agotado, irritado, confundido e incapaz de enseñorarse de su material, dejó todo de lado y se volcó a otras cuestiones”? (38).
James Strachey asegura que el abandono de Freud de este marco de referencia neurológico se debió a una razón:
Comprobó que su aparato neuronal no podía dar cuenta en modo alguno de aquello que en “El Yo y el Ello” llamó “la única antorcha en la oscuridad de la psicología de las profundidades”, a saber, <<la propiedad de ser o no consciente>> (39).
Pues bien, si la razón por la cual él desapareció del horizonte al Proyecto fue su imposibilidad para vestir adecuadamente en un ropaje neuronal a la conciencia, ¿por qué entonces Freud no recurrió al rezo característico de todo mecanicista en apuros que consiste en implorar que el futuro ofrezca las respuestas que en el presente no se encuentran? Dicho en otros términos, Freud, ante la dificultad de aprehender el fenómeno de la consciencia, hubiera podido perfectamente extender sus teorizaciones hasta el punto donde ellas se lo permitían, y en la parte que estas se mostraban esquivas y oscuras, en su reconocida sinceridad, declarar abiertamente los límites de sus concepciones y demandar una paciente espera por mejores resultados. Esto último que se está describiendo es de hecho una de las formas habituales en las que Freud terminaba muchos de sus ensayos. En cambio, para el Proyecto, estas fueron las palabras que le merecieron, después de desaparecido todo el entusiasmo inicial que poquísimos días antes lo habían incitado a redactar el Esquisse: “No atino a comprender mi estado de ánimo cuando incubaba la “psicología”; no puedo entender como pude enjaretártela a ti” (40). “La psicología cuantitativa” (41) era el término que utilizaba Freud para referirse a las elucubraciones que elaboró en el Proyecto, y de este no lamenta sus limitaciones. Lo que es peor, el texto (y sólo el texto) le produjo un sentimiento de extrañeza tal, (como se observa en la carta dirigida a Fliess), que no resulta consecuente con quien se supone ha estado estudiando los fenómenos mentales bajo una estricta tradición mecanicista. Por cierto que una lectura de los textos publicados con anterioridad muestra una apelación directa a concepciones psicológicas y no de otro tipo. Un rápido recorrido por los “Estudios sobre la Histeria” nos da las primeras pruebas al respecto.
Las palabras inaugurales de ese ensayo son: “... investigamos, en las más diversas formas y síntomas de la histeria, su ocasionamiento: el proceso en virtud del cual el fenómeno en cuestión se produjo la primera vez, hecho este que suele remontarse muy atrás en el tiempo” (Freud, 1984). El proceso, que a continuación los autores de los Estudios describieron, consistió en afirmar que los síntomas histéricos sobrevenían a causa de una vivencia que hacía emerger los afectos penosos del horror, la angustia, la vergüenza y el dolor psíquico. Es decir, una vivencia que se hacía valer como un trauma. El influjo del proceso ocasionador, señalan, no opera con la lógica característica de los eventos mecánicos. Esto es, “por mediación de una cadena de eslabones causales intermedios, sino... al modo de que un dolor psíquico recordado en la consciencia despierta suscita en un momento posterior la secreción lacrimal: el histérico padece por la mayor parte de reminiscencias” (Freud, 1984). En este sentido, las vivencias traumáticas logran producir efectos tan intensos, muchísimo tiempo después de acontecido el hecho, debido a que los recuerdos de esos traumas “están completamente ausentes de la memoria de los enfermos en su estado psíquico habitual” (Freud, 1984). Así pues, las representaciones patógenas estaban para ellos insuficientemente abreaccionadas por estarles denegado el desgaste normal de cualquier representación, a través de “los estados de asociación desinhibida”. En otros términos, “el recuerdo... obra al modo de un cuerpo extraño” (Freud, 1984). Finalmente, declaran que son dos los grupos de razones por los cuales fue impedida la abreacción normal del recuerdo.
En el primer grupo incluimos los casos en que los enfermos no han reaccionado frente a traumas psíquicos porque la naturaleza misma del trauma excluía una reacción (como por ejemplo, la pérdida, que se presentó irreparable, de una persona amada) o porque circunstancias sociales la imposibilitaron, o porque se trataba de cosas que el enfermo quería olvidar. Y por eso adrede la reprimió de su pensar consciente, las inhibió y sofocó... La segunda serie de condiciones no está comandada por el contenido de los recuerdos, sino por los estados psíquicos en que sobrevinieron las vivencias en cuestión: ... en estados psíquicos anormales, como el estado crepuscular semihipnótico del soñar despierto, los estados de autohipnosis y fenómenos similares (Freud, 1984).
Estas son a grandes rasgos las concepciones generales que se sustentan en el ensayo. Se encuentran al comienzo del texto en la parte llamada “Comunicación Preliminar”. En el apartado siguiente, lo que se halla es la exposición de los historiales clínicos, fuente y sustento de dichas concepciones. Lo que resulta crucial indicar de ellas es que son intervenciones terapéuticas enteramente basadas y comprendidas en principios psicológicos, y no fisiológicos, como inicialmente podría creerse cuando se resaltan ciertos términos o frases de la parte teórica escrita por Breuer. En la epicrisis del historial de la señora Emmy Von N., se encuentran estas referencias que muy seguramente habrán sido de utilidad para defender la tesis del Freud fisiologista.
Consideramos los síntomas histéricos como unos afectos y unos restos de excitaciones de influencia traumática sobre el sistema nervioso... Aquí uno ya no puede negarse a tomar en cuenta unas cantidades, a concebir el proceso como si una suma de excitación llegada al sistema nervioso se traspusiera en un síntoma permanente en la medida en que no se empleó en la acción hacia fuera proporcionalmente a su monto (Freud, 1984).
