REVISTA DE PSICOLOGIA -GEPU-
ISSN 2145-6569
IBSN 2145-6569-0-7

   
 
  La Resilencia Comunitaria en contextos de Violencia Urbana

La Resilencia Comunitaria en contextos de Violencia Urbana
  
 
 
 
 
  
 
 

Edith Hernández, Bairon Meneses, Nathaia Moreno

 

  

Universidad de Nariño / Colombia  

 


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Edith Hernández. Docente Universidad de Nariño. Psicóloga, Especialista en Gerencia en Promoción de la Salud y Prevención de la Enfermedad, Especialista en Bioética, Magister en Docencia Universitaria, miembro Grupo de Investigación Libres Pensadores- Universidad de Nariño. Correo electrónico edith1.oct@gmail.com     


Bairon Meneses. Estudiante de octavo semestre de Psicología, Universidad de Nariño, miembro Grupo Libres Pensadores-Universidad de Nariño. Correo electrónico: baironmeneses@hotmail.com  


Nathaia Moreno. Estudiante de octavo semestre del programa de Psicología, Universidad de Nariño,  miembro Grupo Libres Pensadores- Universidad de Nariño. Correo electrónico: nathaliamoreno7@gmail.com


 
Recibido: 11 de Octubre de 2016
Aprobado: 21 de Diciembre de 2016


Referencia Recomendada: 
Hernández, E., Meneses, B., & Moreno, N. (2016). La resiliencia comunitaria en contextos de violencia urbana. Revista de Psicología GEPU, 7 (2), 24-46.   

Resumen: La resiliencia comunitaria frente a los fenómenos de violencia urbana cobra gran importancia, dado que se constituye en un recurso colectivo de afrontamiento ante situaciones adversas. En este artículo se muestran los resultados de una investigación cuyo objetivo principal fue caracterizar los procesos de resiliencia comunitaria, en los barrios Cementerio Central y Sol de Oriente de la Comuna 10 de la ciudad de San Juan de Pasto, Colombia; zona marcada por la violencia urbana que ha afectado históricamente los procesos comunitarios locales. La información se obtuvo mediante grupos focales y la aplicación de la Escala de Resiliencia Comunitaria (Ruiz, 2015). El proyecto se enmarcó dentro del paradigma cualitativo, con un enfoque histórico hermenéutico. Como resultados se encontró que, la identidad cultural y la autoestima colectiva son pilares que han alcanzado un buen nivel de desarrollo; por el contrario, y en concordancia con hallazgos de otros estudios, el humor social y la honestidad gubernamental requieren fortalecerse, lo que supone un desafío colectivo para afrontar creativamente la violencia urbana. 

Palabras clave: Resiliencia Comunitaria, Pilares de resiliencia comunitaria, Violencia urbana. 

Abstract: Community resilience to the phenomena of urban violence has a great importance, since it is constituted in a collective resource for coping in the face of adverse situations. This article presents the results of an investigation which main objective was characterizing the processes of community resilience at the Cementerio Central and Sol de Oriente neighborhoods at the Comuna number 10 in San Juan de Pasto city from Colombia, an area marked by urban violence that has historically affected the local community processes. The information was obtained through focal groups and application of Community Resilience Scale (Ruiz, 2015). The project was framed within the qualitative paradigm, with a hermeneutic historical approach. As a result, It was found that cultural identity and collective self-esteem are pillars that have reached a good level of development; conversely and in accordance with findings from other studies, social humor and governmental honesty need to be strengthened, which is a collective challenge to face in a creative way the urban violence.

Keywords: Community Resilience, Pillars of community resilience, Urban violence.

INTRODUCCIÓN
 
La resiliencia es entendida como la capacidad de las personas, familias y comunidades para hacer frente a las amenazas presentes en cualquier ámbito, superarlas y salir fortalecidas de esa experiencia (Kotliarenco, Cáceres & Rojas, 1999; Rutter, 1993). En ese sentido, la resiliencia comunitaria como lo señalan Uriarte (2013); Melillo y Suarez (2001), es la capacidad del sistema social y de las instituciones para hacer frente a las adversidades y para reorganizarse, de modo que mejoren sus funciones, su estructura y su identidad. Uno de los fenómenos que más afecta a la resiliencia comunitaria es la violencia urbana por cuanto esta permea las estructuras sociales y las dinámicas que favorecen procesos de desarrollo y la sana convivencia. Así mismo, esta violencia va socavando poco a poco el sentido de comunidad, la percepción de seguridad, la identidad y la autoestima colectiva. 

La violencia urbana no es un fenómeno ajeno a la Comuna 10; dicha comuna constituida por 41 barrios ubicados en el Corredor oriental del Municipio de Pasto; según informes del Consejo Noruego para Refugiados (2012), viven un creciente fenómeno de violencia, producto de la falta de planificación frente a procesos sociales y de la confluencia de población con diversas problemáticas, como el desplazamiento forzado, la conformación de pandillas y la reinserción de personas que pertenecieron a grupos armados ilegales. A esto se suma, las altas tasas de desempleo y pobreza, el creciente fenómeno de desescolarización de los jóvenes, el consumo sistémico de sustancias psicoactivas, la falta de organización comunitaria, así como evidentes niveles de pobreza y conformación de pandillas (Narváez, 2013). En dichos contextos, la violencia como experiencia cotidiana cobra un nuevo sentido, ya no restringida únicamente a los hechos delictuales en el espacio público (criminalidad violenta) o remitida a la violencia doméstica, sino también como una categoría social impuesta, como estigma territorial sobre los habitantes del sector, que presas de la exclusión social, reproducen y perpetúan dinámicas sociales que sostienen la violencia, la inseguridad y la pobreza (Carvajal, 2011, citado por Narváez, 2013). 

Teniendo en cuenta lo anterior, el presente artículo surge de una investigación cualitativa orientada a identificar los pilares de resiliencia comunitaria en contextos donde los fenómenos de violencia urbana son cotidianos y marcan la historia de dicha comunidad, en este caso los barrios Cementerio Central y Sol de Oriente, pertenecientes a la Comuna 10 de la ciudad de Pasto. Además, se buscó comprender las vivencias de los habitantes de estos barrios frente al contexto de violencia urbana en el que habitan y las distintas formas o recursos de afrontamiento que poseen, especialmente desde lo sociocultural. Con los resultados obtenidos, el interés se proyecta hacia la formulación y ejecución de alternativas frente a la problemática actual de creciente violencia urbana, partiendo de las realidades, vivencias y recursos de los propios habitantes.

