REVISTA DE PSICOLOGIA -GEPU-
ISSN 2145-6569
IBSN 2145-6569-0-7

   
 
  Interacción humano-animal: ¿Por qué la gente no ama a sus mascotas?
 
Interacción humano-animal: ¿Por qué la gente no ama a sus mascotas?**
 
Human-animal interaction: Why do not people love their pets?
 
 
 
 
 
 
     
 
 
 
   
 
     

 

Marcos Díaz Videla* 

 

Universidad de Flores / Argentina

 
 

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* Lic. en Psicología (Universidad de Buenos Aires), aspirante a Dr. en Psicología (Universidad de Flores). Miembro del Laboratorio de Investigación de Ciencias del Comportamiento de la Escuela Sistémica Argentina. Correo electronico antrozoologia@gmail.com 


** En este artículo se argumenta contra la hipótesis que considera la tenencia de mascotas como un caso de parasitismo social. La misma es explicada en detalle por el investigador en psicología evolucionista John Archer en su artículo Why do people love their pets? (¿Por qué la gente ama a sus mascotas?), de 1997. De ese trabajo deriva el nombre a este artículo.


 

Recibido: 25 de Julio de 2014

Aprobado: 14 de Diciembre de 2014

Referencia Recomendada: Videla-Díaz, M. (2014). Interacción humano-animal: ¿Por qué la gente no ama a sus mascotas?. Revista de Psicología GEPU, 5 (2), 164-179.

Resumen: La tenencia de mascotas ha generado interrogantes socioeconómicos y evolutivos en tanto éstas no desempeñan tareas claramente utilitarias. Estos interrogantes pueden acentuarse considerando que el apego a estos animales resulta un fenómeno extendido ampliamente a través de la historia y en todo el mundo. Una hipótesis plantea que las mascotas funcionarían como parásitos sociales manipulando respuestas humanas para elicitar cuidados; la tenencia de estos animales iría en detrimento de la aptitud humana y configuraría un comportamiento desadaptativo. Contrariamente, basada en investigaciones sobre los beneficios de la tenencia de mascotas, otra hipótesis caracteriza el vínculo humano-animal de compañía como un caso de mutualismo, y la tenencia de mascotas como genuinamente adaptativa. Se exponen y articulan desarrollos de ambas perspectivas y se argumenta a favor de la hipótesis mutualista. 

Palabras Clave: Animal de compañía, Antrozoología, Apego, Interacción humano-animal, Mascota, Parasitismo social.

Abstract: Pet keeping has given rise to evolutionary and socioeconomic concerns since pets do not perform any clearly utilitarian task. These concerns may increase if we take into account that the attachment to these companion animals is a widespread phenomenon throughout history and all over the world. One hypothesis poses that pets function as social parasites and manipulate human responses in order to elicit care; the act of having these animal would damage the human aptitude and would imply a maladaptive behavior. On the contrary, another hypothesis based on research on pet keeping benefits characterizes the human-pet relationship as a case of mutualism and considers it genuinely adaptive. Both standpoints are explained and expounded; it is argued for the mutualism hypothesis. 

Key Words: Anthrozoology, Attachment, Companion animal, Human-animal interaction, Pet, Social parasitism. 
 
 

 


 

Introducción


La mascota o animal de compañía es aquel que se encuentra bajo control humano, vinculado a un hogar, compartiendo intimidad y proximidad con sus cuidadores, y recibiendo un tratamiento especial de cariño, cuidados y atención, que garantizan su estado de salud (Bovisio et al., 2004; Savishinsky, 1985). Profesionales dedicados a la medicina veterinaria, bienestar animal e interacción humano-animal, prefieren el término animal de compañía antes que mascota, para connotar el vínculo psicológico y la relación mutua (ver http://deltasociety.org) (1).  De todas formas, las definiciones coinciden en marcar una diferenciación entre los animales no humanos mantenidos fundamentalmente por motivos sociales, emocionales o sentimentales (i.e., mascotas), y aquellos mantenidos por propósitos económicos o prácticos (i.e., animales de trabajo, ganado, animales de experimentación); aunque se reconozca que ambas categorías puedan superponerse en la práctica como en el caso de perros guía o perros pastores (Serpell & Paul, 2011).

