REVISTA DE PSICOLOGIA -GEPU-
ISSN 2145-6569
IBSN 2145-6569-0-7

   
 
  Síntomas Contemporáneos: Una Reflexión sobre los Avatares del Psiquismo

Síntomas Contemporáneos: Una Reflexión sobre los Avatares del Psiquismo

 Mónica María Calle González
 

Licenciada en Filosofía y Psicóloga de la Universidad de Antioquia. Docente de la Facultad de Educación de la Universidad Pontificia Bolivariana en la cátedra de Lengua y Cultura. Experiencia en cátedras como Ética y Lógica. Conferencista de la Editorial Santillana en los temas de Competencia Lectora. Atención en clínica individual. Publicaciones con la editorial de la UPB en temas como el lenguaje y la poesía. Celular: 310 347 6228.

Correo electronico: monikcalle@hotmail.com


Recibido: 27 de Julio de 2009
Aprobado: 27 de Enero de 2010

Referencia Recomendada: Calle-González, M. M. (2010). Reflexión sobre los avatares del psiquismo. Revista de Psicología GEPU, 1 (3), 103 - 118. 
 

Resumen: Las discusiones actuales sobre el concepto de síntoma y las propuestas explicativas sobre los llamados “síntomas contemporáneos” exigen una aproximación reflexiva a las especificidades históricas del tiempo actual lo que significa interrogar a las dinámicas que nos circunscriben así como a los constructos simbólicos en los que se halla inmerso el hombre de hoy. Tal iniciativa, conlleva de manera imperiosa a un ejercicio reflexivo del andamiaje conceptual de toda postura psicológica y psicoanalítica. En el caso del presente ensayo, los conceptos que cobran mayor relevancia en la aproximación analítica que se propone son los de síntoma y posmodernidad para delinear una comprensión sobre fenómenos de índole patológica como los trastornos de la alimentación y el suicidio. Son los avatares de la historicidad los que dan al hombre los matices de su forma de ser en el mundo y los que le constituyen como criatura sujeta a la incertidumbre y al devenir como rasgos incuestionables de  la vida humana; su capacidad de construir realidad y de saberse constructor, padeciente y recreador de la misma son signos inequívocos de la complejidad de su estructura mental y las amplias facultades de la misma. Es así como la contemporaneidad y las patologías propias de ésta ameritan la ponderación de los saberes que tienen como objeto de estudio el psiquismo humano.

Palabras Clave:
Síntoma, Posmodernidad, Trastornos de la Alimentación, Suicidio.


Cada época histórica desea coincidir consigo misma, es decir, ser contemporánea del tiempo en el que ella misma deviene y se expresa; desde esta perspectiva cada época posee una singularidad dada por los hechos que definen, deciden y circunscriben el marco temporal de su acaecer.

Para el caso del presente escrito, se harán ciertas precisiones sobre lo que caracteriza a este, el momento actual, para  aclarar y tematizar el concepto de “síntomas contemporáneos”. De antemano se debe reconocer que dicho concepto señala el carácter temporal de la estructuración del psiquismo, pues, de cierta manera, insinúa que se tienen síntomas que son producto de cada devenir histórico y, por vía indirecta, podemos inferir que aquellos no existieron con las misma características en épocas pasadas.

Es precisamente esto lo que hace de suma importancia la temática elegida, pues implica no sólo una consideración psicológica de la contemporaneidad, sino que permite también una mirada crítica de la misma desde variadas ópticas como la filosófica, en este caso.

La primera parte de este ensayo contendrá unas breves puntualizaciones sobre lo que se considera la época contemporánea y luego, se realizará una aproximación a las definiciones fundamentales que Freud y Lacan dieron de “síntoma”, para situarlas en las condiciones específicas de la contemporaneidad. Hablar de ésta es pertinente y definitivo, principalmente por las discusiones existentes en torno al concepto de “posmoderno” como el término que tentativamente definiría a nuestro tiempo, lo cual sigue siendo un asunto problemático.

Posteriormente, se abordarán algunos de los síntomas contemporáneos más sobresalientes aplicando, como ya se dijo, algunas consideraciones centrales sobre el síntoma que se encuentran en los sistemas teóricos de Freud y Lacan.

CONSIDERACIONES SOBRE LA POSMODERNIDAD


Puesto que la designación síntomas contemporáneos connota un marco temporal, no se debe dejar de hacer una especificación de las que se han designado como características cruciales de esta época, y más cuando está abierto el debate sobre cuál es el término correcto para designarlo; ya se mencionó que tal discusión gira en torno a la validez del concepto de posmodernidad. Pasemos ahora ha proponer una aproximación a dicho concepto.