Resiliencia

El concepto de resiliencia ha cobrado gran importancia en los últimos años, tanto desde la perspectiva individual como también desde la comunitaria. El término proviene del latín resilio, que significa volver atrás, volver de un salto, rebotar (Kotliarenco, Cáceres & Fontecilla, 1997; Marzana, Marta & Mercuri, 2013). En ese sentido, la resiliencia es  la capacidad de un material para recobrar su forma original, después de someterse a una presión deformadora. Este concepto retomado de la física se ha adaptado a las ciencias sociales; así, para Rutter, (1993) la resiliencia es la combinación de factores que permiten superar y afrontar las adversidades de la vida como fenómeno multifacético, que comprende tanto factores ambientales como personales. De ahí, que la resiliencia se entiende como la capacidad de las personas, familias y comunidades, para hacer frente a las amenazas o situaciones adversas, superarlas y salir fortalecidas (Becoña, 2006; Garmezy, 1991; Gauto, 2010; Grotberg 2006; Rutter 1993).

Para Spencer y Pynoos (1993); Puig y Rubio (2013), la resiliencia es una modalidad de ajuste que permite tolerar, manejar y aliviar las consecuencias psicológicas, fisiológicas, conductuales y sociales provenientes de experiencias traumáticas sin una mayor desviación del curso del desarrollo, con la comprensión adecuada de la experiencia y sus subsecuentes reacciones. Es así, como la resiliencia es el resultado del equilibrio entre factores de riesgo y factores protectores e implica esa capacidad de proyectarse hacia el futuro pese a los acontecimientos desestabilizadores (Losel, Bliesener y Koferl, 1989, citado en Amar, Martínez & Utria, 2013; Utria, Amar, Martínez, Colmenares & Crespo, 2015). En el caso de las comunidades, la violencia y la inseguridad, son ejemplos claros de factores de riesgo; por su parte, la unión familiar y el apoyo social, actúan como factores de protección (Garmezy, 1991; Polk, 1997 citado en Marzana et al., 2013; Vera, Carbelo & Vecina, 2006).

La resiliencia comunitaria

Es un concepto aún más reciente que el de la resiliencia individual y es en el contexto latinoamericano donde ha tenido más auge. De acuerdo con Uriarte (2013), la resiliencia comunitaria se refiere al afrontamiento de los traumas y conflictos colectivos, por parte de grupos humanos en los cuales influyen otros aspectos psicosociales, además de las respuestas individuales al estrés. De esta forma, la resiliencia comunitaria se puede entender como la condición colectiva y la capacidad del sistema social y de las instituciones para hacer frente a las adversidades, sobreponerse a desastres para luego reorganizarse, de modo que mejoren sus funciones, su estructura y su identidad (Marzana et al., 2013; Uriarte, 2013; Suárez Ojeda & Jara De La Márquez, 2007). Por lo tanto, es un proceso y una condición colectiva, que se construye en el día a día, con recursos comunitarios compartidos de manera sinérgica por personas con objetivos comunes.

Se han podido identificar un grupo de factores fundamentales para el desarrollo de la resiliencia comunitaria, a los cuales se los ha denominado “pilares de resiliencia” y hacen parte de las grandes categorías de análisis del presente trabajo. Dichos pilares son, la autoestima colectiva, la identidad cultural, la honestidad gubernamental y el humor social (Melillo & Suarez, 2001). 

Pilares de resiliencia comunitaria

Autoestima colectiva. Hace referencia a la actitud y al sentimiento de orgullo por el lugar en el que se vive y del que uno se siente originario (Uriarte, 2013). Implica el amor por las costumbres, la aceptación de los valores, sentirse dueño del ambiente físico que está alrededor. Este es un factor importante para resolver los problemas y las adversidades que se presentan en la comunidad.

Desde la perspectiva de Ruiz (2015), la autoestima colectiva constituye la dimensión afectiva de la resiliencia comunitaria ya que los integrantes de la colectividad crean apego, identificación y valoración positiva por el lugar en el que habitan. Por su parte, Carvalho y Mattar (2014) proponen que la autoestima colectiva genera sentimientos de orgullo por la comunidad en la que se reside, sentimientos de satisfacción por integrar dicha comunidad y reconocimiento como parte de ella; también implica actitudes para compartir los valores que ésta inspira.

Identidad cultural. Representa el conjunto de elementos propios, que recogen la tradición y la historia de un grupo humano y está estrechamente unida a la noción de cultura (Suarez Ojeda, 2001). Para Molano (2006), el concepto de identidad cultural encierra un sentido de pertenencia a un grupo social con el cual se comparten rasgos culturales, como costumbres, valores y creencias. De acuerdo con Menoni y Klasse (2007), hay un consenso frente en que aquellos pueblos que respetan y mantienen los elementos que conforman su identidad tienen mayor fuerza en los momentos de adversidad.

La conformación de la identidad cultural se da en un proceso consciente de construcción, en la que los individuos se van definiendo a sí mismos en estrecha interacción simbólica con otras personas, en un espacio geosociocultural concreto (Larrain, 2003); surge a partir de la internalización de actitudes y expectativas de otros, las cuales se convierten en objetos de continua reflexión durante las prácticas cotidianas. Un rasgo propio de estos elementos de identidad cultural es su carácter inmaterial y anónimo, pues son producto de la colectividad.

La identidad está ligada a la historia y al patrimonio cultural; siguiendo con Molano (2006), aquella no existe sin la memoria, sin la capacidad de reconocer el pasado, sin elementos simbólicos o referentes que le son propios y que ayudan a construir el futuro. Por lo tanto, la identidad cultural implica también, que las personas o grupos se reconozcan históricamente en su propio entorno físico y social, y es ese constante reconocimiento el que le da carácter activo y dinámico (Velasco, 1998). 

Honestidad estatal. Implica la existencia de una conciencia grupal que condena la deshonestidad de los funcionarios del gobierno y valora el honesto ejercicio de la función pública (Suarez Ojeda, 2001).  Las comunidades esperan que la gestión que hace el gobierno sea transparente, limpia, honesta y con sentido de justicia, aplicando las leyes con imparcialidad (Uriarte, 2013).