A las mascotas se les destina enormes cantidades de dinero, tiempo y afecto: se ofertan recompensas cuando estos animales se pierden, se paga por su aseo y el cuidado de su salud, se les compra regalos y, por supuesto, se los alimenta (Archer, 1997). 


Particularmente en las ciudades las mascotas no realizarían trabajo útil y no proveen ningún beneficio evidente a pesar de sus costos, planteando así una paradoja económica que demanda preguntas sociológicas acerca del rol de estos animales en los hogares modernos (Albert & Bulcroft, 1988). Esta paradoja se intensifica cuando se considera que la tenencia de mascotas no está confinada a las sociedades modernas y ricas, sino que se distribuye también entre quienes subsisten de la caza y horticultura; pese a que sus oportunidades de comprometerse en un comportamiento que no provea beneficios a su estado son aparentemente mucho más restringidas, la tenencia de mascotas entre éstos parece ser la norma más que la excepción (Serpell & Paul, 2011). Desde una perspectiva Darwiniana la tenencia de mascotas puede resultar aun más misteriosa, en tanto implica proveer a un miembro de otra especie, a cambio de lo cual no habría beneficios aparentes en cuanto a la aptitud (Archer, 1997).


Sin embargo, en la mayoría de las culturas modernas las mascotas se han convertido en una característica siempre presente en la vida familiar. Su estatus de familia es confirmado por la clase de cosas que la gente hace con sus animales de compañía (Serpell & Paul, 2011). En un estudio realizado en la ciudad de Buenos Aires por el Instituto de Zoonosis Luis Pasteur, se encontró que entre las actividades cotidianas que 407 dueños compartían con sus animales de compañía: 99% les hablaba; 98% jugaba con ellos; 60,4% les hacía regalos; 89,9% los fotografiaba; y 53,1% les permitía dormir en su cama (Bovisio et al., 2004).


Los intentos de explicar la tenencia y el vínculo establecido con los animales de compañía como resultado de una deficiencia en los vínculos humanos o como consecuencia del estilo de vida moderno, no logran sostenerse cuando son confrontados con las evidencias de que el apego a las mascotas resulta ser un fenómeno ampliamente extendido a través de la historia y en todo el mundo (Archer, 1997; Serpell, 1996). 


Otra explicación posible a este problema evolutivo plantea que las mascotas actúan como parásitos sociales manipulando las respuestas humanas que han evolucionado para facilitar las relaciones que se dan principalmente, aunque no de manera exclusiva, entre padres e hijos (Archer, 1997). 


El parasitismo social implica que una especie manipule el comportamiento de otra para obtener beneficios; los cuales resultan mayormente o exclusivamente a favor del parásito. Desde esta perspectiva la tenencia de mascotas es considerada un comportamiento desadaptativo (Archer, 2011). En contraposición a esta concepción se plantea otra hipótesis para dar cuenta de la tenencia de animales de compañía, en la cual se destaca que la convivencia con éstos reporta diversos beneficios tanto para los animales como para sus dueños. 


En este trabajo se articularán desarrollos correspondientes a estas dos perspectivas, y se argumentará a favor de esta última concepción, la cual entiende la tenencia de mascotas como un caso de mutualismo. 


Para evitar superponer diferentes niveles de análisis es conveniente realizar una distinción entre la teorización respecto de los orígenes evolutivos de la tenencia de mascotas, y las hipótesis respecto de sus posibles consecuencias funcionales (Serpell & Paul, 2011). La argumentación se centrará fundamentalmente en las consecuencias, ya que refieren a los efectos y a la funcionalidad de este comportamiento. La perspectiva desadaptativa de la convivencia con animales de compañía seguirá principalmente los desarrollos de Archer (1997; 2001; 2011); y la perspectiva opuesta seguirá principalmente a Serpell (1996; 2003; Serpell & Paul, 2011).