Si observamos con detenimiento la argumentación del texto, no es difícil reconocer que este llamado a elementos fisiologistas corresponde a una descripción de la manera como se ve afectado el sistema nervioso por eventos de índole psicológica. Vale decir, la descripción fisiologista es realizada aquí sobre una estructura argumentativa enteramente psicológica, de tal modo que señala la capacidad de influjo de lo psíquico en lo físico, o mejor aún, la necesaria participación de ambos factores en las manifestaciones sintomáticas de las neurosis. El predominio de lo psicológico se lee, en primera instancia, en el convencimiento de Freud de que los síntomas neuróticos se producían a partir de ciertas vivencias ocurridas al paciente con anterioridad, las cuales constituían las premisas sobre las que se edificaban las ideas patológicas. Este discernimiento, transmitido a Freud por Breuer, le permitió afianzar una manera diferente de comprender las problemáticas neuróticas, tal como lo deja traslucir en las concepciones que elaboró en el historial de la señora Emmy Von N., el primero de los casos en que se hizo uso del método catártico: “Las fobias y abulias... concebidas por la escuela de los psiquiatras franceses como unos estigmas de degeneración nerviosa, en nuestro caso demuestran, empero, estar suficientemente determinadas por vivencias traumáticas” (Freud, 1984). Y nos presenta otro caso en el cual vuelve a ratificar el alejamiento de la perspectiva tradicional:
Hace unos meses traté a una muchacha de 18 años cuya familia mostraba antecedentes patológicos... Lo primero que supe de ella fue su queja por unos ataques de desesperación con un contenido de dos clases. En unos, sentía un tironeo y comezón en la parte inferior del rostro, desde las mejillas hacia la boca; en los otros se le estiraban convulsivamente los dedos de los pies que empezaban a movérsele sin descanso. Al comienzo no me incliné a atribuir mucho valor a este detalle, y anteriores estudiosos de la histeria se habrían visto seguramente llevados a ver en estos fenómenos una prueba de la estimulación de centros corticales a raíz de ataques histéricos... Del movimiento del dedo del pie habría que responsabilizar a lugares simétricos de la corteza situados muy próximos a la cisura media. Sin embargo, aquel fenómeno halló diversa explicación (Freud, 1984).
La indagatoria que emprendió para comprender estos síntomas se basó obviamente en la aplicación de los principios rectores del método catártico:
Le pregunté directamente qué pensamiento le acudía en esos ataques; le dije que ella necesariamente tenía que poder dar una explicación para ambos fenómenos... Esta niña ambiciosa y algo simple resolvió cultivarse con todo empeño para alcanzar a sus hermanas y compañeras de su misma edad... Desde luego, también en el aspecto corporal solía compararse con otras muchachas... Su prognatismo empezó a mortificarla y dio en la idea de corregirlo ejercitándose durante un cuarto de hora extendiendo hacia abajo el labio superior por sobre los dientes salidos. La infructuosidad de este pueril empeño le llevó cierta vez a un estallido de desesperación, y desde ese momento el tironeo y la comezón en la parte inferior de las mejillas le quedaron como una variedad de sus ataques (Freud, 1984).
El análisis de este caso, aunque carente de muchos elementos característicos de los posteriores abordajes psicoterapéuticos, como las referencias a la infancia y demás, no obstante, es indudable que constituye un análisis psicológico; análisis que le permitió demostrar, en el historial de Emmy Von, “cuanto significado se escondía tras ese tic... (aparentemente) carente de sentido” (Freud, 1984). En los restantes casos de Freud del mismo texto abundan consideraciones semejantes.
Ahora bien, a pesar de que es verdad que estos planteamientos conducen a lineamientos y esquematizaciones básicamente psicológicas, lo que hace que las teorizaciones de Freud no sean una comprensión mecanicista no es en definitiva la remisión al pasado de los hechos sintomáticos precedentes. Breuer promueve la misma modalidad de intelección para las neurosis, y su comunicación es empero decididamente mecanicista; lo anterior no por recurrir en un primer momento, a una terminología de las ciencias físicas y neurológicas para aprehender los fenómenos histéricos. Al fin y al cabo, Breuer es enfático en indicar que sus términos, como los dispositivos eléctricos, son presentados “con fines comparativos” (Freud, 1984), son metáforas para obtener toda la claridad posible, pero en los que priman los hechos psicológicos descubiertos por la clínica:
Si en vez de <<representación>> dijéramos <<excitación cortical>>, esta última expresión sólo tendría un sentido para nosotros si con ese ropaje discerniéramos lo archiconocido, y tácitamente le restituyéramos <<representación>>. En efecto, mientras que las representaciones son de continuo asunto de nuestra experiencia y nos resultan consabidas en todos sus matices, <<excitación cortical>> es para nosotros más bien un postulado, un asunto de discernimiento futuro y esperado. Aquella sustitución de los términos parece una inútil mascarada. Admítase por ello el uso casi exclusivo de una terminología psicológica (Freud, 1984).
Lo que hace particular el punto de vista de Freud sobre los procesos neuróticos, es que colocó en la base de ellos a un acto de voluntad: “...hay una condición psíquica indispensable para (la adquisición de una histeria): que una representación sea reprimida (desalojada) deliberadamente de la consciencia, excluida del procedimiento asociativo” (Freud, 1984). Dicho en forma más extensa, cuando Freud intenta hacer un uso más generalizado del método catártico de Breuer, que exigía la hipnotización del paciente, al toparse con el obstáculo de que no de todas las personas era posible obtener el mismo grado profundo de sonambulismo, y ante la necesidad de establecer el nexo causal de los recuerdos patógenos con los síntomas, decide dejarse guiar por una premisa: “Me resolví a partir de la premisa que mis pacientes sabían todo aquello que pudiera tener una significatividad patógena, y que sólo era cuestión de constreñirlos a comunicarlos” (Freud, 1984). Esta misma premisa lo llevó a interrogarse por la causa del olvido del recuerdo patógeno y su imposibilidad para ser traído a la consciencia en los momentos requeridos. Así descubre que existía por parte de sus pacientes una resistencia a que aflorara el recuerdo. “La enferma oponía una gran resistencia al intento de establecer la asociación entre el grupo psíquico separado y sus restantes contenidos de consciencia, y cuando esa reunión a pesar de todo se consumó, sintió un gran dolor psíquico” (Freud, 1984). Resistencia que encontró igualmente en el origen de las dificultades para lograr la hipnotización de alguno de sus pacientes y que era traducible en los términos de un no querer.