Uriarte (2010), afirma que bajo un gobierno con autoridad y una justicia apropiadas, los individuos, las instituciones, las asociaciones, los servicios y las empresas están más dispuestas a cooperar voluntariamente, e incluso a aceptar más fácilmente los posibles resultados negativos de los procesos que éstos llevan a cabo. La honestidad gubernamental es entendida por Calderón, (2009) y Suarez Ojeda (2001) como la contrapartida de la corrupción que desgasta los vínculos sociales. Por su parte, Menoni y Klasse, (2007) la describen como “antípodas” de  valores como, el fatalismo, el autoritarismo y la corrupción.

Cuando la comunidad tiene un nivel de representatividad importante a través de sus líderes, aumenta su capacidad de organizar colectivamente acciones que promuevan el afrontamiento local frente a las adversidades o problemas sociales. Por ello, en el contexto del estudio de la resiliencia comunitaria, la capacidad crítica de las comunidades sobre las instituciones sociales, es un factor que favorece su desarrollo.

Humor social. Varias posturas coinciden en que el humor es la posibilidad humana a través de la cual se puede enfrentar de forma creativa, placentera y/o festiva una situación contradictoria entre una condición deseada y una no deseada (Rodríguez, 2002; Vanistendael & Lecomte, (2002). Desde la perspectiva de Kotliarenko, et al. (1997), el humor es uno de los factores más importantes y constitutivos dentro de la resiliencia; el humor se direcciona hacia las transformaciones cognitivas, dado que implica la capacidad de algunos grupos o colectividades para encontrar lo cómico en las propias tragedias y expresar con palabras, gestos o actitudes, los elementos cómicos e incongruentes de una situación dada, logrando así un efecto esperanzador (Kotliarenco, et al., 1997; Kraft, 2004; Menoni & Klasse, 2007; Uriarte, 2013).

De acuerdo con Begoña & Jáuregui (2006); Jáuregui & Fernández (2006), el humor permite hacer más ligeras  las adversidades, tomar distancia emocional para visibilizar nuevos horizontes y analizar más objetivamente las situaciones, posibilitando un crecimiento a partir de las crisis. Sin embargo, el humor favorece la resiliencia, solamente si existe el eje transversal de la adversidad o vulnerabilidad; así, el humor es un recurso creativo que permite encontrar respuestas nuevas a situaciones que parecen no tener salida (Rodríguez, 2002); si el humor aparece fuera de contexto de la situación adversa no facilita el desarrollo de factores protectores y se constituye simplemente en un hecho aislado. Finalmente, el humor social reafirma los lazos de amistad, el sentido de pertenencia y los sentimientos de bienestar entre los integrantes de un colectivo, lo que favorece a su vez la resiliencia comunitaria (Melillo & Suarez, 2001; Ruiz, 2015). 

Violencia Urbana y resiliencia comunitaria
La violencia se ha extendido por todos los países y ciudades de la región Latinoamericana con características y ritmos propios, generando así varios cambios en diferentes aspectos sociales, como son, la lógica del urbanismo (blindaje de la ciudad y nuevas formas de segregación residencial); en los comportamientos de la población (sentimientos de angustia y desamparo); en la interacción social (reducción de la ciudadanía y nuevas formas de socialización) y en la militarización de las ciudades, entre otros; todo esto ha generado la reducción de la calidad de vida de la población, una constante percepción de inseguridad y problemas como, homicidios, pérdidas materiales, desplazamiento forzado, sentimientos de incapacidad, entre otros (Carrión, 2008).

La violencia urbana es un elemento estructural de orden social que involucra actores, recursos, motivaciones, organizaciones e instituciones que pueden o no estar amparados por la legalidad (Camacho & Guzmán, 1990). Los escenarios de violencia urbana muestran diferentes expresiones de la misma, entre las más sobresalientes están los atracos, las riñas, los ajustes de cuentas, los enfrentamientos militares y las limpiezas sociales. Cada una de estas expresiones involucra actores específicos altamente organizados y apoyados por infraestructuras bien definidas. Un rasgo muy significativo de este tipo de violencia es que ésta se presenta entre los “pobres”  de las grandes ciudades. La clase media y los sectores adinerados ven a aquellos como una amenaza, y se perciben a sí mismos como las víctimas de agresiones y delitos. Sin embargo, quienes padecen la violencia más intensa o letal, son los pobres mismos, que a su vez son víctimas y victimarios de este proceso (Chaux, 2002). 

Frente a situaciones sociales difíciles, como el caso de la violencia urbana, la resiliencia comunitaria en los últimos años se ha convertido en el punto de arranque de importantes intervenciones (Camacho, 1990; Camacho & Guzmán, 1997; Conrado, 2014). Algunos estudios muestran cómo la activación de pilares de resiliencia comunitaria lleva a las comunidades a apropiar estrategias de supervivencia, esquemas de organización, vinculación, establecimiento de lazos sociales, construcción de redes comunitarias, aprendizajes colectivos y promoción de sentidos de vida y de comunidad (Narváez, 2013). 

MÈTODO

Esta investigación se enmarcó dentro del paradigma cualitativo, entendido como el proceso riguroso que busca describir, comprender y analizar en profundidad fenómenos sociales en un medio habitual (Anguera & Arnau, 1998; Pérez-Serrano, 1994; Taylor & Bogdan, 1987). La investigación cualitativa asume un modelo flexible y susceptible de cambio, es inductiva y no está orientada a la comprobación de hipótesis; es ante todo intensiva en lo que le interesa (Strauss & Corbin 2001; Deslauriers, 2005; Delgado & Gutiérrez, 1999; Taylor & Bogdan, 1987). Por sus características, el presente estudio se identifica con los presupuestos de Ocampo y Férguson (2012), en cuanto a que la investigación cualitativa se inspira en la experiencia de la vida cotidiana y en el sentido común que intenta sistematizar; los significados son construidos principalmente por los actores y enmarcados culturalmente. En este caso, el fenómeno sujeto de estudio fue la resiliencia comunitaria en un contexto de violencia urbana.

El trabajo responde al enfoque histórico hermenéutico en tanto se acude a procesos interpretativos de la realidad social y humana, bajo una perspectiva doble de presente y pasado (Sandoval, 2002).  Se tomó la etnografía como el método para alcanzar el objetivo planteado, dado que facilita el estudio directo de personas o grupos durante un cierto periodo. Siguiendo los lineamientos de Murillo y Martínez (2010) y Nolla (1997), el proceso consistió en descripciones detalladas de situaciones, eventos, personas, interacciones y comportamientos que son observables; incorporando lo que los participantes dicen, sus experiencias, actitudes, creencias, pensamientos y reflexiones, tal como son expresadas por ellos mismos. Con este método fue posible adentrarse en el mundo sociocultural de los barrios Sol de Oriente y Cementerio Central, para identificar los pilares de resiliencia comunitaria. 