De manera elemental, se puede afirmar que todo lo que está antecedido del prefijo  “pos” significa lo que se da “después de”, en general, no sólo en términos temporales sino como superación de las formas de pensar y propuestas de ese algo (época, corriente ideológica o de pensamiento). Para muchos pensadores, esta forma de entenderlo no aplica para el término Posmodernidad en ninguna de estas dos acepciones, pues consideran que la Modernidad como época no ha finalizado y que los ideales, propuestas y promesas de la misma siguen vigentes –en este caso puede pensarse en la postura de Habermas que considera a la Modernidad un proyecto inconcluso-.

Están a su vez los que consideran el término vacío y carente de sentido, un concepto esnobista y usado a ultranza en todas las áreas del saber sin idea clara de lo que aquel signifique. Algunos otros plantean que el término no debe utilizarse por la incapacidad que tiene el hombre para evaluar fenómenos en los que todavía está inscrito, lo que genera, indiscutiblemente, una actitud parcializada sobre el fenómeno en cuestión. Esto quiere decir que sólo pasado un período de tiempo más amplio se podrá determinar si los últimos tiempos (tomando como referencia la segunda guerra mundial), incluyendo la actualidad, efectivamente es una superación de la Modernidad.

Es pertinente y necesario aclarar lo que por “superación” se debe entender en relación con la Posmodernidad, calificada como rebasamiento del proyecto moderno, para lo cual se toman los planteamientos de algunos autores (considerando principalmente las posturas de Lyotard y Vattimo) que la definen como el final de todos los sistemas totalizantes o, en otras palabras, la incredulidad en los grandes metarrelatos, entendiendo por metarrelatos todas aquellas propuestas explicativas unitarias que presentaban al Hombre y sus producciones enrutados en la vía que señala la dirección hacia el progreso, todas ellas, teniendo como sentido teleológico posibilitar la consecución de la emancipación humana.

Dichos sistemas abarcan todo el conjunto que forman las propuestas políticas, religiosas y filosóficas, con todas las implicaciones de las mismas a nivel científico-tecnológico y económico.

La mayoría de los teóricos señala como hecho crucial que abre la Modernidad a la Revolución Francesa (otros hablan de lo “moderno” desde el siglo V para designar ese presente cristianizado oficialmente diferenciándolo del pasado pagano, otros hablan de Modernidad desde la caída de Constantinopla) y todo lo que encierra la concepción fundante de la Ilustración, de allí que uno de los rasgos más destacados de la Modernidad – y que la posmodernidad (1) pondrá en duda- sea la fe en la capacidad racional humana y la confianza en la bondad de los logros al alcance de la misma.  Aunados, formando el proyecto moderno, están otros presupuestos tales como: Una concepción progresista del Hombre unida a un Ideal humano que tiene su cumbre en el hombre europeo civilizado al cual preceden –como etapas evolutivas-  el hombre de los países subdesarrollados y a su vez, las comunidades “primitivas” de distintas regiones del planeta; una concepción de la cultura como el devenir unitario de la Humanidad que recorre unos pasos de manera teleológica en busca de la emancipación.

Todo esto es pues, lo que se ha denominado “el programa de la Modernidad”, que evidencia su particularidad en relación con términos como “plan” o “proyecto” que no designan un acontecer sin dirección, sino por el contrario y decididamente, un devenir de lo humano indefectiblemente hacia el progreso, y que el hombre ha considerado evidente por los avances técnico-científicos tangibles ya en esa época.

Considerando lo antes descrito, encontramos ya el punto donde las discrepancias entre muchos de los teóricos desaparecen, dando paso a la aceptación común de que nuestro tiempo es protagonista de hechos culturales cuya dinámica nunca antes se había manifestado de esta manera.