¿A qué se debía que unos fueran hipnotizables y otros no?... Noté que en algunos pacientes el impedimento se remontaba un paso más atrás; se rehusaban ya al intento de hipnosis... Así no sería hipnotizable quien tuviera un reparo psíquico contra la hipnosis, lo exteriorizara o no, como un no querer (Freud, 1984).
Su empeño terapéutico quedó entonces definido de este modo: “mediante mi trabajo psíquico yo tenía que superar en el paciente una fuerza que contrariaba el devenir consciente (recordar) de las representaciones patógenas” (Freud, 1984). Esta resistencia era también la fuerza misma que se hallaba en la génesis del síntoma y tenía que ver con el intento del paciente por no tomar conocimiento de una representación intensamente displacentera. Llegado a este punto, sólo una conclusión era posible. “Puedo aseverar que ese olvido es a menudo deliberado, deseado, y siempre, sólo en apariencia es logrado” (Freud, 1984). En otras palabras, para Freud la génesis del olvido se arraigaba en ciertas fuerzas susceptibles de ser intelegidas como motivos. Y sólo en la medida en que ellas fueran puestas al descubierto el recuerdo patógeno y el afecto concomitante podían ser liberados. Este punto de vista de Freud es en todo diferente al propuesto por Breuer. Al suponer y privilegiar los estados hipnoides como condición necesaria para que la histeria emergiera, Breuer está dejando a un lado la posible participación que podía tener el sujeto en las dolencias que soportaba. Con esta comprensión de los fenómenos histéricos, Breuer hace del neurótico un sujeto pasivo al que el infortunio de una desgraciada conjunción de una tara hereditaria, junto con el enfrentamiento a una situación difícil y la creación para ese instante de un “cierto vacío de la conciencia en que a una representación emergente no se le contrapone resistencia alguna de las otras” (Freud, 1984), será lo que decidirá su desgracia. Por esta razón, el punto de vista de Freud y Breuer no se pueden homologar y señalarse como objeto de las mismas objeciones. A pesar de que el texto “Estudios sobre la histeria” es un escrito hecho entre dos, Freud es enfático en indicar las partes en las cuales él participó, siendo la tan citada sección teórica elaborada únicamente por Breuer.
El libro con Breuer (contiene) cinco historiales clínicos, un ensayo suyo sobre las teorías de la histeria (resumen y crítica), con el cual yo no tengo nada que ver, y uno mío sobre terapia que todavía no he comenzado (Freud, 1984).
Además, aunque en uno de sus casos, el de la paciente Katharina, Freud (1984) parece promover la idea de los estados hipnoides (“el afecto mismo crea el estado hipnoide, cuyos productos luego se mantienen fuera del comercio asociativo con el yo consciencia”) (Pág. 144), no obstante, líneas más abajo reconoce que dentro del desarrollo de ese proceso en esta paciente está involucrado el yo. “La causa del aislamiento no es, como en el caso tres, la voluntad del yo, sino la ignorancia del yo, que aún no sabe qué hacer con unas experiencias sexuales” (Freud, 1984). Si el caso Katharina ofrece algunas ambigüedades, todo lo anteriormente descrito por nosotros, tomado del análisis de los dos casos predecesores, señora Emmy Von N. y Miss Lucy R., ciertamente inclina la balanza a favor del discernimiento que declara el predominio en Freud de una comprensión de las manifestaciones histéricas como resultantes de una “sofocación voluntaria de representaciones penosas, por los cuales el ser humano se siente amenazado en su alegría de vivir o en su respeto hacia sí mismo” (Freud, 1984).
En el caso siguiente a Katharina, la señorita Elizabeth Von K., Freud vuelve a interpretar la histeria del mismo modo:
... Pregunté si durante el viaje se había representado la triste posibilidad (de que su hermana muriera). Respondió que había esquivado cuidadosamente ese pensamiento, pero opinó que su madre desde el comienzo imaginaba lo peor. A ello siguió un recuerdo de la llegada a Viena... Cuenta que el cuñado no salió a recibirlas; luego estaban de pie ante el lecho, vieron a la muerta, y en el momento de la cruel certidumbre de que la hermana querida había muerto sin despedirse de ellas, sin que el cuidado de ella fuera el bálsamo de sus últimos días... en ese mismo momento un pensamiento otro pasó con estremecimiento por el cerebro de Elizabeth... <<ahora él está de nuevo libre, y yo puedo convertirme en su esposa>>. Así todo quedaba en claro. El empeño del analista era recompensado abundantemente: la idea de la defensa frente a una representación inconciliable; de la génesis de síntomas histéricos por conversión de una excitación psíquica a lo corporal; de la formación de un grupo psíquico separado por el acto de voluntad que lleva a la defensa: todo eso me fue puesto en aquel momento ante los ojos de un modo visible (Freud, 1984).
Y en la sección “Sobre la psicoterapia de la histeria”, Freud (1984), finalmente, afirma:
En mi experiencia, curiosamente, nunca he tropezado con una histeria hipnoide genuina; todas las que abordé se me mudaron en histerias de defensa. No es que nunca haya tropezado con síntomas de los que pudiera demostrarse que se generaron en estados de consciencia segregados, por lo cual forzosamente quedarían excluidos de su recesión en el yo. En mis casos sucedía esto a veces, pero siempre pude demostrar que el llamado estado hipnoide debía su segregación a las circunstancias de imperar en él un grupo psíquico escindido con anterioridad por vía de defensa. En suma: no puedo aventar la sospecha de que histeria hipnoide y de defensa coincidan en algún lugar de sus raíces, y que, en tal caso, la defensa sea lo primario (Pág. 291).