Participantes 

La unidad de análisis la constituyó la Comuna 10 de San Juan de Pasto y la unidad de trabajo estuvo conformada por jóvenes y adultos que viven en los barrios Cementerio Central y Sol de Oriente de dicha Comuna, y que de manera voluntaria desearon participar del estudio. 

Técnicas e Instrumentos 

La información se recogió con la ayuda de las técnicas que se describen a continuación.

Grupo focal. Es una técnica asimilable a la entrevista grupal. Debe su nombre “focal” porque fija su atención e interés en un tema específico de estudio, y es de “discusión” porque realiza su principal trabajo de búsqueda por medio de la interacción discursiva y la contrastación de las opiniones de sus miembros; se centra en la pluralidad y variedad de las actitudes, experiencias y creencias de los participantes (Calvache, 2009 y Martínez, 2004). 

Para efectos de esta investigación, se conformaron cuatro grupos focales, cada uno con diez personas clave, habitantes de los barrios Cementerio Central y Sol de Oriente; se preparó previamente un banco de preguntas que sirvió de guía, cuidando de no alterar la espontaneidad de la participación del grupo durante su desarrollo. Los participantes presentaron relatos relacionados con la historia de su comunidad, sus percepciones y vivencias en cuanto al fenómeno de violencia urbana y los mecanismos que han utilizado para enfrentarla. Previo consentimiento informado se grabó la  información recogida y luego se efectuó la transcripción total de la misma en matrices categoriales.
 
Con el fin de  triangular la información, se aplicó la Escala de resiliencia comunitaria, validada por Ruiz (2015), quien la estructuró y utilizó en el marco de un estudio de violencia criminal. Dicha escala (de uso libre), contiene los grandes pilares de la resiliencia comunitaria propuestos por la literatura revisada y se ajusta a los fines de la presente investigación.

Plan de Análisis

El análisis de la información comenzó desde la recogida de los primeros datos y continuó durante todo el proceso; así, siguiendo un camino de descubrimiento progresivo, se acudió a las herramientas del análisis en progreso (Bogdan & Biklen, 1982; Taylor  & Bogdan, 1987). Se optó por la organización categorial, trabajo que se realizó en tres fases a saber, a) descubrimiento, acopiando toda la información de una manera textual, obtenida a través de los grupos focales; luego se la organizó en matrices, se leyó repetidamente los datos para ir descubriendo los patrones y la información más recurrente, para dar paso a un análisis más profundo; b) codificación, se segmentó el conjunto inicial de datos a partir de las categorías descriptivas establecidas, cuidando de no perder el sentido de la totalidad se reagrupó la información y se establecieron relaciones significativas; y c) relativización de los datos; aquí a partir de la interrelación de las categorías descriptivas identificadas previamente, se amplió la conceptualización y se refinó el análisis de la información. 

El desarrollo de estos tres pasos, se repitió varias veces con la finalidad de generar confiabilidad y validez de los datos y por tanto, de las conceptualizaciones. La progresión del análisis avanzó desde la descripción hasta la comprensión, y desde lo concreto hasta lo más complejo. Con respecto a la información recogida en la escala de resiliencia comunitaria, se analizó por medio de frecuencias simples.

Resultados

Los resultados obtenidos a partir del análisis de la información, tanto de los grupos focales como de la escala de resiliencia, se presentan a continuación teniendo en cuenta las categorías objeto de interés que se muestran en la tabla 1. (Ver tabla 1 en PDF) 
 
Identidad Cultural

Los habitantes de la comunidad, identifican aspectos históricos significativos relacionados con sus orígenes; dicha capacidad de reconocer el pasado y mantener vigente su historia, ha influido positivamente en su sentido de pertenencia. Afirman que su barrio tuvo un importante papel en el ingreso de personas foráneas hacia la ciudad, conjuntamente con mercancías, productos agrícolas para el comercio y visitantes en general. Este aspecto les genera sentimientos de orgullo dado que su  barrio fue la puerta de entrada hacia la ciudad de Pasto y símbolo de desarrollo.  

Se identifica que el sentido de pertenencia y sentido de comunidad, se han desarrollado en gran medida, a partir de la preocupación compartida frente a sus necesidades y problemas colectivos, así como la unión de sus esfuerzos para resolverlos a través del trabajo conjunto en causas comunes. Se observa que las circunstancias contextuales de violencia urbana y las necesidades compartidas de esta población en un determinado momento de su historia, han contribuido a promover la participación comunitaria, el compromiso y el sentido de pertenencia, el orgullo y la autoestima colectiva; los habitantes de este sector se consideran un buen ejemplo para otros, porque como grupo han forjado su creciente desarrollo, a partir de la satisfacción de necesidades básicas.

En cuanto a ceremonias y costumbres, elementos importantes de la identidad cultural, las celebraciones religiosas cobran mucha importancia, especialmente la navidad, dado que éstas favorecen valores como la unión, la colaboración y la solidaridad entre sus habitantes. Respecto a las creencias de la comunidad, en el pasado predominaban algunas muy tradicionales, relacionadas con espantos, brujerías y daños o maleficios; sin embargo, las creencias religiosas han desplazado paulatinamente dichos elementos culturales de pensamiento mágico y supersticioso.

Autoestima colectiva

Los habitantes muestran agrado y sentimientos de orgullo por su comunidad; refieren sentirse felices habitando dicho lugar y han interiorizado la idea de ser una gran familia que comparte sus problemas y se  apoya mutuamente. Igualmente, han desarrollado un sentido de protección comunitaria, al desplegar comportamientos de prevención en cuanto a las personas ajenas al barrio que llegan a habitarlo y que pueden representar algún peligro; por tanto, la ayuda mutua, la solidaridad y la empatía ante la adversidad, refuerzan el sentido de comunidad y el compromiso compartido que se ha desarrollado a través del tiempo.

Respecto a las normas sociales,  al interior de la comunidad se han establecido algunas pautas para la buena convivencia; los habitantes de los barrios estudiados han formulado unos principios importantes que a su vez mantienen los lazos de amistad entre ellos a fin de funcionar como grupo. Un elemento importante que  se resalta al interior de la comunidad y que favorece la resiliencia comunitaria es que, incluso personas ajenas al barrio cuando llegan al lugar y acogen los valores y reglas establecidas, son aceptadas e integradas; aunque también se denota un criterio de selectividad entre los habitantes, “nosotros nos cuidamos mucho de las personas que vienen de afuera a arrendar las casas de aquí, queremos saber cómo son, de dónde vienen, por qué vienen, nosotros no queremos que nos vengan a dañar el barrio”.