Origen evolutivo de la tenencia de mascotas


Existe evidencia arqueológica de que hace más de 14.000 años ya había lobos domésticos, ancestros de los perros, que vivían en asentamientos con humanos (Serpell, 1996); estos fueron los primeros animales en ser domesticados. Valorados por su inteligencia, sentidos agudos y lealtad, los primeros perros fueron respetados como guardianes, guías y compañeros de pesca y caza. Hace 9.000 años tanto perros como gatos asumieron roles cruciales en el desarrollo de la agricultura de las comunidades, asistiendo en tareas de granja y pastoreo, eliminando roedores que transmitían enfermedades, y protegiendo las cosechas de granos. Aunque tratados como subordinados de sus dueños humanos, gradualmente fueron convirtiéndose en valorados compañeros (Walsh, 2009).


Los cambios morfológicos, fisiológicos y comportamentales ocurridos durante la domesticación fueron producto de un largo proceso evolutivo que implicó tanto al hombre como al animal (Gerzovich Lis, 1998) y que habrían permitido a las mascotas formar relaciones cercanas con sus dueños humanos (Archer, 2011).


Para Sable (2013) es necesario comprender aspectos ligados al apego para que la devoción hacia las mascotas tenga sentido. La teoría del apego se basa en la premisa de que los humanos, como muchos animales, están biológicamente predispuestos para buscar y mantener contacto físico y conexión emocional con figuras selectas que se vuelven familiares, a las que se les confía protección física y psicológica. A la aproximación de tradición psicoanalítica de búsqueda de objeto Bowlby (1998) agregó principios etológicos para explicar que los comportamientos de búsqueda de proximidad fueron diseñados a través del curso de la evolución para asegurar la proximidad física y disponibilidad emocional de figuras de apego cuando fuera necesaria. Una figura de apego adulta para una persona puede ser un esposo, un miembro de la familia, un amigo cercano o bien una mascota (Sable, 2013).


La implicancia evolutiva de los vínculos de apego formados con otras personas es clara en tanto están al servicio de funciones biológicas obvias como la paternidad, o la ayuda a los familiares, o la formación de alianzas mutuamente beneficiosas (Archer, 1997). Esto plantea la pregunta de por qué las personas formarían similares apegos con miembros de especies diferentes. Si bien la existencia de pocos contactos sociales, la falta de cónyuge o hijos podría acentuar el apego a las mascotas (Albert & Bulcroft, 1988) no existe evidencia de que las personas con una deficiente capacidad para las relaciones humanas adultas se vuelva a las mascotas como sustitutos (Archer, 1997). 


De hecho, la evidencia transcultural e histórica (Serpell, 1996) indica que la tenencia de mascotas es frecuente aun cuando hay redes familiares extensas presentes, y que las diferencias observadas en la tenencia de mascotas entre culturas se encuentra más asociada a las diferentes tradiciones y creencias sobre los animales que a la extensión de las redes sociales (Archer, 1997). 


Un área que ha recibido mucha atención a este respecto se refiere a las respuestas humanas hacia los infantes. La atracción hacia las criaturas que parecen bebés aparentemente es tan fuerte que es activada también por los jóvenes de otras especies: Ver un animal bebé parece ser suficiente para activar algo similar a las conductas que los padres humanos generalmente dirigen hacia su propia descendencia (Serpell, 1996). 


La neotenia se refiere a la retención de características juveniles en la edad adulta y fue uno de los fenómenos acrecentados durante la domesticación (Gerzovich Lis, 1998). Estas características neoténicas se encuentran involucradas en los mecanismos que permiten a las mascotas elicitar cuidados de los humanos (Archer, 1997). A esto subyacen las disposiciones humanas que originalmente ayudaron a las personas a ocuparse de sus propios hijos. 