Todo lo anterior nos permite llegar a la siguiente conclusión. Es claro que las observaciones de Breuer sobre la histeria conducen a resultados mecanicistas: el lugar central que le otorgó a la hipótesis de los estados hipnoides hizo que las remisiones a los conceptos de la fisiología adoptaran un matiz diferente del que él inicialmente se propuso. Pero, el hecho de que haya sido un escrito con autoría común no significa que cada una de las disertaciones ahí plasmadas sean puntos de vista que ambos autores compartan y acepten de igual manera. Existen discrepancias evidentes entre los dos autores. Tienen que ver precisamente en el modo de interpretar los fenómenos histéricos: uno de preeminencia psicológica, y el otro con mayores matices neurofisiologistas y de consecuencias mecanicistas. El mismo Freud ya había resaltado la discrepancia teórica entre ellos.
(Breuer) prefería una teoría, por así decir, aún fisiológica; quería explicar la escisión del alma de los histéricos por la incomunicación entre diferentes estados de ella (o estados de consciencia como decíamos entonces) y así creó la teoría de los “estados hipnoides”... Yo entendía las cosas menos científicamente, (en el sentido de las ciencias físico-naturales), discernía dondequiera inclinaciones y tendencias análogas a las de la vida cotidiana y concebía la escisión psíquica misma como resultado de un proceso de repulsión (repulsión-atracción es la pareja de términos que designa las fuerzas básicas de la mecánica clásica) al que llamé entonces “defensa”, y más tarde “represión”. Hice un efímero intento de dejar subsistir los dos mecanismos el uno junto al otro. Pero... pronto mi doctrina de la defensa se contrapuso a la teoría de los estados hipnoides de Breuer (42).
Aún más, en otro texto aseguró que la hipótesis de los estados hipnoides fue “ociosa y despistante”, nacida “por exclusiva iniciativa de Breuer” (43).
Quizá el no rechazo directo inicial a la idea de los estados hipnoides haya ocurrido por este motivo:
The references to neurophysiology reflect Freud’s continued belief that not all the phenomena of hysteria could be explained solely in psychological terms and that a physiological model would ultimately be required. Freud consistently chose to emphasise psychological explications and insisted that it is impossible at least presently, to formulate an adequate physiological scheme but, the insufficiency of the psychology seemed to justify brief references to possible physiological factors (44).
En el caso específico de la histeria, Freud aseguró que su mecanismo típico, esto es, “la capacidad para la conversión”, sólo podía ser explicada por la fisiología. No obstante, Freud en los “Estudios” presentó una esquematización en el que integró magistralmente estas dos líneas de análisis.
Uno puede responder esta pregunta si toma en consideración dos hechos que es lícito emplear como bien certificados: 1. Que los dolores histéricos se generaron al mismo tiempo que se formó aquel grupo psíquico, y 2. Que la enferma oponía una gran resistencia al intento de establecer la asociación entre el grupo separado y sus restantes contenidos de consciencia... Nuestra concepción de la histeria conjuga ambos factores con el hecho de la escisión de consciencia, afirmando: el punto dos contiene la referencia al motivo de escisión de la consciencia, y el punto uno a su mecanismo. El motivo era el de la defensa, la revuelta del yo a conciliarse con ese grupo de representación; el mecanismo era el de la conversión, vale decir, en lugar de los dolores anímicos que ella se había ahorrado emergieron los corporales (Freud, 1984).
Las intelecciones neurológicas estaban entonces dirigidas a crear medios para poder pensar los mecanismos de la histeria, aprehensibles según Freud con categorías fisiológicas. Sin embargo, esas categorías estaban inscritas en una modalidad general de interpretación psicológica. En consecuencia, con traer a colación todas las declaraciones neurológicas que Freud haya hecho con respecto a la histeria y a las otras entidades clínicas, en ese periodo, no se prueba con ello que la comprensión mecanicista era el esquema de entendimiento para sus hallazgos en la clínica. El fundamento para la histeria sólo era discernible en los parámetros que brindaba la psicología. Y señas de tal convicción lo demostró al reconducir a la misma base psicológica otras enfermedades nerviosas. “Las neuropsicosis de defensa; ensayo de una teoría psicológica de la histeria adquirida, de muchas fobias y representaciones obsesivas, y ciertas psicosis alucinatorias” (1894), es el nombre del texto en el que expone las posibilidades explicativas que brinda la hipótesis de la defensa, “pilar fundamental sobre el que descansa el edificio del psicoanálisis, su pieza más esencial” (45): “...La escisión del contenido de consciencia es la consecuencia de un acto voluntario del enfermo, vale decir, es introducida por un empeño voluntario cuyo motivo es posible indicar” (46).
(Los) pacientes por mí analizados gozaron de salud psíquica hasta el momento en que sobrevino un caso de inconciliabilidad en su vida de representaciones, es decir, hasta que se presentó una vivencia, una representación, una sensación que despertó un afecto tan penoso que la persona decidió olvidar (47).
(Las...) representaciones inconciliables nacen las más de las veces sobre el suelo del vivenciar y del sentir sexuales, y las afectadas se acuerdan con toda precisión deseable de sus empeños defensivos, de su propósito <<de ahuyentar>> la cosa, de no pensar en ella, de sofocarla (48).
Estos son los puntos capitales de la teoría que desarrolla en el texto “Las neuropsicosis”, en los anteriores y en los subsiguientes.
Ahora bien, las neuropsicosis de defensa eran uno de los dos grandes grupos taxonómicos en los que Freud reunió cierto número de afecciones psiconeuróticas. Es claro que Freud no intentó generalizar la noción de defensa ni al conjunto de la histeria, ni al conjunto de todas las entidades clínicas, como hará tiempo después. Neurosis actuales será el nombre que años más adelante utilizará para las neurosis cuya etiología se debía buscar en los desórdenes actuales de la vida sexual y no en acontecimientos importantes de la vida pasada. En este sentido, durante esa época la hipótesis de la defensa no se convirtió en definitoria para este grupo taxonómico, grupo conformado por las neurosis de angustia, la neurastenia y la melancolía. Freud señaló que los síntomas de estas neurosis no constituían una expresión simbólica de un conflicto psíquico. Lo que lo condujo a pensar que el mecanismo para su formación debía entenderse sólo gracias a concepciones de tipo somático y no psicológico. “La fuente de la angustia no ha de buscarse dentro de lo psíquico. Por tanto, se sitúa en lo físico, lo que produce angustia es un factor psíquico de la vida sexual” (49).