Dado que la Comuna 10 ha sido vista como una de las zonas más peligrosas de la ciudad, los habitantes de Sol de Oriente y Cementerio Central, se sienten discriminados por muchos sectores de la ciudad; las problemáticas históricas que se han presentado en este sector relacionadas con la violencia, tales como, hurtos, pandillismo y micro tráfico de drogas, ha facilitado el desarrollo de un imaginario social externo de peligro constante. Los habitantes perciben que se les limita el acceso a los servicios y algunos jóvenes refieren que muchas veces son tildados de “atracadores” o de pertenecer a pandillas, que aunque son grupos que efectivamente operan en algunos barrios de dicha comuna, claramente no todos sus habitantes hacen parte de ellas.

Estas formas de discriminación, rechazo y descalificación pueden afectar los sentimientos de orgullo, y genera en algunos habitantes, sentimientos de vergüenza, frustración y enojo, dada la estigmatización social a la que han sido sometidos. A pesar de ello,  la gran mayoría de ellos se sienten orgullosos por el desarrollo social que se ha dado en la comunidad en los últimos años; cuando comparten experiencias en escenarios locales o nacionales, perciben que otras personas siempre están atentas a los hechos y avances que se han dado en esta comunidad; observan que algunas instituciones siguen de cerca los mecanismos que han  desplegado para la solución de conflictos, lo que interpretan de forma positiva porque son tomados como modelos para otros contextos similares.

Honestidad gubernamental

Dentro de la comunidad los individuos perciben poca ayuda por parte de algunas instituciones del Estado; consideran que detrás de esa ayuda hay un interés político; muchas veces se sienten utilizados por los gobernantes que solo “aparecen” en el sector cuando necesitan los votos de la comunidad. Además, perciben que los recursos no tienen siempre el destino para el cual fueron asignados, o que sus propuestas no son tenidas en cuenta. En ese sentido, como comunidad, se sienten engañados y vulnerados en sus derechos, puesto que algunas instituciones generan expectativas muy altas que posteriormente no son cumplidas, lo que refuerza el sentimiento de desconfianza hacia el Estado y prevención ante los pocos proyectos que este propone para la comunidad.

Sin embargo, la situación descrita anteriormente ha contribuido a que algunos habitantes desarrollen de manera autónoma actividades cooperativas, solidarias y humanitarias entre vecinos, lo cual ha se ha traducido en una sensación de auto eficacia  frente a su desarrollo. Asimismo, la comunidad reconoce el acompañamiento de algunas instituciones, por ejemplo las universidades que desarrollan procesos de investigación; en este sentido, la comunidad espera que se visibilice su situación actual y con base en los resultados de los procesos investigativos, se planteen alternativas útiles para su desarrollo.

En conclusión, la comunidad no confía en sus gobernantes, dadas las experiencias negativas del pasado en cuanto a incumplimiento de las promesas políticas de las que fueron objeto y aunque al interior de la comunidad se identifican líderes naturales que podrían jalonar procesos de empoderamiento, aún hay un débil liderazgo comunitario y no se evidencia un nivel de representatividad lo suficientemente significativo.

Humor social

Hay algunos elementos muy incipientes relacionados con humor social; se puede destacar la habilidad  de algunos para reírse de ciertas situaciones propias de la cotidianidad, las que dan lugar a bromas, chistes, ironías y sarcasmos, por ejemplo, “estoy aburrido por estos días, porque no ha habido atracos o peleas”, queriendo significar que cuando se presentan hechos violentos se activa el interés de la comunidad y surgen temas de conversación entre los vecinos; por el contrario, cuando estos fenómenos no se presentan hay cierto “aburrimiento”, dado que la cotidianidad se torna monótona. A pesar de esto, en general se evidencia que el humor social no se ha desarrollado ampliamente, se encuentran únicamente elementos aislados pero no constituyen un patrón significativo dentro de la comunidad. 

En el caso de algunas personas especialmente de la tercera edad, valoran negativamente el hecho de reírse de sus dificultades porque consideran que ello no conduce a enfrentarlas adecuadamente; el hecho de reírse o burlarse cuando hay problemas lo ven como una conducta socialmente inaceptable y que puede ser objeto de cuestionamiento por los vecinos; por ello, consideran que  en vez de reírse de las tragedias, hay que padecerlas.

A pesar de lo anterior, muchos habitantes, especialmente los jóvenes, consideran que el humor podría ser una buena forma de lidiar o enfrentar de manera alternativa las problemáticas que a diario los aquejan como comunidad. Los adultos mayores esperan que las nuevas generaciones promuevan escenarios de recreación, diversión y expresiones de humor sanos a nivel colectivo. (Ver tabla 2 en PDF) 

La Escala de resiliencia comunitaria (Ruiz, 2015), indica la existencia de altos niveles de identidad cultural; el 55% de las personas perciben que la identidad cultural es un elemento bien constituido en su comunidad, la mayoría de los participantes reportan que saben buscar alternativas legítimas y compartidas para solucionar sus dificultades de una forma creativa, sin esperar que un agente externo intervenga para ayudarlos; además, las acciones que llevan a cabo tienen como fin el bien colectivo. También reconocen que pueden mejorar como comunidad para afrontar las dificultades y las asumen, en lugar de culpar a otros por ellas y creen en sus capacidades para afrontar situaciones adversas. Finalmente, sienten que se benefician del conocimiento brindado por instituciones o agentes externos, lo que  contribuye al desarrollo de su comunidad. Un 45% de los participantes considera que la identidad cultural no se ha desarrollado favorablemente. Estos resultados confirman la información proporcionada en los grupos focales, en cuanto a que la comunidad tiene grandes capacidades para gestionar las crisis y disrupciones, así como para  mantenerse cohesionados, a pesar de convivir con circunstancias adversas como la violencia urbana.

La escala también indica que los habitantes de los barrios Cementerio Central y Sol de Oriente en su gran mayoría poseen niveles significativos de autoestima colectiva; el 70% de la muestra se siente orgullosa de sus expresiones culturales como son, las danzas, el teatro y la música; les agrada el clima, los paisajes y las riquezas naturales del lugar que habitan; asimismo, el 85% valora mucho su historia y la identidad que han construido como comunidad a través del tiempo. En general, están contentos y orgullosos de vivir en este sector de la ciudad.
 