Las respuestas paternales al esquema infantil son adaptativas en su contexto primario, facilitando los estadios de apego iniciales de la madre, u otros familiares adultos, al infante (Archer, 2011). Estas respuestas pueden desviarse fácilmente a circunstancias inapropiadas donde las mismas características infantiles, como ojos grandes y mejillas abultadas, se presentan en un individuo que no es humano (Archer, 2001). 

La operación de estas respuesta en otros contextos puede ser considera como el costo de la inflexibilidad de los mecanismos implicados (Archer, 2011). Una posibilidad es que la tenencia de mascotas, la cual puede entenderse como la "adopción cruzada de especies", se haya originado en la era paleolítica como consecuencia de un comportamiento parental mal dirigido (Serpell & Paul, 2011). Sin embargo, de esto no se desprende necesariamente que las mascotas son parásitos sociales, ni que las personas están siendo sutilmente manipuladas  para brindar atención y cuidados que de otra manera hubieran destinado a su descendencia (Serpell, 1996). 


Otra característica ligada a la adopción de mascotas estaría en relación con la atribución de procesos mentales a los organismos parecidos a los humanos. Los animales de compañía mamíferos poseen ciertas características comportamentales similares a las de los humanos, que habilitan a las personas a interactuar con ellos como si fueran miembros humanos de la familia (Archer, 1997). El antropomorfismo puede ser definido como la atribución de estados mentales humanos —pensamientos, sentimientos, motivaciones y creencias— a animales no humanos, y es un rasgo casi universal entre los dueños de los animales de compañía (Serpell, 2003). Esta capacidad humana de pensamiento antropomórfico puede haber ayudado originariamente al proceso de asimilación de las primeras mascotas en las familias humanas a partir de atribuirles características mentales humanas a estos animales luego de haber transcurrido el estadio infantil de dependencia y solicitud de cuidados (Serpell & Paul, 2011). Desde la postura parasitaria la atribución de procesos mentales puede ser vista como resultante de una característica altamente adaptativa al tratar con humanos, pero no cuando se la extiende a las mascotas (Archer, 2001). Desde la postura opuesta, el antropormorfismo proveyó la posibilidad de utilizar los animales como fuentes alternativas de apoyo social, y los recursos para beneficiarse emocional y físicamente de esto (Serpell, 2003).


Consecuencias funcionales de la tenencia de mascotas


El fenómeno del parasitismo en la cría de aves ha evolucionado en alrededor de 80 especies, aunque es típicamente ejemplificado por el ave europea cuco (cuculus canarus). Esta ave parasitaria merodea el nido del hospedador, el carricero (acrocephalus), hasta que éste se ausenta. Ahí es cuando el cuco invade el nido donde pone un sólo huevo, el cual está disfrazado con el aspecto de los huevos del carricero. Al nacer, el polluelo parásito desaloja a sus hermanos adoptivos del nido, y exagera aspectos ligados a la solicitud de cuidados de la descendencia de la pareja de carriceros, fomentando una intensa respuesta en éstos para ser alimentado asiduamente (Archer, 1997; Serpell, 1996). 


Este mecanismo, por supuesto que no sólo no reporta beneficios al hospedador, sino que se desarrolla en franco detrimento de éste y su descendencia (Serpell, 2003).


Una pregunta que se plantea a partir de considerar la tenencia de mascotas como una forma de parasitismo social es por qué este comportamiento ha persistido y de manera tan extendida a pesar de sus costos. 


Si bien las consecuencias de la tenencia de mascotas resultan obviamente menores a las de la cría de las aves parasitarias, aun cuando el costo es tan elevado como en el caso de las aves parasitadas por el cuco éstas han persistido alimentado al polluelo del cuco (Archer, 1997). Esto se debería a dos razones, las cuales también aplicarían al caso de las mascotas para la perspectiva sostenida por Archer: (1) la desventaja en la aptitud para los carriceros o humanos (i.e., desviando recursos de la familia humana) es probablemente baja comparada con la ventaja para el cuco o mascota al ser protegidos y alimentados; (2) el lapso de tiempo puede haber sido demasiado corto para que evolucionaran contramedidas.