Así, dijo de cada una de las tres entidades que integran las neurosis actuales: “La melancolía se genera como acrecentamiento de neurastenia por masturbación... Se presenta en combinación típica con angustia grave” (50). “La neurastenia de los hombres es adquirida en la pubertad y sale a la luz en la tercera década de vida. Su fuente es la masturbación, cuya frecuencia es absolutamente paralela a la frecuencia de la neurastenia de los hombres” (51). El factor señalado aquí, la sexualidad, conllevaba para Freud, en ese entonces, meros elementos fisiológicos: los efectos de su ejercicio, cuando era realizado de modo no adecuado, producían algunas alteraciones en el sistema nervioso que terminaban por originar, si no eran hechas con prontitud las correcciones del caso, las diferentes afecciones neuróticas. Las neurosis eran, en resumen, “perturbaciones del equilibrio por una descarga dificultada” (52). Para Freud, en estas consideraciones, poco ayudaban puntualizaciones psicológicas. Así aseguró que la angustia se generaba simple y llanamente por la acumulación de libido. “... La angustia ha surgido por mudanza desde la tensión sexual acumulada” (53).
Ahora bien, cuando intentó dar cuenta del mecanismo mediante el cual operaba ese modelo neurológico, plasmando sus intentos en varios de los manuscritos enviados a Fliess, siendo el más conocido “El esquema sexual” (54) del Manuscrito G, no terminó por excluir en sus consideraciones al sujeto. Lo que él bosqueja no fue simplemente la descripción de un organismo sufriendo las consecuencias de una enfermedad, a la que se procuró descubrir sus mecanismos causales. Muy en oposición a lo que en un primer momento pudiera leerse en algunos de sus párrafos, las neurosis actuales no se constituyeron en dolencias fundamentadas en desafortunadas y fortuitas intoxicaciones, lesiones, infecciones o taras hereditarias. Estas neurosis, afecciones psiconeuróticas al fin y al cabo, recibían todo el influjo de la vida anímica.
... A partir de cierto valor, una tensión sexual despierta libido psíquica, que luego lleva al coito. Si la reacción específica no puede producirse, crece desmedidamente la tensión psicofísica, se vuelve perturbadora, pero no hay todavía fundamento alguno para su mudanza. Ahora bien, en la neurosis de angustia esa mudanza sobreviene...: La tensión física crece, alcanza su valor de umbral con el que puede despertar afecto psíquico, pero por razones cualesquiera el anudamiento psíquico que se le ofrece permanece insuficiente, es imposible llegar a la formación de un afecto sexual porque faltan para ello las condiciones psíquicas. Así, la tensión física no ligada psíquicamente se muda en... angustia (55).
Siguiendo esta perspectiva, Freud registra los casos en los que se desarrolla el afloramiento de la angustia.
1. Angustia virginal. Aquí el ámbito de representación destinado a acoger la tensión psíquica no está todavía presente. O su presencia es insuficiente, y viene a sumarse una desautorización psíquica como resultado secundario de la educación... 2. Angustia de los mojigatos. Es el caso de la defensa, rehusamiento psíquico directo, que imposibilita el procesamiento de la tensión sexual... 3. Angustia de abstinencia forzosa. En realidad es lo mismo, pues, tales mujeres se crean las más de las veces, para no caer en tentación, un rehusamiento psíquico. 4. Angustia del coitus interruptus en mujeres. Aquí... artificialmente se establece una enajenación entre acto físico-sexual y su procesamiento psíquico... Por tanto, tras rehusamiento psíquico, una enajenación psíquica. 5. Angustia del coitus interruptus o reservatus en los hombres... Se trata, otra vez, de un desvío psíquico, pues a la atención se le impone otra meta y se le ataja. El procesamiento de la tensión psíquica... 6. Angustia de la potencia en disminución o de la libido insuficiente... Se explica por el hecho de que al acto singular no se le puede procurar un placer psíquico suficiente. 7. Angustia de los hombres que sienten disgusto, neurasténicos abstinentes (56).
Su teoría de las neurosis actuales, no era, pues, exclusivamente fisiológica, excluyente del ámbito de lo que cotidianamente se conoce como la vida psíquica. Estos, los antecedentes del Proyecto, como se acaba de ver, mostraron apelaciones a consideraciones fisiológicas, pero todas ellas inscritas en un marco psicológico general. En estas teorizaciones la angustia era concebida como un corolario de ciertas prácticas sexuales. Es decir, dependía de la realización o la abstención de formas particulares de la actividad sexual. Para Freud era claro que la angustia emergía a consecuencia de la transformación de la energía sexual acumulada. El mecanismo ahí operante obviamente sólo podía ser dado en términos fisiologistas. Sin embargo, el porqué una persona decidiera ejecutar algunas practicas sexuales, Freud de ningún modo lo explicó mediante consideraciones fisiológicas. En este punto, las consideraciones a las que apeló eran típicamente las que se ofrecen en la vida anímica. Las mayores tematizaciones neurológicas se dieron entonces para comprender los mecanismos intervinientes en la transformación de la energía sexual en angustia, cuestión que era a su parecer la esencia de las neurosis actuales.
Sin embargo, resultó después difícil de conciliar las hipótesis empleadas para ellas, por un lado, y para las neuropsicosis de defensa por otro. Esa problemática proveyó de motivos para intentar producir una teoría eminentemente fisiológica en el año de 1895.
He now regarded repression as a distinct and wholly pathological process... But, with the development of his model for anxiety neurosis, the distinction between repression and inhibition was blurred... is anxiety neurosis simply the pathological result of continous, prolonged inhibition? This view is untenable if Freud wished to maintain that conversion is the result of a unique pathological process; and yet it seemed impossible to argue that anxiety neurosis involves a mechanism distinctly different from normal inhibition... these problems generated by Freud’s studies of the simple neuroses... were the major inspiration for Freud’s excursion into psychophysiology during 1895...: the project for a scientific psychology (57).