La crisis de las instituciones y los discursos dominantes que regían la vida humana se muestra con rasgos únicos, lo que se quiere decir con esto es que son suficientemente conocidas otras crisis que han tenido las religiones, la política, la educación y demás, y con las cuales se puede trazar una clara distinción frente a los hechos actuales. Vattimo (1994) nos presenta una descripción precisa de lo que es la época actual afirmando:

Llegamos así a una última conclusión general: la posmodernidad, entre muchas otras cosas, sigue siendo testigo de la crisis de los valores y actitudes religiosos. Y ello se comprende si entendemos por posmodernidad el resultado actual que ha alumbrado, por  reacción, el proyecto de la modernidad, caracterizado por la fe en las potencialidades liberadoras de la técnica y de la democracia representativa. En términos generales, la posmodernidad se ha ido configurando en nuestro discurso por los siguientes rasgos: mentalidad pragmático-operacional, visión fragmentada de la realidad, antropocentrismo relativizador, atomismo social, hedonismo, renuncia al compromiso y desenganche institucional a todos los niveles: político, ideológico, religioso, familiar, etc. (…) Crisis, pues, de las concepciones omniabarcantes y totalizadoras. Frente a ello, pluralismo, eclecticismo, relativismo, equivalencias e intercambiabilidad (Pág. 89).  


LAS CONCEPCIONES DEL SÍNTOMA

El concepto de síntoma ameritaría una reflexión exclusiva ya que representa uno de los elementos fundamentales de cualquier propuesta teórica sobre el estudio del psiquismo.

En términos particulares, y para efectos de la temática de este escrito, deben tenerse en cuenta cuestiones básicas como estas:

El síntoma es una de las formas de expresión de las que se vale el psiquismo para salvar la barrera que la represión –y otros mecanismos- le ponen, para lograr “decir” de manera cifrada un mensaje que no puede comunicarse de manera directa (2).

El síntoma se plantea – desde una postura analítica, más que psicoanalítica - como la manifestación de las configuraciones (o estructuraciones) que el sujeto ha construido para interpretar la realidad, su forma de hacerse a un mundo y situarse frente a él, lo cual se sintetiza en la relación que el sujeto tiene con otro.

Es por esto que, además, el síntoma es expresión del sentido vital que acompaña al sujeto en su existencia, y que marca su ubicación estructural.

Vale la pena tener presente la singularidad sintomática propia de cada estructuración psíquica, aunque para el presente texto, tales precisiones no serán objeto de discusión, pues se trata de elaborar una aproximación a lo que define el síntoma como concepto; aún así el síntoma neurótico recorre de manera más asidua estas páginas y, en menor medida, el síntoma psicótico.

La estructura neurótica presenta un grado de organización y de estructuración mayor de los síntomas – aparentemente - que en la estructura psicótica, por el ejemplo, si se toman los aspectos de la representación de la identidad y de la prueba de realidad (3).

De manera habitual, la neurosis se ha visto como una estructura más funcional y socialmente adaptable que la psicosis, aunque esto no se cumple de manera plena e indiscutible, pues esto quedaría desmentido con la evidencia de muchos psicóticos con gran capacidad de engancharse al mundo a través de su delirio y adoptar profesiones de gran aceptación y credibilidad social.

Para Freud, el síntoma – fundamentalmente neurótico (4) - representó en todas sus formas una manera de obtención de placer o satisfacción, esto es, el síntoma acarreaba para el sujeto la consabida molestia o disgusto pero, también le aportaba una cuota de placer a la que le costaba renunciar, hecho que explica, en parte, la reacción terapéutica negativa. Cuando se habla aquí de que ya se sabía del malestar que ocasionaba el síntoma, se alude al conocimiento médico de Freud quien sabía que se consulta porque algo -impreciso y múltiple- inquieta o molesta, lo cual también sabe el paciente –aunque incluso consulte por “precaución” o sin saber “qué es lo que le molesta”-.

De igual manera, Freud logró ver el carácter expresivo del síntoma como manera de hablar de algo que le sustentaba y antecedía a la expresión misma, por lo cual era menester interpretar el síntoma para encontrar sus bases inconcientes.

Esto le llevó a asumir el síntoma como un sustituto de mociones psíquicas lo cual justificaba la necesidad de interpretación, lo que conocemos comúnmente del síntoma como “retorno de lo reprimido”. Dice Freud (1909):

En el síntoma cabe comprobar, junto a los indicios de la desfiguración, un resto de semejanza, procurada de alguna manera, con la idea originariamente reprimida; los caminos por los cuales se consumó la formación sustitutiva pueden descubrirse en el curso del tratamiento psicoanalítico del enfermo, y para su restablecimiento es necesario que el síntoma sea trasportado de nuevo por esos mismos caminos hasta la idea reprimida.