En principio, cabe destacar que aunque ciertas áreas de nuestro comportamiento están probablemente influenciadas por predisposiciones biológicas, una diferencia fundamental entre las personas y estas aves, es que estas últimas no han advertido que están alimentado y cuidando un intruso de otra especie (Serpell, 1996; 2003). Pero más allá de esto, el paralelismo entre el cuco y la mascota, asume que los animales de compañía no reportan beneficios para sus dueños. Pese a que la investigación acerca de los beneficios en la salud aportados por la tenencia de mascotas se encuentra todavía en un estadio temprano de desarrollo, ya ha arrojado una variedad de hallazgos interesantes (Serpell, 2003).


Diversos estudios ligaron la tenencia de animales de compañía con mayor supervivencia después de infartos (Friedmann, Katcher, Lynch, & Thomas, 1980; Friedmann & Thomas, 1995); menor presión sanguínea en adultos mayores hipertensos al realizar una tarea estresante (Friedmann, Thomas, Cook, Tsai, Picot, 2007), así como también niveles más bajos de colesterol y triglicéridos (Anderson, Reid, & Jennings, 1992). De hecho, se encontró la presencia de una mascota más efectiva que la de un cónyuge para disminuir los efectos cardiovasculares del estrés al realizar una tarea aritmética y al ser sometidos al "Cold Pressure Test" (Allen, Blascovich, & Mendes, 2002). Acariciar al animal mostró niveles más bajos en la presión sanguínea que el hablarle, o hablarle al experimentador (Vormbrock & Grossberg, 1988). La sola presencia de un animal amigable evidenció tener efectos sobre la presión sanguínea y la frecuencia cardíaca de niños mientras descansaban, así como también mostró menor respuesta cardiovascular al realizar una tarea de lectura (Friedmann, Katcher, Thomas, Lynch, & Messent, 1983). De este modo no resulta sorprendente que otro estudio asoció la tenencia de mascotas con una menor cantidad de consultas médicas en personas mayores (Siegel, 1990). En Alemania y Australia se realizó un estudio longitudinal, de representatividad a nivel nacional, encontrando que el grupo de personas que ininterrumpidamente había tenido mascotas era el más saludable, y que había realizado un 15% menos de consultas médicas (Headey & Grabka, 2005). 


Al igual que con miembros humanos de las familias, se ha reportado que las mascotas también proveen beneficios psicológicos y sociales (Cohen, 2002). Aún más que el apego, la compatibilidad entre dueño y mascota mostró una asociación con la salud mental de los propietarios (Budge, Spicer, & St. George, 1998). También se encontró una asociación significativa entre el vínculo establecido por los niños con sus animales y sus puntajes en escalas de competencia social y empatía (Poresky & Hendrix, 1990). 


Un estudio realizado con adultos jóvenes universitarios mostró que aquellos que habían tenido mascotas durante su infancia eran más empáticos, tenían mayor propensión a elegir carrearas ligadas a la ayuda, y estaban más orientados hacia valores sociales que aquellos que no habían tenido mascota durante su infancia (Vizek-Vidovic, Arambasic, Kerestes, Kuterovac-Jagodic, & Vlahovic-Stetic, 2001). La tenencia de mascotas fue asociada a su vez a menores sentimientos de soledad en mujeres que viven solas (Zasloff & Kidd, 1994), y la presencia de un perro también se asoció a un incremento de las interacciones sociales con extraños (McNicholas & Collis, 2000). Desde un marco terapéutico e institucional, la sola presencia de un perro se relacionó con un incremento de la socialización entre hombres mayores residentes de un geriátrico (Fick, 1993). 


Pacientes hospitalizados con diversos diagnósticos psiquiátricos mostraron menores niveles de ansiedad luego de estar en contacto con perros (Barker & Dawson, 1998); así como también se evidenció una disminución en los comportamientos de agitación en personas institucionalizadas con diagnóstico de alzheimer (Churchill, Safaoui, McCabe, & Baun, 1999; Fritz, Farver, Kass, & Hart, 1995). 