Con respecto a la honestidad gubernamental los resultados de la escala confirman la desconfianza que tiene la comunidad frente a las instituciones del Estado; el 65% de los participantes afirman que no confían en el gobierno; consideran que el gobierno tanto local, como departamental y nacional no es honesto ni transparente en su gestión, mostrando  por ello poco interés en los proyectos que este plantea.
 
En cuanto al humor social, un 70% de la comunidad se ha reído de situaciones problemáticas en alguna ocasión de su vida, pero son elementos aislados que no representan un patrón significativo dentro de la comunidad. Por el contrario, hay un porcentaje significativo (25%), que no está de acuerdo en que tomarse los problemas con buen humor sea sano y ayude a enfrentarlos mejor. Esto indica que la comunidad no ha establecido el humor social como un factor protector y relevante para enfrentar las problemáticas de forma alternativa. Estos hallazgos se  resumen en el  siguiente gráfico. (Ver gráfico 1 en PDF) 
  
Discusión

La violencia urbana afecta de manera significativa la seguridad de las personas, la confianza y credibilidad en las instituciones que tienen la función de proteger a los ciudadanos, las manifestaciones culturales y en general la calidad de vida de las personas que habitan las ciudades y se convierten en víctimas colectivas.  Dado que, la violencia urbana es un fenómeno que emerge y se desarrolla en el entramado de diferentes formas, medios y motivaciones y que afecta por diferentes vías la vida colectiva, cada comunidad la enfrenta o sobrevive a ella, a partir de unas características propias y singulares, lo que da cuenta de la compleja interacción entre los factores sociales, políticos y contextuales.

Los resultados del estudio indican que existe un consenso entre los participantes, en que la violencia urbana es una realidad social que los afecta, especialmente por la percepción de inseguridad y la estigmatización que ello les genera. Sin embargo, también se observa que los habitantes de los barrios Cementerio Central y Sol de Oriente, se han adaptado a las diferentes formas de violencia urbana y minimizan el impacto de la misma en la mayoría de sus actuaciones cotidianas; dichos testimonios corroboran lo planteado por Montero (2008), quien afirma que al interior de los grupos sociales se dan procesos de habituación y familiarización frente a fenómenos que aunque son claramente dañinos, terminan por ser naturalizados e incorporados a las estructuras y modos de vida colectivos; en esa medida se mantienen y perpetúan a lo largo del tiempo. 

La naturalización del fenómeno de violencia puede ser el resultado  de un sentimiento de indefensión y desesperanza aprendida a nivel colectivo; la desesperanza o indefensión aprendida se define como una condición psicológica en la que las personas aprenden a creer que están indefensas, que no tiene ningún control sobre un fenómeno dañino, y por lo tanto se mantienen pasivas ante el mismo (Seligman, 1975, citado por Montero, 2006). Esto, se evidencia a partir de testimonios frente a la violencia, tales como, “nosotros poco podemos hacer frente a este problema de la violencia”  “ni las autoridades hacen nada, ¿qué podemos hacer nosotros?” “no hay presencia directa del gobierno, solo mandan la tomba pero nada más”. Dichos relatos dan cuenta de la sensación de impotencia  que  experimentan estas personas frente a la violencia, dado que creen que ninguna actuación, tanto interna como externa, puede alterar el fenómeno de la violencia en su comunidad, el cual perciben que está fuera de su control. Para Montero (2006), combatir la desesperanza aprendida permite a las comunidades aumentar su competencia política y por ende su sentido de autoeficacia al tener mayor capacidad para actuar y transformar su realidad, redundando positivamente en su autoconfianza.

En la Comuna 10 reposa gran atención psicosocial, un sinnúmero de entidades públicas y privadas con acciones aisladas, sin mayores efectos sobre las dinámicas relacionales al interior de los barrios que presentan históricos procesos de violencia urbana. Las acciones gubernamentales se han convertido en paliativos ante factores psicosociales que se agudizan, muchas veces incluso haciendo diagnósticos externos, ejecutando intervenciones sujetas a la disponibilidad presupuestal de los entes financiadores, sin una intencionalidad clara que lleve a los destinatarios a promover su capital social y consolidar una capacidad instalada que garantice el fortalecimiento de factores protectores frente a las diversas violencias en sus comunidades (Narváez, 2013). 

Los crecientes fenómenos de violencia urbana afectan la calidad de vida de las personas, generando complicaciones severas en cuanto a su funcionamiento social, interpersonal, familiar y laboral como efecto de la ruptura del lazo social, llevando a las comunidades afectadas a aumentar el riesgo de exclusión, estigmatización y discriminación en el orden político y territorial; lo anterior, es corroborado por Mendoza (2010, citado por Narváez, 2013) quien sostiene la correlación inversa entre violencia urbana y calidad de vida, afirmando a la violencia como generadora de procesos sociales en doble vía, dentro del territorio, que afecta las dimensiones familiar, personal y social, y fuera de él, activando procesos de segregación espacial. 

Para Sabogal (2011) las condiciones comunitarias de violencia social, surgen a partir de factores emocionales, cognitivos, físicos, sociales y culturales, que intervienen en los procesos de organización social, por tanto destaca la necesidad de activar procesos de resiliencia comunitaria, para fomentar ambientes saludables que permitan desarrollar habilidades para enfrentar necesidades y conflictos de diversa índole. La calidad del medio social en que se desenvuelve la persona está íntimamente ligada al riesgo de que ésta siga reproduciendo modelos de interacción con profundas fracturas simbólicas en el lecho del lazo social. La violencia fenómeno cultural creciente en las sociedades contemporáneas, se alimenta de factores sociales y culturales que influyen poderosamente en su evolución, ciñendo tejidos de desesperanza donde las comunidades afectadas sienten no tener posibilidades de confrontarla. A esto se suma, la pérdida significativa de líderes comunales y recursos, los cuales al no contar con las herramientas metodológicas y el acompañamiento institucional, muchas veces fracasan en su tentativa de transformar los contextos vitales. Lamentablemente como sostiene Sabogal (2011), los líderes comunitarios y las comunidades no han descubierto el potencial transformador con el que cuentan, a fin de disminuir o superar los efectos y las dinámicas nocivas de la violencia.