Esta cita aclara la mención que se hizo líneas arriba al concepto de “represión” como uno de los mecanismos del psiquismo para ocultar  sus contenidos. Esta tiene como artificios para su ejecución y consecución de su meta – el encubrimiento del resto inconciente - lo que Freud llama “desfiguración”, con este término se indica que el material inconciente pasa por una transformación para hacerse irreconocible, y que es, precisamente por esto, que quedan restos de lo que produce el síntoma en él (tales modificaciones son metafóricas o metonímicas, según el caso); de lo que aquí se habla es de los juegos del psiquismo para disfrazar y aludir, y que imponen la tarea al terapeuta de hacer un rastreo de las uniones que pueden irse construyendo entre el síntoma y la idea reprimida (5).

Otro aspecto sumamente pertinente con respecto al tema en cuestión, es lo que pensó Freud sobre el síntoma en términos históricos, que se relaciona con la temática que inspira este escrito. Esto es, su reflexión con respecto a la cultura arrojó como resultado la consideración de que la civilización, con sus particulares formas de configurarse, da las condiciones para el surgimiento de síntomas específicos.

Freud consideró que el síntoma además de que se debe situar en relación con las denominadas exigencias pulsionales, está inmerso en una dimensión histórica de la que no se desenlaza nunca. Así que, los síntomas hablan de una época y no podrían haber aparecido sin ella.

Lo que Freud notó en el caso de su época - de gran avance científico - fue que ésta le exigía al sujeto ciertas renuncias pulsionales específicas y considerables, lo que desencadenaba a su vez, la necesidad de otras vías de satisfacción y de descarga como la sublimación.

Esto es, el síntoma se constituye en forma de satisfacción alterna, pues en la medida en que la sociedad, sus instituciones y discursos exigen sacrificar una parte de la dote pulsional, el sujeto busca y buscará alternativas para alcanzar el cumplimiento de su goce, aquello que vía la sublimación no logra tramitarse. Es decir, las producciones culturales del hombre son el resultado de una reconducción de sus mociones pulsionales que, no pudiendo siempre tener un fin sexual, deben aplicarse en actividades con fines sublimados y sociales. Esto expresa la constante paradoja que habita el hombre desde que se construyó su hábitat artificial –la cultura-, pues logra vivir en sociedad por la reconducción de su energía psíquica, pero es precisamente esto lo que lleva al inconciente a ciertas formaciones que se hacen, en ocasiones, problemáticas o patológicas.

Lacan por su parte, sin perder de vista estas consideraciones, se adentrará en el dominio del síntoma explorando el aspecto metafórico de éste, esto quiere decir que Lacan teorizará más sobre el síntoma como mensaje cifrado y su relación con el significante primordial y la cadena significante.

Para esto retoma incluso casos de la teoría freudiana como el del Hombre de las ratas (Freud, 1909), para ejemplificar la manera en que ciertos significantes priman y a la vez, arrastran otros que complementan y diversifican el sentido del síntoma. En el caso que se menciona se encuentra un claro ejemplo de lo que es la “cadena asociativa” y pone de manifiesto la manera en que el paciente –a partir de las preguntas del analista- construye una trama que permite el deslizamiento del síntoma desde su plano literal e incluso absurdo hasta las motivaciones inconcientes que lo crearon, lo sustentan y le dan sentido.

De igual manera, Lacan vuelve sobre un aspecto muy destacable de la consideración freudiana: la satisfacción por el síntoma.

Lacan habla del síntoma como una forma del goce, así entonces complementa tanto la primera definición freudiana y la suya propia, al admitir el síntoma como modo de hablar y modo de gozar. Por eso Lacan afirma que “para no olvidar lo que Freud siempre dijo de la función del síntoma, es que, en sí mismo, el síntoma, es goce” (Lacan, s.f.).

Esto destaca una mirada sobre el psiquismo más amplia y real: el hombre es un ser ambivalente, que habita la contradicción y la paradoja en su esencia, y que logra ser encarnando los polos de cualquier dicotomía, en este caso, la de placer y displacer en la figura del síntoma como aquello que atormenta y otorga satisfacción. Esto se une con la consideración siguiente.

Otro de los asuntos más sobresalientes que se encuentra en la teoría lacaniana es la caracterización del síntoma como una de las formas de “hacerse al ser” que, por su condición de único, aporta una gran dosis de singularidad al sujeto.

Lacan le califica incluso de “interesante” tanto que en el caso del obsesivo este puede sufrir con el síntoma pero nunca aburrirse.