En base a investigaciones como estas se sostiene la perspectiva que considera que la gente tiene animales como compañeros esencialmente por las mismas razones que usa abrigos para apartarse del frío: porque haciéndolo mejoran su salud y calidad de vida (Serpell, 2003). A esto se ha objetado que cualquier beneficio que las personas puedan percibir en términos de amor y sentimientos agradables a partir de interactuar con sus animales, en sí mismos no proveen beneficios en un sentido Darwiniano (Archer, 1997). Así, es probable que alimentar al polluelo del cuco sea para el carricero una actividad reconfortante y que satisfaga su necesidad de brindar cuidados, pero esto no la convierte en adaptativa en un sentido evolutivo. La pregunta central en este asunto es si en lo que concierne a la aptitud humana los beneficios de la tenencia de mascotas superan los costos (Serpell & Paul, 2011).


Netting, Wilson, & New (1987) plantean que una perspectiva posible basada en la teoría del intercambio (Blau, 1964) considera la tenencia de mascotas como una elección racional a partir de la cual el vínculo sólo será mantenido cuando los beneficios excedan los costos. Archer (2011) reconoce que cuando los costos de los animales de compañía se vuelven demasiado grandes el vínculo con su propietario se quebrará, pero señala que de acuerdo a su perspectiva basada en un apego evolutivo el vínculo podría mantenerse más allá del punto en el que los costos excedan a los beneficios.


Se han realizado múltiples estudios acerca del abandono de animales. Si bien resulta complejo aunar los resultados por la variabilidad en los estudios y la falta de estandarización metodológica (Lambert, 2014), una revisión reciente destacó que las tres principales razones serían: (1) problemas de agresividad de los animales, (2) problemas relativos a mudanzas, alquileres y hogar, y (3) problemas personales y de salud de los propietarios (Coe et al., 2014). 


Shore, Petersen, y Douglas (2003) encontraron que las personas que habían dejado a sus mascotas en un refugio por problemas relativos a mudanzas tendían a tener altos puntajes de apego sobre el animal abandonado; muchos de los participantes de su estudio expresaron considerable tristeza por sus acciones, las cuales frecuentemente les habían resultado inevitables por su situación financiera y otros factores externos. Sin embargo, también existe evidencia contraria que relaciona la fortaleza del apego con el futuro de la mascota (Heath, , Beck, Kass, & Glickman, 2001; Heath, Voeks, & Glickman, 2001).  


Dejando de lado momentáneamente este aspecto y retomando los hallazgos sobre los beneficios en los dueños de los animales de compañía, sería razonable argumentar que la tenencia de mascotas resulta genuinamente adaptativa en el sentido evolutivo de la palabra en tanto contribuye a la salud individual y a la supervivencia a partir de disminuir el estrés y las tensiones de la vida diaria (Serpell, 1996). Archer (1997) encuentra dos inconvenientes para considerar estos beneficios percibidos por los dueños de las mascotas: (1) si estos beneficios resultan suficientes para contribuir al éxito reproductivo; (2) si éstos compensarían los elevados costos de alimentar y cuidar al animal.


Ya desde los primeros años de la investigación humano-animal, diversos estudios demostraron que la gente tiende a ser percibida más positivamente cuando está acompañada por una mascota que cuando está sola (Serpell, 1996). Por ejemplo, Robins, Sanders & Cahill (1991) reportaron que las perros exponían a las personas a encuentros con extraños en lugares públicos y facilitaban el establecimiento de confianza entre ellos. 


Otro estudio encontró que personas en silla de ruedas recibían más saludos cuando estaban acompañadas de sus perros de servicio que cuando estaban solas; así también registraron un incremento en las salidas nocturnas de estas personas luego de haber adquirido sus perros (Hart, Hart, & Bergin, 1987). Si bien múltiples estudios reportaron efectos de los animales de compañía en la interacción social, podría objetarse que muchos de éstos se basaron en contactos no verbales o conversaciones superficiales más que en la posibilidad de establecimiento de relaciones más cercanas. 