En este orden de ideas, Freud interesado por definir la relación entre la represión y la excitación sexual somático, decide tratar de abordar la hipótesis de la represión en términos fisiologistas. Sólo que ese intento le exigió mucho más de lo que inicialmente había presupuestado:
La psicología es realmente un calvario para mí; jugar a bolos o juntar hongos en el campo son, por cierto, cosas mucho más sanas. Después de todo yo sólo pretendía explicar la defensa, pero hallé que eso me llevaba a explicar algo que pertenece al núcleo de la naturaleza. He tenido que elaborar los problemas de la cualidad, el dormir, la memoria: en suma, la psicología entera (58).
El Proyecto fue escrito entre septiembre y octubre de 1895. Contiene tres secciones. En la primera encontramos los principios sobre los cuales desarrolla su discusión. Ahí aborda, en veintiún apartados, los expedientes generales que constituyen el estudio de la psicología, todos ellos fundamentados en bases fisiologistas y mecanicistas. La segunda y tercera parte del texto es un intento por aplicar los supuestos de la primera sección, en el análisis de los procesos patológicos y en los decursos psíquicos normales. Ahora bien, conforme empiezan a transcurrir las páginas del escrito, surgen rasgos que no resultan característicos de quien se supone es dominado estrictamente por una visión mecanicista. Por ejemplo, reclama el mayor interés el hecho de que Freud se muestra renuente a adoptar claramente en uno de los puntos claves de este asunto la perspectiva obvia que le correspondería por ser guiado por ímpetus materialistas.
La conciencia es, sin más para todo mecanicista, un epifenómeno. En cambio, Freud adopta una posición intermedia al respecto.
Unas palabras sobre la relación de esta teoría (la de Freud) de la conciencia con otras. Según una avanzada teoría mecanicista, la consciencia es un mero añadido a los procesos fisiológico-psíquicos, cuya ausencia no cambiaría nada en el decurso psíquico. Según otra doctrina, consciencia es el lado subjetivo de todo acontecer psíquico, y es por tanto inseparable del proceso anímico-fisiológico. Entre ambas se sitúa la doctrina aquí desarrollada. Conciencia es aquí el lado subjetivo de una parte de los procesos físicos del sistema de neuronas, a saber, de los procesos w, y la ausencia de la consciencia no deja inalterado al acontecer psíquico, sino que incluye la ausencia de la contribución al sistema w (59).
Aún más curioso es que, después de definir al yo como una red de neuronas investidas, en las secciones ulteriores hace una descripción del funcionamiento del yo en un lenguaje de ningún modo fisiologista:
Para el yo se trata de no consentir ningún desprendimiento de afecto, porque así consentiría un proceso primario. Su mejor herramienta para esto es el mecanismo de la atención. Si una investidura que desprende displacer pudiera escapar a la atención, el yo llegaría demasiado tarde para contraponérsele (60).
Y continúa afirmando: “Aquí no es ninguna percepción, sino una huella mnémica, la que inesperadamente desprende displacer, y el yo se entera demasiado tarde; ha consentido un proceso primario porque no lo esperaba” (61).
El yo es un concepto que se encuentra por doquier en este texto. Freud lo liga a cada una de las facultades psíquicas por él tratadas y lo hace partícipe en casi todos los procesos mentales. En este sentido, es él quien viene a determinar la forma final como se va a resolver un proceso. En consecuencia, ligera resulta ser la apreciación que declara que en el proyecto la psique ha sido pensada por Freud como un “aparato reflejo pasivo”, tal como señala, entre otros, Wallwork (1994), porque como él mismo lo resalta, es una flagrante contradicción.
En el Proyecto Freud rompe en realidad con el materialismo de sus maestros helmholtzianos al proponer un “yo” decididamente no mecanicista capaz de percibir señales de displacer, de juzgar diferencias cualitativas (como las que hay entre la realidad y la fantasía), y adoptar medidas reparadoras (Pág. 54).
El comportamiento del individuo no fue entonces para Freud en este periodo, ni siquiera en el Proyecto, una manifestación de procesos automáticos, reflejos, que el medio desencadenaba.
El proyecto propone un ego observador como un primer motor, el que quiere y el que conoce a final de cuentas y, por consiguiente, un homúnculo vitalista con cierto grado de autonomía (62).
Así pareciera que Freud llegó a la misma puntualización que Lacan, en conversación con Henry Ey, había logrado: “En toda concepción organicista del psiquismo se halla siempre disimulado “el hombrecito que hay en el hombre”, y velando porque la máquina respondiera” (Lacan, 1988).
Y si esta conclusión es viable en el escrito paradigmático de la supuesta mirada físico-fisiologista, en los periodos iníciales del psicoanálisis, qué no se puede afirmar entonces de los otros ensayos publicados. Como quiera, mecanicista o no, el Proyecto fue, tal como lo dice James Strachey, un esbozo inconcluso, desautorizado por su creador, redactado en un momento bien específico, después del cual le suscitaron los mayores sentimientos de extrañeza por lo allí planteado (63). Esta es una situación de fácil comprensión, puesto que ya había intelegido, desde varios años atrás, que el asunto de las neurosis sólo podía ser explicado al modo como los poetas nos lo muestran:
No he sido psicoterapeuta siempre, sino que me he educado, como otros neuropatólogos, en diagnósticos locales y electroprognosis, y por eso a mí mismo me resulta singular que los historiales clínicos por mí escritos se lean como unas novelas breves, y de ellos esté ausente, por así decir, el sello de seriedad que lleva estampado lo científico. Por eso me tengo que consolar diciendo que la responsable de ese resultado es la naturaleza misma del asunto, más que alguna predilección mía; es que el diagnóstico local y las reacciones eléctricas no cumplen mayor papel en el estudio de la histeria, mientras que una exposición en profundidad de los procesos anímicos como la que estamos habituados a recibir del poeta me permite, mediando la aplicación de unas pocas fórmulas psicológicas, obtener una suerte de intelección sobre la marcha de una histeria (Freud, 1984).