En esta vía debemos considerar lo que Colette Soler (s.f.) – una de las psicoanalistas europeas más destacadas de nuestro tiempo- dice a este respecto:

El síntoma es la única cosa interesante, la única cosa, dice Lacan, que soporta el interés. Esto quiere decir dos cosas: lo más interesante de un sujeto es su síntoma  porque es gracias al síntoma que uno difiere del otro. El síntoma es el principio de singularidad, de diferencia. Sin el síntoma habría el riesgo de ser robots, de ser todos parecidos (Pág. 21).  

 
Para sensibilizarse con esta aproximación al concepto de síntoma piénsese por qué tantas veces se decide hacer una suspensión de la consulta justo en momentos en que el paciente está logrando moverse de posición y resignificar la existencia, como se diría coloquialmente, cuando “está mejorando”. Esto es, si el síntoma fuera del todo negativo no habría intentos de cuidarle y evitar su transformación – pues probablemente su esencia no desaparece como tal -. Más que nada, no se crea que afirmar que se goza con el sufrimiento es sólo la forma de recordar las raíces masoquistas de nuestro ser, por el contrario, hay que reconocer en el síntoma una forma de alcanzar un disfrute, a veces errática, pero válida en la medida en que es una elección personal.

ANOREXIA, BULIMIA Y SUICIDIO

Los síntomas de la actualidad manifiestan un estado de cosas propio de nuestra condición, caracterizada por la economía capitalista y el imperio de los medios masivos de comunicación, entre otras.

El suicidio, la anorexia o la bulimia –y la toxicomanía-, manifiestan una circunstancia de “erosión del deseo” o vanalización del deseo pues, teniendo claro que éste está soportado y movilizado en toda cultura por la prohibición –entendida ésta como contención de los desbordes del deseo- es esta condición lo que ahora raramente ocurre (6). La desaparición de discursos que contengan el desborde pulsional del sujeto, dará como resultado una crisis del deseo mismo, pues allí donde se anhelaba algo, ya no queda nada para desear pues nada impide tenerlo (7).

Es así como a manera de denuncia y rechazo de las condiciones de la época actual surgen lo que Colette Soler llama “goces disidentes y devastadores” donde la figura del gran Otro adviene desde lo real, ya que no está en las figuras que antes regulaban la vida humana (Estado, Iglesia, Familia, etc.).

Hay una crisis del significante del imperio, no es una novedad; se habla desde hace tiempo que el amo no es más lo que era. No impide esto que existan pequeños amos. Pero el amo unario que puede colectivizar las masas a nivel mundial como lo puede lograr a veces el significante de la religión está en crisis; a nivel de la política podemos decir que hay un fracaso del significante amo, y este fracaso no quiere decir desaparición del significante amo, eso sería una imposibilidad, es más bien una fragmentación del significante amo, la multiplicación de los significantes amos (Soler, s. f.).

Los trastornos de la alimentación han sido explicados principalmente como una consecuencia de un mundo en el que el ideal de belleza se sostiene en una figura estilizada, excesivamente delgada, promocionada en pasarelas y comerciales. De los escenarios de la moda y la publicidad ha pasado a los ámbitos de la vida diaria en todas sus formas, como en el caso de las tiendas de ropa en las que se tiene como criterio de selección de las vendedoras un tallaje y un peso muy bajo.  
 
Así, estos hechos se van convirtiendo en parte del día a día, y quienes creen que es posible vivir sin atender a tales fenómenos pecan de ingenuidad, ingenuidad que está fundada en una respuesta verdadera pero simplista, que despacha la pregunta por ese estado de cosas respondiendo que es la evidencia de una cultura materialista, centrada en todo aquello que se refiere a la apariencia, y nada más. Lo que se quiere decir es que es insuficiente tal afirmación porque lo decisivo es ir más allá para indagar cuáles son los vectores que se cruzan para dar por fruto todo esto que destaca en el mundo de hoy. Esto lo demanda el hecho de reconocer otros períodos históricos en los que hubo un culto a la belleza corporal y una promoción activa del hedonismo físico (en la Grecia antigua, por ejemplo), así entonces es esta evidencia la que saca a la luz que el mismo suceso es más “otro” que el mismo.
   
Comencemos por decir que en los síntomas de la época actual se puede notar una mayor propensión al aspecto tanático del ser humano, lo que no deja de ser un punto importante pero también insuficiente, ya que lo que se debe reflexionar es qué condiciones han moldeado la especificidad de nuestra postura ante la muerte, ya que se reconoce que lo tanático ha estado presente en la configuración psíquica occidental - y se hace necesario limitarlo de tal manera porque asegurar que la relación con lo mortífero es la misma en todas las culturas sería un abuso, consecuencia del desconocimiento -.