En la  Comuna 10 se ha identificado tres fenómenos sociales crecientes, a) desesperanza comunitaria, muchos líderes sociales han sido objeto de diversas violencias por parte de actores preferentemente juveniles que pugnan por el control del territorio, en el diálogo con ellos, reportan una amplia percepción de abandono, y proyectan una autoeficacia negativa para la resolución del problemas comunitarios; b) apatía comunitaria, los diversos pobladores de la comunidad muestran poco interés y motivación hacia procesos de participación, y c), desestructuración comunitaria, entre tanto las esferas de gobierno local no cumplen con sus funciones, permitiendo con ello el fortalecimiento de estructuras de micropoder local que legitiman su accionar a través de la violencia (Narváez, 2013). 

Al panorama anteriormente descrito, se suma una problemática global que hace referencia al manejo de las políticas de desarrollo social donde se excluye a los agentes comunales como transformadores activos y garantes de sus contextos. En la mayoría de los países, sobre todo en los de ingresos bajos y medios, las políticas de desarrollo comunitario adolecen de una grave escasez de recursos, tanto humanos como económicos, pues bien las intervenciones psicosociales y comunitarias, aunque están disponibles, a menudo no se basan en hechos y recursos reales de las comunidades. En efecto, las rutas de atención a la violencia urbana la mayoría de las veces integran a una serie de instituciones que impulsan cambios desde suministros externos desconociendo la capacidad resiliente de las comunidades para advenir en nuevas formas de habitar los contextos y solucionar los fenómenos sociales que las afectan (Camacho,1990). Asimismo, existe una idea ampliamente compartida, pero errónea, con respecto a que todas las intervenciones psicosociales son sofisticadas y que solamente pueden ser ofrecidas por personal altamente especializado. Investigaciones en años recientes han demostrado la factibilidad de ofrecer intervenciones comunitarias y psicológicas en el nivel de atención no especializada, siendo en diversas experiencias positivas miembros no expertos quienes han asumido importantes procesos comunitarios llevando a sus comunidades a la transformación de su realidad local (Narváez, 2013). 

Teniendo en cuenta lo anterior, la resiliencia comunitaria es una de las herramientas por la cuales los grupos sociales que conviven con el fenómeno de la violencia, logran mantenerse cohesionados y satisfacen en lo posible sus necesidades en pro de su bienestar. Así lo confirman en gran parte los hallazgos de este estudio. Tal es el caso de la autoestima colectiva, que de acuerdo con Uriarte (2013) y Carvalho & Mattar (2014), corresponde a los sentimientos de orgullo y agrado por el lugar en el que se vive, propiciando la motivación para enfrentar los problemas de manera cohesionada al interior de los grupos; dichos sentimientos son resaltados por los participantes del estudio, quienes expresan el amor y el compromiso colectivo  por su localidad, así como por las normas establecidas, las que consideran importantes para una buena convivencia, para formar lazos de amistad entre ellos y para funcionar como grupo social. 

Como lo afirma Uriarte (2013), una característica importante de la autoestima colectiva es sentirse dueño del ambiente físico en el que se habita puesto que esto facilita la resolución de los problemas y las adversidades que se presentan en la comunidad. En este sentido, se observa que los habitantes del sector han desarrollado un sentido de protección compartida, al generar conductas de prevención ante las personas ajenas que pueden llegar a habitar en este lugar y que de alguna forma representan algún peligro para el equilibrio comunitario; lo anterior, se constituye en una clara manifestación del compromiso y la capacidad protectora de sus congéneres, pero también evidencia que las diferentes manifestaciones de violencia alteran las formas de vida, la conservación del orden público, la confianza y  las relaciones entre las personas que habitan un territorio específico (Camacho & Guzmán, 1990; Jiménez, Franco, Angaritas, y otros 2003).
Desde  la perspectiva de Montero (2006), la naturalización de fenómenos dañinos como en este caso, la violencia urbana, puede afectar el autoconcepto, el cual hace parte de la autoestima colectiva, dado que los grupos comienzan a autodefinirse de acuerdo con las características de los fenómenos que han naturalizado. Así por ejemplo, los habitantes de dichos barrios podrían en algún momento asumir que su barrio es  “peligroso”, o que las personan que viven allí “son violentas”, lo que puede generar el riesgo de que se identifiquen con dichas denominaciones, comenzando a deteriorarse su autoestima colectiva. 

En cuanto a la identidad cultural y de acuerdo con Molano (2006), ésta encierra un sentido de pertenencia cuando sus habitantes comparten rasgos culturales, como costumbres, valores y creencias. Para Benedict (1989, citado por Kahn, 1975), la cultura  dota a los miembros de una sociedad de una guía indispensable para todos los momentos de su vida y para enfrentar las dificultades; sin ella, los colectivos humanos no podrían funcionar de una manera eficaz. Por ello, la existencia de los patrones o pautas culturales proporcionan seguridad, sentido de autoeficacia y un conjunto de disposiciones particulares para reaccionar hacia el entorno. En este sentido, las narrativas de las personas indican el reconocimiento y la vivencia de valores como la unión, la colaboración y la solidaridad entre sus habitantes, así como desde la perspectiva religiosa, la fe católica ha fortalecido su sentimiento de unión e identidad comunitaria. 

Según Velasco (1998), la identidad cultural también implica que las personas se reconozcan históricamente en su propio entorno físico y social, forjando entre sus habitantes un carácter activo y dinámico. Esto se confirma al escuchar a los habitantes relatos acerca la historia de su sector, la cual les activa y mantiene sus sentimientos de orgullo. Además de esto, reconocen que se han fortalecido como comunidad gracias al apoyo y trabajo comunitario que han desplegado desde sus inicios hasta hoy, orientado hacia  la satisfacción de necesidades comunes. De alguna manera los habitantes de los barrios Cementerio Central y Sol de Oriente han  aprendido a desarrollarse como comunidad, a mantenerse unidos a pesar de que el fenómeno de la violencia se ha tornado cada vez más visible y aunque dicho problema los afecte, no lo asumen como parte de su identidad, sino como una situación ajena a ellos.