A MODO DE CONCLUSIÓN
En innumerables escritos de comentaristas de la obra de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis es presentado como alguien que ha producido con su teoría la revocación de la responsabilidad de los individuos respecto a su hacer. En efecto, el psicoanálisis ha sido reconocido como una teoría que ofrece toda una serie de justificaciones que permiten desculpabilizar a cualquier clase de acción realizada. Así por ejemplo, con citas escogidas de textos de Freud, se asegura que él, en sus conceptos de “determinismo psíquico”, de “pulsión” y de “aparato psíquico”, postuló las premisas ineludibles e inexorables que gobiernan la praxis humana. Colocado el fundamento de la acción por fuera del individuo, en un lugar exterior a él, en los genes, en el cuerpo, en los padres o en la sociedad donde nació y creció, la responsabilidad del sujeto por lo que hace, con toda lógica, desaparece.
Aquí se ha partido del supuesto de que tales ideas tergiversan profundamente las cuidadosas formulaciones freudianas. El artículo tuvo la intención de sopesar la validez de tales consideraciones en uno de los aspectos enunciados anteriormente. Se reconoce que en el tema del mecanicismo atribuido a Freud con esta exposición no queda agotada la discusión. Falta, por ejemplo, hacer las aclaraciones pertinentes en relación con la metapsicología, que él desarrolló en el tiempo posterior al tratado en este escrito, pues se asegura que Freud la acometió intentando situar su descubrimiento en los parámetros propios de las ciencias naturales. Variados autores como Wallwork (1994): señalan que la metapsicología, al menos tal como esta existió de 1900 a 1919, estaba dispuesta de modo tal que prescindía del empleo del lenguaje intencional, y hasta se oponía a los principios que supeditaban la psicología corriente de la praxis humana, originándose así una comprensión bifurcada de la experiencia freudiana, en la que se presentaba de un lado su práctica clínica, mostrada en sus casos clínicos, con predominio de una estructura conceptual hecha sobre la base de significados y motivaciones, y por el otro, de un teorizar formulado a través de metáforas y categorías neurológicas o fisicalistas. Estas serán cuestiones a tratar en otros escritos.
REFERENCIAS
Bercherie, P. (1988). Génesis de los conceptos freudianos. Argentina: Paidós.
Fromm, E. (1981). Miedo a la libertad. Buenos Aires: Paidós.
Freud, S. (1984). La histeria. Obras Completas. Amorrourtu.
Jones, E. (1985). Freud. Barcelona: Anagrama.
Kenneth, L. (1978). Freud’s early prsychology of the neuroses. University of Pittsburgh Press.
Lacan, J. (1988). Escritos I. Argentina: Siglo XXI.
Laplanche, J., & Pontalis, J. (1981). Diccionario de Psicoanálisis. 3ª. Edición. Barcelona: Labor.
Rabinovich, D. (s.f.). El concepto de objeto en la teoría psicoanalítica. Argentina: Manantial.
Robert, M. (1996). La Revolución psicoanalítica. México: Fondo de Cultura Económica.
Wallwork, E. (1994). El Psicoanálisis y la Ética. México: Fondo de Cultura Económica.
NOTAS
1. Op. cit. Citado por Wallwork. Pág. 45.
2. Ibid. Pág. 53
3. Op. Cit Bercherie. Pág. 149.
4. Op. Cit. Wallwork. Pág. 68.
5. Op. cit. Freud citado por Robert. Pág. 48.
6. Ibid. Pág. 49.
7. Ibid
8. Op. cit Wallwork. Pág. 69.
9. Op. cit. Robert. Pág. 72.
10. Op. Cit. Carta del 20 de Junio de 1885. Citada por Robert. Pág. 70.
11. Ibid. Pág. 63.
12. LEVIN, Kenneth. Freud’s early prsychology of the Neuroses. University of Pittsburgh Press. 1978. Pág. 64. ...(Yo fui retado por mi respetado maestro, Hofrat Profesor Meynert, a presentar ante la sociedad algunos casos en el que las indicaciones de la histeria – el estigma histérico con el que Charcot caracteriza esta neurosis –pueda ser observada en una forma claramente marcada-).
13. Un hecho de no poco interés para determinar si las teorías de Freud eran mecanicistas, lo constituye la cuestión del antilocalizacionismo defendido por él desde esa época. Como es conocido, Carl Wernicke llegó a formular, sobre la base de evidencia de autopsias, que existía un centro del cerebro (área 39) el cual estaba asociado con la comprensión de las palabras habladas. Apoyado en las teorizaciones de Meynert y siguiendo las mismas pautas de los estudios de Paul Broca, este último y Wernicke se van a convertir en los principales promotores de un movimiento científico que pretendió localizar en áreas bien específicas del cerebro cada una de las facultades psíquicas e intelectuales. Mediante los descubrimientos anatomopatológicos del sistema nervioso se quería construir toda una teoría sobre el funcionamiento del cerebro y/o la psique humana. A su turno, Freud consideró que no se podía confundir el registro anatomofisiológico con el registro psicológico; un elemento psíquico, por simple que fuera, no podía a su parecer restringirse a un punto específico del cerebro. Para él se estaba intentando hacer un mapa imposible del campo fisiológico, en el que fijar funciones psicológicas, y esto sin existir ninguna posibilidad segura de captar el vínculo entre unas y otras. “Percepción, asociación, memoria, aparecen entonces como aspectos diferentes de un mismo proceso funcional psicofisiológico... (a las que es) imposible de poner de manifiesto el correlato anatómico de cada uno de los elementos de su descomposición psicológica” (Bercherie. Pág. 298). La tesis de Freud era una notable crítica conducente “a rasguñar al sacro santo pontífice de Meynert” (Carta a Fliess número 8. Mayo 2 de 1991). Esta fe globalista que animó el texto de Freud sobre la afasia tiene la particularidad de hacer de la actividad mental un proceso muchísimo más complejo y activo de lo que las teorías con descomposición analítica suelen proponer. Las consideraciones funcionales que Freud sugiere ahí destacan los modos de operación de la estructura del cerebro, de suerte que obliga a atender el mayor tiempo posible a los fenómenos sintéticos, comúnmente proporcionados por la experiencia, y no a los elementos simples y quizá artificiales que se trata de buscar en la disección de cadáveres. Desde esta perspectiva, se hace inteligible en cierto sentido el uso que Freud hizo de explicaciones netamente psicológicas, puesto que no cayó en la atomización típica del mecanicismo, típica en la corriente localizacionista, cuando trató específicamente el substrato material nervioso. Si aún no se percibe la rápida asociación que puede darse entre una propuesta globalista en cualquier terreno de la ciencia y los enunciados psicologistas, piénsese por ejemplo en las teorías funcionalistas de William James, Dewey, o en las propuestas de Brentano y de la escuela de la Gestalt, para quienes, sin dudar de la base material de la vida anímica, basan sus conclusiones en ideas como “el sí mismo”, “el sujeto pensante”, o la “conciencia”.