Colette Soler (s.f.) propone que en la actualidad esto se explica por el desprendimiento del lazo con el otro, como vehículo del goce individual porque “el síntoma autista es el síntoma que liga a un sujeto con su goce solitario. El amor inserta esta primera relación del sujeto a un goce autista, solitario, en una relación de sujeto a sujeto”.

Por esto es que tales síntomas cortocircuitan el lazo social, establecen una relación con el goce que no requiere del paso por el otro. Nadie desconoce las prácticas que nos desconectan cada vez más de los otros: la televisión, los Chat, la competitividad individual, las prácticas sexuales solitarias, los videos de ejercicios físicos en casa, etc.

En el caso de la anorexia, ésta se ha caracterizado desde el psicoanálisis como una postura que objeta la supradisposición de la época actual del “todo se puede adquirir”. La anoréxica expresa un deseo en negativo, no desea la comida en un mundo que promete la ilusión de un acceso sin restricciones a todo tipo de bienes y satisfacciones.

Si volvemos a las descripciones sobre la posmodernidad, podemos ver un indicador de otro de sus rasgos fundamentales, y es que en esta época el exceso y la superabundancia – propios de un consumismo elevado a su máxima potencia - son  axiomas del sistema de vida, de ahí también la facilidad con la que se vuelve obsoleta cualquier producción humana por la popularidad de lo “nuevo”.

No se puede dejar de lado – aunque no para ser desarrollada en este escrito - la relación de la comida con el amor materno y la sexualidad, explicado esto por el hecho de que el ser humano después de dar el paso de la necesidad a la demanda, establece relaciones múltiples con su deseo y hace metáfora de éste de variadas maneras, lo que permite hacer redes asociativas, en este caso, entre la comida y el sexo (piénsese sólo en las formas en que nos referimos al acto sexual con las conjugaciones del verbo “comer” y sinónimos, así como a los modos de denominar partes del cuerpo – especialmente los genitales y las zonas erógenas - con nombres de alimentos).

Del trastorno de la alimentación como síntoma contemporáneo, pasemos ahora a considerar el suicidio como otro fenómeno que hace síntoma y habla del trasfondo que soporta las formas de ser del “mundo de hoy”.

Reconociendo que tal expresión (mundo de hoy) es tan múltiple como imprecisa, se resaltan ciertos aspectos que delinean muy bien las circunstancias que nos rodean y que están más vinculadas con el tema que nos ocupa. Estamos inscritos en una era que pasa por la sobrevaloración del cuerpo en tanto que aparente, por el hedonismo llevado a su máxima expresión, por el imperio de la inmediatez y la fugacidad y por la promesa de la satisfacción del deseo – por lo tanto, descrédito de la frustración y confusión entre necesidad y deseo - que hacen imperiosa la descarga inmediata, y restan sentido al aplazamiento y la espera. En un mundo imaginariamente siempre dispuesto y superabundante -¿sin falta?- el suicida contra-pone la posibilidad de la negación, la capacidad de sustraerse a la búsqueda infructuosa formas que le sigan el paso al ritmo maníaco del mundo actual.

El suicida pone en tela de juicio la tangibilidad del “bienestar” que promueven ideologías como los estudios genéticos (erradicar condiciones como el autismo o al Alzheimer, la llamada eugenesia), ciertos proyectos económicos (la posibilidad de préstamos a los más pobres, los tratados entre naciones), las drogas psiquiátricas o alternativas para mejorar el animus (antidepresivos o gotas de valeriana) y demás.

En tanto que detentador del poder y de la única certeza próxima que nos queda, el suicida se exilia del padecimiento de un mundo inalcanzable que se hace pasar por efectivo y real.

De cierta manera, esto evoca lo que dicen las estadísticas sobre los índices de suicidio en los países más desarrollados y de menor problemática social, a diferencia de los países tercermundistas.

Con todo lo anterior lo que se quiere señalar es que en la actualidad el suicidio difícilmente representaría la alternativa vital que fue para un hombre como Sócrates o tradiciones y convicciones como la samurái.

El suicidio en nuestro contexto nos habla de un hecho que puede denominarse  la desacralización de la muerte, consecuencia de otro más general que, en palabras de Max Weber – que retoma una frase de Schiller (8) - es el desencantamiento del mundo.