Un estudio más reciente encontró que el experimentador acompañado de su perro resultaba más exitoso para recibir ayuda y dinero de la gente, y para obtener el número de teléfono de mujeres jóvenes (Guéguen & Ciccotti, 2008). Otro estudio se refirió a los perros como "imán de chicas", destacando fundamentalmente la cantidad de acercamientos que los cachorros generaban en un espacio público (Petersen, 2011) (2).  En estos hallazgos resulta más notable el efecto beneficioso sobre la aptitud de las personas, y los mismos resultan consecuentes con la teoría que plantea la tenencia de mascotas como una potencial forma de señalar o advertir a otras personas que uno es capaz de cuidar y hacerse cargo de alguien dependiente, elevando así su estatus social y quizás aumentando sus posibilidades de ser elegido como pareja (Serpell & Paul, 2011). Así, favorecería el éxito reproductivo.


Resumiendo, es posible fundamentar a través de los resultados de diversas investigaciones realizadas en el marco de la interacción humano-animal, que la tenencia de animales de compañía reporta beneficios sobre la aptitud de sus dueños: (1) aumentando la probabilidad de futura descendencia, ya que al demostrar habilidades parentales incrementa la probabilidad de ser elegido como pareja; (2) incrementando su éxito reproductivo, ya que tener mascotas provee una experiencia de parental y de brindar cuidados que se traslada a un mayor éxito reproductivo cuando el dueño de la mascota cría a sus hijos; y (3) aumentando su supervivencia, ya que la tenencia de mascotas provee al dueño de un amortiguador social contra los efectos negativos en su salud producidos por el estrés psicosocial (Serpell & Paul, 2011, en Emlen et al., 1991). Así, la tenencia de animales de compañía resulta un comportamiento adaptativo, el cual sobrepasa marcadamente los costos de cuidar y alimentar a una mascota. 

Por último, la postura planteada por Archer (1997) asume que los perros y gatos domésticos se han beneficiado enormemente en términos de éxito reproductivo por su asociación con los humanos, en tanto su población se ha multiplicado en una forma que no habría sido posible sin la intervención de sus dueños humanos. Sin embargo, desde la perspectiva de los beneficios en la aptitud del animal podría también plantearse que no resultaría claro quién estaría siendo parasitado por quién (Serpell & Paul, 2011); tomando en consideración por ejemplo, que para mejorar su habilidad para servir como compañeros sociales gran parte de los animales son castrados, y que las prácticas eugenésicas de cría han dejado a muchos de ellos discapacitados con enfermedades genéticas o deformidades anatómicas (Serpell, 2003). Entonces podríamos así argumentar que estos animales son de hecho las víctimas del humano como parásito social, y que las características neoténicas que suscitan la respuesta de ternura de brindarles cuidados son producto de la selección de características que mejoran la habilidad de las mascotas de satisfacer específicas necesidades humanas (Serpell & Paul, 2011), y que pueden ir en detrimento de su bienestar y aptitud biológica. 


Siguiendo esta línea opuesta de argumentación y retomando la teoría del intercambio, no es posible considerar esta teoría desde la perspectiva del animal, en tanto para éste no es posible evaluar racionalmente el intercambio producido, ni tampoco terminar la relación. Sin embargo, sí podemos afirmar que el animal también se encuentra apegado (3), y además atrapado, en esta relación. De este modo, sería lícito afirmar con seguridad que el animal sostendrá la relación más allá del punto en el que los costos superan los beneficios.

Finalmente sería posible asumir también que las personas se han beneficiado enormemente en términos de éxito reproductivo por su asociación con los perros y gatos, en tanto su población se ha multiplicado en una forma que probablemente no habría sido posible sin los beneficios aportados por sus amadas mascotas.