14. Op. Cit. Freud. De la sugestion et de ses aplications... Pág. 83.
15. Ibid. Pág. 84.
16. Ibid. Pág. 85.
17. Op. Cit. Freud. De la suggestion... P. 88
18. Ibid. Pág. 90.
19. Ibid. Pág. 87.
20. Ibid. P. 88
21. Op. Cit. Freud. Tratamiento del alma. Pág. 119.
22. Ibid. Pág. 120.
23. Ibid. Pag. 116.
24. Ibid
25. Op. Cit. Freud. La etiología de la histeria. Pag. 188
26. Op. Cit. Freud. Reseña de August Forel. Der Hypnotismus. P. 102
27. Op. Cit. Strachey. Prólogo a Estudios sobre la histeria. Pág. 18.
28. Ibid.
29. Ibid. P. 197
30. Op. Cit. Strachey. Prólogo a Estudios sobre la histeria.
31. Op. Cit. Freud. Citado por Strachey en el prólogo al Proyecto de una psicología científica para neurólogos. Pág. 328
32. Ibíd. Pág. 340
33. Las dos primeras phi y psi, neuronas pasaderas y neuronas no pasaderas, están vinculadas respectivamente con los estímulos externos y las excitaciones internas. Es decir, las unas “sirven a la percepción y las otras son portadoras de la memoria y probablemente también de los procesos psíquicos en general” (Proyecto... P. 344). Ambas formas operan sobre una base puramente cuantitativa. Por su parte, el tercer sistema hipotético, w, tiene por encargo las diferencias cualitativas que dan por resultado las sensaciones conscientes.
34. Ibid. Pág. 353.
35. Ibid. Pág. 339.
36. Ibid. Pág. 369.
37. Op. Cit. Freud. Carta a Fliess. 2 de Abril de 1896.
38. Op. Cit. Strachey. Prólogo al Proyecto... Pág. 328.
39. Ibid. Pág. 336.
40. Ibid. Pág. 328.
41. Ibid. Pág. 355.
42. Op. Cit. Freud. Contribución a la teoría del movimiento psicoanalítico. Pág. 11.
43. Op. Cit. Freud. Fragmento de análisis de un caso de histeria. Pág. 25.
44. Op. Cit. Levin. Freud’s early... (Las referencias a la neurofisiología reflejan la continuada creencia de Freud que no todos los fenómenos de la histeria podían ser explicados únicamente en los términos psicológicos y que un modelo fisiológico, en ultimas, seria requerido. Freud consistentemente busca enfatizar en explicaciones psicológicas e insiste que es imposible, al menos actualmente, formular un adecuado esquema fisiológico, sin embargo la insuficiencia de la psicología parecía justificar breves referencias a posibles factores fisiológicos).
45. Op. Cit. Freud. Contribución a la historia... Pág. 15.
46. Op. Cit. Freud. Las Neuropsicosis de defensa. Pág. 48.
47. Ibid. Pág. 49.
48. Ibid
49. Op. Cit. Freud. Manuscrito E. Pág. 229.
50. Ibíd. Manuscrito B. Pág. 221.
51. Ibíd. Pág. 219
52. Ibíd. Manuscrito D. Pág. 226
53. Ibíd. Manuscrito E. Pág. 231
54. Ibíd. Manuscrito G. Págs. 239-242
55. Ibíd. Manuscrito E. Pág. 232.
56. Ibid. Pág. 233.
57. Op. Cit. Levin. Freud’s early... Pág. 157. (“El ahora indicó a la represión como un distinto y completamente patológico proceso... Pero, con el desarrollo de su modelo de la neurosis de la ansiedad, la distinción entre represión e inhibición fue borrada...¿es la neurosis de ansiedad simplemente el resultado patológico de una continua y prolongada inhibición? Este punto de vista es insostenible si Freud deseaba mantener que la conversión es el resultado de un proceso patológico sin igual; y sin embargo parece imposible argüir que la neurosis de ansiedad involucra un mecanismo distinto de la normal inhibición... Estos problemas generados por los estudios de Freud de la simple neurosis... fueron la mayor inspiración para la incursión de Freud en la psicofisiología durante 1895: el proyecto para una psicología científica”).
58. Op. Cit. Freud. Proyecto... Pág. 326.
59. Ibid. Pág. 356.
60. Ibid. Pág. 406.
61. Ibid
62. Ibid. Holt. Citado por Wallwork. Nota 38. Pág. 54.
63. Un hecho llamativo fue que el mismo día en que envió a Fliess las correcciones realizadas al Proyecto, le fue enviado también el famoso manuscrito K, conocido como “Un cuento de navidad”. En este ensayo Freud muestra sus reflexiones sobre las neuropsicosis de defensa, a las que intenta dar cuenta mediante una hipótesis etiológica que involucra al tipo de vivencia sexual que se ha sufrido en la infancia. Así pues, a la par que incursionaba en un terreno fisiológico, se dedicaba igualmente a consideraciones de innegable importancia psicológica.