Desde la perspectiva de la  resiliencia comunitaria, la honestidad estatal es un elemento clave que salvaguarda los intereses legítimos compartidos por los grupos sociales. Según Uriarte (2013) las comunidades esperan que la gestión que hace el gobierno sea transparente, limpia, honesta y con sentido de justicia, aplicando las leyes de manera imparcial, lo que favorece que las personas se involucren de manera activa en los procesos; además, permite que acepten de mejor manera los resultados  negativos que se puedan presentar. En este sentido, el trabajo con los participantes permitió apreciar que ellos no confían en las instituciones del gobierno; hay una percepción compartida de la falta de transparencia de la gestión del gobierno y consideran que  sus representantes no son voceros de las necesidades de las comunidades a las cuales representan. Las experiencias negativas en este tema ha generado desconfianza  y poca credibilidad entre los mismos habitantes, lo que conlleva a un pobre involucramiento en las actividades que se llevan a cabo; es el caso por ejemplo del abandono y relevo constante de los miembros de las juntas de acción comunal.

Estos hallazgos van en la misma línea del fenómeno que describe Calderón (2003), quien plantea que la corrupción de los gobernantes y representantes, desgasta los vínculos sociales entre las comunidades y las instituciones gubernamentales. Esto se refleja en la percepción constante que tiene la población de ser utilizada y vulnerada por los candidatos a cargos públicos, cuando les han prometido mejores condiciones de vida y  dichas promesas no se han cumplido, lo que da como resultado la erosión de la legitimidad estatal ante la ciudadanía.  

Por otra parte, se ha considerado al humor social como una estrategia de afrontamiento que favorece la reevaluación de situaciones adversas y que posibilita un crecimiento postraumático (Ruiz, 2015). En ese sentido, si bien existe rasgos de  humor social en la comunidad objeto de estudio, estos no se pueden asumir como un patrón de conducta significativo para la resolución de problemas. Se encontró dentro de la comunidad diferencias frente a este concepto de acuerdo a los grupos etareos.

El humor no siempre se concibe como una forma adaptativa de afrontar los problemas y solo se configura como un pilar de resiliencia cuando emerge en el contexto de una situación adversa (Kotliarenco, et al., 1997; Rodríguez, 2002). Esto, se corrobora en este estudio al encontrar que para la mayoría de la población no es aceptable tomar como broma las problemáticas; muchos piensan que no existen motivos para reírse, menos de sus propios problemas, que puede ser reprochable y mal visto por la colectividad. Esto indica que, el humor social como pilar de resiliencia es susceptible de ser fortalecido, a partir de las diferentes expresiones culturales, costumbres y creencias propias de la comunidad que pueden servir de base para encaminar acciones hacia el desarrollo de mejores niveles de humor social. Dicho proceso favorecería en la comunidad un imaginario alternativo frente a la violencia, fortaleciendo su afrontamiento ante la misma.  

Conclusiones

La resiliencia comunitaria en los barrios Sol de Oriente y Cementerio Central es un fenómeno de características particulares que atiende a los sucesos sociales e históricos que han tenido lugar en este sector; la resiliencia es un recurso en desarrollo en las dinámicas de esta comunidad, y en ese sentido les permite a sus habitantes hacer frente a las situaciones de violencia y de marginación a las que son expuestos diariamente. Sin embargo, los pilares de resiliencia no se desarrollan en igual medida, por el contrario hay diferencias significativas que muestran el mayor desarrollo de algunos pilares  en comparación con otros; esto permite inferir que la resiliencia, al igual que otros procesos psicológicos y sociales, varía de acuerdo al contexto histórico y cultural de la comunidad.

Los pilares de resiliencia más fortalecidos en los barrios estudiados, son la identidad cultural y la autoestima colectiva. La identidad cultural ha favorecido la cohesión comunitaria y el trabajo colectivo entre los habitantes para mejorar  las condiciones de vida, incrementando así su sentido de pertenencia. Por su parte, el adecuado desarrollo de autoestima colectiva involucra una variedad de sentimientos positivos hacia el lugar en donde habitan y mejora la percepción en cuanto a la capacidad de afrontamiento y por ende la resiliencia frente a la violencia urbana. 

Por el contrario, el humor social y la honestidad gubernamental son los pilares de resiliencia que no han logrado desarrollarse significativamente en la población estudiada. Los habitantes de estos barrios, no han logrado vislumbrar elementos humorísticos dentro del fenómeno de violencia; es decir el humor social no se contempla como una estrategia de afrontamiento ante este fenómeno. Po su parte, el bajo nivel de desarrollo de la honestidad estatal se justifica a partir de la poca intervención del Estado y el incumplimiento especialmente en su deber de protector de los derechos fundamentales propiciando sentimientos de abandono y frustración entre  los habitantes, lo que a su vez ha ocasionado un estado de desesperanza e indefensión aprendida, que desemboca  en desmotivación y cada vez menos credibilidad en las instituciones estatales.

La violencia en los barrios objeto de estudio, es un fenómeno histórico que ha generado diferentes efectos negativos en las dinámicas de esta comunidad, produciendo sentimientos de desesperanza y frustración; ha reducido los niveles de participación comunitaria en espacios que permiten la búsqueda de alternativas de solución a diferentes problemáticas lo que se traduce en apatía frente a sus propios procesos de desarrollo. Este hecho tiene una relación directa con la desesperanza aprendida mencionada anteriormente, puesto que los habitantes consideran que su situación no puede ser mejorada ni por ellos mismos ni por los entes gubernamentales, conllevando una perspectiva de futuro negativa frente al desarrollo de su comunidad.

La comuna 10 de Pasto y por ende los barrios donde se desarrolló esta investigación, posee dinámicas particulares tales como, el microtráfico, consumo de sustancias psicoactivas, pandillismo, pobreza, impunidad y percepción constante de inseguridad; estas problemáticas propician altos niveles de marginación y exclusión social, situaciones que se refuerzan constantemente convirtiéndose en círculos viciosos difíciles de romper. La situación descrita invita a la movilización de procesos de resiliencia comunitaria, con el fin de  facilitar las condiciones para el desarrollo de estrategias de organización comunal, vinculación entre habitantes y establecimiento de lazos sociales para la construcción de redes comunitarias de apoyo. Además, se favorecerían nuevos sentidos de vida y de comunidad, que les ayude a afrontar las dificultades comunitarias de una manera más creativa,  proactiva y dinamizadora. 

En general, los participantes del estudio son conscientes de los problemas de violencia que viven diariamente, pero no lo perciben como el problema más importante; sienten que no pueden cambiar la realidad totalmente y asumen una actitud de indiferencia social y desesperanza, evitando involucrarse. De esta forma, la gran mayoría de los habitantes si bien no participan de la violencia, conviven con ella, y con su actitud de aceptación y minimización de las consecuencias del fenómeno, contribuyen de alguna manera al mantenimiento del mismo.

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