Conclusiones


Diversas hipótesis se han planteado para intentar dar respuesta al fenómeno de la tenencia de animales de compañía. Una de estas perspectivas considera a las mascotas como parásitos sociales que ejercen una manipulación de las disposiciones generales de los humanos a responder a rasgos infantiles, a atribuir procesos mentales a entidades con características humanas, y a la formación de vínculos de apego. Esta perspectiva asume inicialmente que éstos animales no reportan ventajas en cuanto a la aptitud de las personas, aunque sí un costo; resultando de este modo su tenencia, un comportamiento desadaptativo. Sin embargo, este presupuesto puede ser falso y resulta cuestionable a partir de los hallazgos de estudios que reportan beneficios en la salud física, psicológica y social de las personas que tienen animales de compañía. Estos beneficios resultarían en un incremento de la posibilidad de tener descendencia futura, del éxito reproductivo y de la supervivencia, pudiendo fundamentar de este modo que la tenencia de mascotas como un comportamiento adaptativo. También es probable que  los costos de la tenencia de animales de compañía sean cualitativamente distintos a los infringidos por las aves parasitarias y por ende no comparables. A su vez, si bien la relación establecida con las personas permitió a estas mascotas expandirse notoriamente, la misma tuvo consecuencias morfológicas, fisiológicas y comportamentales en detrimento del bienestar y la aptitud de los animales, con el propósito de satisfacer requerimientos humanos. Así sería más apropiado caracterizar la tenencia de mascotas como un caso de mutualismo, en el cual humanos y animales obtienen beneficios de la relación, así como también ambos deben afrontar costos. En este sentido el vínculo humano-animal (no humano) es definido por la Asociación Americana de Medicina Veterinaria como una relación mutuamente beneficiosa y dinámica entre personas y otros animales, que es influenciada por comportamientos que son esenciales para la salud y el bienestar de ambos (Wollrab, 1998).


La gente no ama a sus mascotas por haber sido engaños y manipulados sutilmente a través de rasgos infantiles que logran confundirlas con sus hijos. Los dueños de mascotas claramente discriminan entre sus mascotas y su descendencia. Resultan asimismo falsas las afirmaciones sarcásticas lanzadas livianamente en contextos poco académicos de que en culturas como la nuestra las personas tratan a sus mascotas igual, o inclusive mejor, que a sus hijos: Las personas no abandonan a sus hijos cuando se aburren de ellos o cuando quieren ir de vacaciones; no los ponen a dormir cuando se han vuelto inmanejables, no los castran o esterilizan, ni los alimentan con una ininterrumpida dieta de conservas de vísceras; tampoco los golpean y les frotan la cara sobre el lugar donde defecaron en la casa. Sin embargo, la gente no sólo le permite a estos animales permanecer en su "nido", sino que busca activamente mantener esta relación y realizan considerables esfuerzos emocionales y financieros para mantenerla. La gente debe obtener de esta relación algo que es lo suficientemente grande, como para estar más allá de las consideraciones económicas (Serpell, 1996). 


Resulta así más plausible que la gente ame a sus mascotas por un motivo más simple y poco intrincado: Por la sencilla razón de haber forjado con éstas un vínculo afectivo, que implica proximidad, cooperación y bienestar.


Referencias 


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Notas

1. De manera similar ven a los propietarios como compañeros humanos, custodios o cuidadores (Faver & Cavazos, 2008; Walsh, 2009), aunque se reconozca que las mascotas pueden pertenecer legalmente a sus cuidadores. A lo largo de este trabajo se utilizará esta terminología de manera indistinta.

2. Esta facilitación social dependería en parte del tipo de animal (Serpell, 2011). Por ejemplo, un estudio encontró que experimentadores con cachorros tenían más aceptación que con perros adultos; y que una persona recibía menos reconocimiento con un rottweiler que con una labrador (Wells, 2004).


3. Odendaal & Meintjes (2003) encontraron indicadores de cambios fisiológicos mutuos durante interacciones positivas entre los amantes de los perros y los perros. Sus resultados mostraron que las concentraciones de β-endorfinas, oxitocina, prolactina, β-feniletilamina, y dopamina se incrementaron en ambas especies después de estas interacciones.


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