Este  concepto, además de asertivo y sugerente, descarga sobre quien lo escucha toda la carga semántica –incluso le envuelve un aura de nostalgia- de su primer término –desencantamiento- el cual logra apuntar directamente a una fractura entre un pasado “creyente” y mágico y un presente sustraído a toda creencia en la trascendencia.
 
Dicho concepto permite figurarse de golpe la caída de los mantos que recubrían el mundo antes habitado, lo que el filósofo francés Jean-Francois Lyotard, llama una “crisis del sentido”; esto indica – tanto para Lyotard como para Vattimo - una insuficiencia de las respuestas con las cuales el hombre respondió a la perpetua y conocida pregunta por el sentido. Cito:

La respuesta religiosa parece haber sido, a lo largo de la historia humana, la forma más frecuente de intentar satisfacer esa necesidad de superar y encontrar significado a las experiencias que amenazan con el caos y el sinsentido: el error, la injusticia, el sufrimiento y la muerte. El hombre es el único animal religioso porque es el único que experimenta una apertura originaria, a través de la cual, busca salvar su indigencia y abandono radicales. Y, hoy por hoy, no parece haber encontrado otra respuesta a su propio enigma. Las actitudes posmodernas encierran, muchas veces, una huida de las cuestiones últimas, que son insoslayables para la condición humana. El hombre tiene necesariamente que enfrentarse a ellas si quiere vivir humanamente. El hombre actual está necesitado de reconquistar una estructura última cognitiva y normativa, que otorgue orientación y sentido a su vida (Vattimo, 1994).

La actualidad, ya sea que se asuma como moderna o posmoderna, pasa por un estado del alma marcado por un desenganche  con lo divino y una pérdida del carácter sacro del mundo; las señales ya no aparecen y el sentido de la vida y de la muerte se va desvaneciendo. El vacío y la angustia que esto suscita se manifiestan en el advenimiento de lo Real, para el cual ya no se tienen defensas o máscaras que atenúen su efecto mortífero. Nótese que no se habla aquí de “religión” en el sentido de dogmas organizados institucionalmente (Iglesia), sino del aspecto espiritual que siempre ha dado luz a la vida humana, incluso, sin pensar en un mundo trascendente; es espiritual la poesía o la pintura, por mencionar dos ejemplos, porque potencian la sensibilidad y la imaginación que hacen posible que el hombre comulgue de manera más ligera con la realidad llana y desencantada.

Indudablemente este estado de cosas pone a prueba la capacidad humana, creativa y renovadora, en condiciones que, incluso, amenazan con la autodestrucción. Es en la particularidad de nuestro tiempo, con todos sus dolores y carencias,  donde nos jugamos la oportunidad de habitar la existencia de manera menos extrañada.

Tanto nos rondan los términos como “vacío”, “sin sentido” o “vanalización” que no podemos retirar la mirada ante la evidencia.

Las posibilidades que se perfilan como alternativas para encarar nuestras condiciones de vida se fundamentan en la convicción del poder de los actos dialógicos; por un lado en la forma de la discusión y el trabajo académico y, por otro, en el ejercicio de la clínica psicológica.

La aproximación académica abre la oportunidad del diálogo en el ejercicio de la interrogación y análisis de lo que acontece. El espacio de lo clínico ofrece la irrenunciable ocasión de recuperar el lenguaje en acto como única forma de crear sentido, lo cual requiere superar el uso excesivamente pragmático de la palabra que, en tanto comunicación y cohesión social, se pierde en la futilidad y la baja posibilidad de construcción significativa.

Estamos abocados, ahora y siempre, al encuentro cara a cara con la omnipresente incertidumbre. En esta especie de transición que vive gran parte de la humanidad cualquier especulación es vana, pues la multiplicidad de la libre elección humana puede llevarnos a estados de cosas incalculables e insospechados. Puede ser tan ilógico el optimismo ingenuo, como repetitivas las profecías apocalípticas. Solamente algo nunca cesará de manifestarse mientras seamos especie humana: el asombro y la interrogación autorreflexiva que lleva irrevocablemente al ejercicio de respuestas tentativas que buscan mitigar la angustia que suscitan el desconocimiento, la duda y el enigma –almas gemelas del “deseo de saber”-.

REFERENCIAS

Bell, D. (1997). Las contradicciones culturales del capitalismo. Madrid: Alianza.

Freud, S. (1909). Obras completas. Vol. XI, Cinco conferencias sobre psicoanálisis y otras obras.

Lacan, J. Los Seminarios. Seminario 13, El objeto del psicoanálisis. Clase 15.

Lyotard, Jean-Françoise (2006). La condición posmoderna. España: Cátedra.

Morin, E. (1994). El hombre y la muerte. Barcelona: Kairós.

Soler, C. (s.f.). Síntomas. Conferencia.

----------- (s.f.). El psicoanálisis y las éticas del siglo XXI. Barcelona.

Vattimo, Gianni y otros (1994). En torno a la posmodernidad. Barcelona: Anthropos.

NOTAS

1. Considérese también el término “tardomodernidad” que alude a una Modernidad en su fase más tardía o el concepto “modernidad líquida” de Zygmunt Bauman que tiene una connotación altamente cercana a lo que se pretende entender en este texto con “posmodernidad”. Bauman propone contraponer a una época sólida, de estructuraciones definidas y fijas, una época líquida donde el sustento ontológico ha desaparecido y se pone en crisis el estatuto de verdad de todas las instituciones (la Familia, la Iglesia, el Estado, la Escuela, etc).

2. Para clarificar este aspecto se pueden citar un ejemplo: D. es una niña que presenta problemas en su colegio por sus dificultades en el área de Lenguaje; lo más significativo para la profesora es que teniendo D. 11 años confundiera la “d” y la “b” –hecho que es muy común en niños mucho menores en etapa de aprender las letras, entre los 6 u 8 años, tentativamente-, además de problemas en la comprensión lectora. Después de una evaluación detenida de las capacidades cognitivas de la niña no parece que padezca algún tipo de deficiencia, entonces todo lo anterior se une a otros aspectos (temor a pasar al primer año de bachillerato, no haber hecho a su edad, un rito como la Primera Comunión que se oficia a los 8 ó 9 años en la religión católica) mostrando que su “dificultad para aprender” era una negativa a crecer, un deseo de seguir siendo “pequeña” –tanto como para confundir las letras-, lo cual es un miedo constitutivo en el psiquismo por las pérdidas que representa: crecer significa perder el cuerpo de niño, perder los padres cuidadores de la infancia, etc.

3. El neurótico, ya sea en la estructura histérica u obsesiva, se caracteriza porque el sujeto conserva la prueba de realidad: sabe dónde está (ubicación en espacio y tiempo) y no experimenta síntomas como alucinaciones ni delirios, los cuales sí son propios de la psicosis y que muestran la alteración de la realidad en la estructura psicótica.

4. Para el presente escrito considérese el  síntoma como una de las “formaciones del inconciente” así como los sueños o los actos fallidos, que expresan –en un lenguaje alegórico- un sentido y un mensaje del psiquismo inconsciente. Se toma el síntoma neurótico por carecer de más elementos para traer a discusión el tema de la psicosis o la perversión.

5. Una paciente sueña muchas veces siendo agredida para robarle, siempre pertenencias que son muy significativas, los ladrones siempre son hombres; aunque esos contenidos de inseguridad pueden ser justificados con la realidad que se vive a diario no es esto lo que significa, después de ser interpretado se establece que lo que encubre este sueño es el temor de la paciente a las relaciones amorosas las cuales considera un vínculo donde el otro –hombre- le quita a la mujer su identidad, le sustrae las posibilidades para adquirir logros propios y demás.

6. La época actual tiene como discurso característico la promesa de poder tener lo que se desee y considerar de manera negativa un aspecto como la frustración, así pues, los adolescentes muestran comportamientos que denuncian su creencia en que tienen derecho a todo porque todo se lo han dado los padres. Unos, porque sintiéndose culpables por los vacíos afectivos que dejan, tratan de compensar a sus hijos con bienes materiales; otros porque recuerdan una infancia con privaciones económicas esperan que sus hijos “tengan lo que yo no tuve”, así los niños crecen sin experimentar límites ni frustración, hechos que son los fundamentos para que el ser humano siga deseando, es decir, siga sintiendo que hay razones para vivir.

7. Recuérdese la clara propuesta platónica de El Banquete a propósito del Amor y el objeto de deseo, incluso referido a la Filosofía: sólo se puede desear lo que no se tiene, el filósofo ama la sabiduría porque no la posee.

8. Citado a su vez por Daniel Bell en “Las contradicciones Culturales del Capitalismo”, Pág. 48.




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